CAPÍTULO 9º
LA HISTORIA DE JEREMÍAS Y ALGO INQUIETANTE
Una vez que Jeremías Montalvo e Irma Calderón han terminado de hacer el amor, la joven estudiante de Periodismo se apoya en la almohada con el codo y queda mirando a su compañero con sus preciosos ojos verdes.
―¿Vas a contármelo ahora?
Montalvo no responde enseguida, se limita a acariciar el pálido hombro de ella con su índice derecho
―¿En serio quieres que te cuente por qué acepté este trabajo sin rechistar? –Inquiere seguidamente tras incorporarse y quedar sentado en el borde del lecho.
―Sí –responde Irma mientras acaricia la espalda de él con su mano derecha―. Pero no quiero que pienses que hemos hecho el amor para que me lo cuentes –añade luego, al tiempo que lo besa suavemente en los velludos hombros―. Me atraes, Jeremías Montalvo, me pareces un hombre atractivo y muy dulce.
―Gracias –replica él rozando los labios de la joven en un fugaz beso.
Irma responde al gesto con una sonrisa y comienza a vestirse.
Es entonces cuando Jeremías se decide a hablar, y lo hace con estas palabras...
―Llevo treinta años viviendo una auténtica pesadilla―. Montalvo estira su mano para acariciar el brazo de su acompañante antes de añadir en un leve y tembloroso susurro―: Y sé muy bien quién ha matado a esos dos niños.
―¿¡Hablas en serio!? –Irma se deja caer de nuevo en la cama y acaricia con sus largos y blancos dedos el velludo torso de Jeremías. ―Sí –responde su compañero con el semblante mortalmente serio.
Luego dedica a la joven una triste sonrisa y añade...
―Prométeme que no te vas a reír.
―P-pero... ―Comienza a replicar Irma con voz apagada mientras sus dedos siguen enredando entre el vello pectoral de él.
―Prométemelo –vuelve a pedir Jeremías con el rostro contrito mientras toma la mano de ella y la besa suavemente.
Sólo cuando la joven estudiante de periodismo accede a su petición, comienza a contar Jeremías Montalvo una historia tan fascinante como aterradora...
―Recuerdo el olor de la mujer. Era un olor intenso, demasiado intenso para no ser otra cosa que una máscara para ocultar algo –comienza a hablar el periodista, notando al instante como su boca se reseca por completo―. También recuerdo el goteo incesante del maldito grifo y los gritos de mis compañeros. Éramos tres, todos de la misma edad, cinco años y todos terriblemente asustados.
―Santo Cielo... Debió de ser terrible –musita Irma mientras acaricia la cabeza de su compañero y ahora amante con gesto tierno y cariñoso.
―Pero lo que mejor recuerdo es el grifo. El maldito grifo con la manilla en forma de flor con la que la bruja extraía la sangre de los otros niños.
Llegados a este punto del relato, Jeremías Montalvo no aguanta más y comienza a sollozar mientras su cuerpo se ve sacudido por poderosos e incontrolables espasmos.
Diez minutos más tarde, cuando por fin logra controlarse, sigue hablando ya con voz algo más firme.
―No puedo quitarme de la cabeza la imagen de esa mujer bebiéndose la sangre de mis compañeros con ese maldito aparato en forma de grifo.
―No hace falta que sigas hablando si no quieres –interrumpe entonces Irma atrayendo a Jeremías hacia sí y besándolo en los labios con suavidad― No debí obligarte a contarme nada, lo siento.
Pero él rechaza con un gesto y una triste sonrisa.
―No. Estoy haciendo algo que debí haber hecho hace tiempo, Irma. Hace tiempo que debí enfrentarme a mis miedos y a mis pesadillas, y te agradezco profundamente que me coaccionases para contártelo.
Seguidamente, es el joven periodista quien atrae hacia sí a la hija de su redactor jefe y la besa en la boca. Un beso largo y apasionado que hace que ambos se estremezcan de placer.
Tras esto, Jeremías vuelve con su relato.
Lo hace respondiendo a una pregunta de Irma.
―¿Cómo lograste escapar?
―Fue una noche. La bruja había salido llevándose a uno de los otros dos chicos muerto, tras desangrarlo lentamente con el maldito grifo y no sé si por descuido o por qué, se dejó la puerta abierta.
―¿Recuerdas dónde estabas?
―Era una cueva –responde Jeremías antes de quedar en silencio y con una extraña expresión en el rostro.
―¿Ocurre algo? –Inquiere Irma al darse cuenta de este detalle.
La respuesta de su compañero la deja atónita y boquiabierta.
―¡Está aquí!
―¿¡Quién!?
―¡La bruja! –Replica Montalvo visiblemente excitado mientras se alza de la cama y comienza a vestirse.
―¡E-espera un momento, Jeremías! –Pide Irma visiblemente confusa―. ¿Qué demonios quieres decir con que la bruja está aquí?
―Pues eso –replica Jeremías con gesto impaciente―. La bruja es una vecina del pueblo.
―¿Cómo diablos estás tan seguro de eso que dices? –La joven alza ambos brazos en claro gesto exasperado.
―¡Escuché su voz esta mañana cuando subimos al Cuartelillo de la Guardia Civil! –Replica su compañero mientras la atrae hacia sí y la besa en los labios.
―¿E-estas seguro de lo que dices? Ten en cuenta que han pasado treinta años desde aquello.
―Te puedo asegurar que era ella –insiste Jeremías mientras se pone su camisa y los zapatos.
―¿¡PERO CÓMO!? –Grita finalmente Irma mientras toma a su amante del brazo y lo obliga a mirarla.
―¡PORQUÉ RECUERDO SU VOZ! –Grita también Jeremías, librándose de la presa y saliendo por la puerta del dormitorio, aunque no sin antes girarse y añadir con rabia―: Llevo oyendo esa voz treinta largos años, Irma. ¿Te basta con eso? –Dicho esto, cierra la puerta tras de sí dando un portazo.
Cuando Irma Calderón reacciona, ya han pasado varios minutos, tiempo suficiente para que Montalvo haya desaparecido sin dejar rastro.
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