CAPÍTULO 3º
LA HIJA DEL JEFE
Tras comer en un bar cercano a la redacción del periódico, Jeremías Montalvo ya está preparado para partir hacia Villar del Pozo.
Lo tiene todo listo en su pequeño Ford Fiesta, sólo falta que llegue su acompañante, Irma Calderón, la hija de su Redactor Jefe, de la que sólo sabe dos cosas, que estudia periodismo y que es, como bien acabamos de apuntar, la hija menor de su inmediato superior, cosa que no inspira demasiada confianza a nuestro protagonista.
Se encuentra refunfuñando por lo bajo al volante de su auto, cuando unos ligeros golpecitos en el cristal de su ventanilla le hacen volver la cabeza.
―¡Hola! –Saluda una guapa joven desde el exterior del coche―. ¿Eres Jeremías Montalvo? Soy Irma. Me ha dicho mi padre que te tengo que acompañar a no sé qué sitio para una investigación.
Por unos instantes, Jeremías permanece mudo sin saber qué decir, mirando a la bonita estudiante embelesado quizás por las pecas que ésta tiene sobre el puente de la nariz.
―¡Hola! –Vuelve a repetir la joven mientras abre la puerta del lado del copiloto y entra en el auto―. ¡Reacciona, chico! –Exclama divertida soltando una graciosa carcajada que, por fin parece sacar al dueño del coche de su ensimismamiento.
―H-hola –tartamudea por fin Jeremías, sin poder apartar la mirada de los enormes y verdes ojos de la hija de su jefe.
―¿Bueno, qué, arrancas ya? Te advierto que yo no puedo conducir, soy muy burra para esto de los coches.
―C-claro, claro –por fin, y claramente turbado todavía, Jeremías Montalvo pone el motor de su Ford Fiesta en marcha y cinco minutos más tarde salen del casco urbano de Cuenca y ponen rumbo a Villar del Pozo.
Mientras conduce, su compañera le va dando conversación, cosa que nuestro protagonista agradece sobremanera, y así se lo hace saber a la joven dedicándole un par de amistosas sonrisas.
Por fin, tras cerca de una hora de viaje, la pareja llega a Villar del Pozo, un pequeño pueblo de poco más de doscientos habitantes, que los acogen con cierto recelo mal disimulado.
―Así que son periodistas... ―El Alcalde del pueblo, un hombretón de aspecto rudo y rústico a partes iguales, los recibe en el Ayuntamiento.
―Así es –replica Jeremías con gesto cansado tras el viaje, ya que nunca le ha gustado conducir y, por corto que sea el trayecto a realizar, siempre acaba medio agotado cada vez que tiene que coger el coche―. Venimos a investigar la muerte del pequeño David Anguita.
―Ya sé a qué vienen –responde el Alcalde con gesto adusto, sin apartar sus porcinos ojillos de la bella figura de Irma―. Un mal asunto ese, sí señor –añade luego lanzando un bufido.
Luego, se levanta de su sillón y comienza a pasear por su despacho, dedicando de vez en cuando una mirada a los recién llegados.
Cuando por fin vuelve a hablar, lo hace dirigiéndose a Montalvo, que puede sentir su maloliente aliento en sus fosas nasales.
―Sólo le voy a decir una cosa, y sólo se la voy a decir una vez, joven. Mi pueblo es un lugar tranquilo, y no consentiré que se llene de periodistas ni de reporteros de mierda. Así que, hagan su trabajo lo más rápido que puedan, y lárguense por donde han venido. ¿Ha quedado claro?
―Sí, señor –replica Jeremías aguantando la mirada al Alcalde de Villar del Pozo.
El hombretón se limita a mirarlo de arriba a abajo y a soltar otro bufido antes de despedirlos casi a cajas destempladas de su despacho mientras gruñe por lo bajo algo así como.
―Jodidos periodistas. No traen más que problemas.
Una vez fuera del Ayuntamiento, ambos reporteros se miran y se encogen de hombros.
Por fin, es Jeremías el que habla.
―Bueno, tendremos que buscar un sitio donde pasar la noche, y creo que tengo el lugar perfecto –sonríe a la joven, que lo sigue por las estrechas calles del pueblo hasta una casa de huéspedes regentada por una tía de nuestro protagonista.