80

246 6 0
                                    

Una muchacha de extraños ropajes salió tambaleándose de una calle estrecha que daba acceso en una pequeña plaza. Chocó contra los barrotes de un parque infantil. En la esquina de la plaza, un panadero hacía su descarga diaria en una cafetería. El hombre y uno de los camareros la miraron con curiosidad.

No era raro ver algún borracho en la Plaza del Alfalfa un domingo a las 6 de la mañana. Y que fuera época de carnaval explicaba la vestimenta de la joven.

La muchacha cayó al suelo, abrió la boca para gritar, pero no salió ningún sonido de su garganta. Los dos hombres se miraron y corrieron hacia ella. La joven se había dado media vuelta en el suelo y se levantaba la túnica con desesperación.

Vanesa había caído sobre su cadera quemada. Cuando los dos hombres llegaron a ella estaba tumbada, gritando inaudiblemente y con la mano sobre una gran quemadura.

—¡Llama a una ambulancia! —gritó el camarero a su compañero que se asomaba desde la cafetería.

—¡Dios bendito! ¿Qué le han hecho?

Vanesa no oía ni veía a las personas que acudieron en su ayuda. Tenía miedo, la oscuridad y el silencio en el que la habían sumido no duraría, o eso esperaba. Recordó a Sara y a sus compañeras de zulo. Lloró, aunque realmente no sabía si estaba llorando. Sus brazos empezaron a pesarle y sus piernas a encogerse, como si alguien le tirara de los tobillos hacia el glúteo. Sus codos se doblaban de forma inconsciente y su cuello se agarrotó. Quedó inmóvil, en una postura sin sentido.

El camarero que se acuclillaba junto a ella, se apartó de repente.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó el otro hombre.

Un anciano que paseaba su pequeño perro se acercó. Pudo ver a una chica tirada en el suelo en una postura contorsionada y difícil, sin expresión en la cara, mirando al frente. La creyó muerta, pero pronto se dio cuenta que respiraba. Su perro se había acercado a oler a la chica, no era difícil ni para un humano percibir tan fuerte olor. El animal se apartó bruscamente de la muchacha, como si alguien le hubiera pateado el hocico. El anciano buscó qué es lo que había producido que su perro se apartara de aquella manera, y pronto lo comprobó. De la cadera de la chica salía un bulto considerable y totalmente rojo.

Décima doctaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora