CAPÍTULO 5º TERESA ANGUITA

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CAPÍTULO 5º

TERESA ANGUITA

Cuando la puerta de la casa se abre, Jeremías Montalvo y su compañera se encuentran cara a cara con una mujer joven, de alrededor de treinta años, que los mira con los ojos anegados en lágrimas, señal inequívoca de que ha estado llorando.

―¿Q-qué desean? –Inquiere con voz trémula mientras mira a la pareja de periodistas.

―Buenas tardes –saluda Montalvo con su más sincera y agradable sonrisa―. Somos periodistas, y nos gustaría hacerle unas preguntas sobre la trágica muerte de su hijo.

―¡Mi pobre David! –Solloza la joven madre mientras se aparta de la puerta para dejar paso a los recién llegados.

La casita, vestida con muebles viejos y baratos está habitada, aparte de por la madre del pequeño muerto, por una mujer ya mayor que resulta ser la abuela de la anfitriona.

―Ella es mi abuela Encarna –indica la dueña de la vivienda mientras toma asiento frente a los dos periodistas―. La pobre es ciega y casi sorda. No se ha enterado de nada.

―¿Qué edad tiene? –Pregunta Irma dedicando a la joven madre una cálida sonrisa.

―Casi noventa años.

―¿Y su marido? –Inquiere seguidamente Jeremías mientras toma una de las pastitas de té que la mujer ha sacado en una descascarillada bandeja de porcelana.

―Crié yo sola a mi pequeño –ambos periodistas pueden notar que hay mucho orgullo en las palabras de la joven y afligida madre―. Trabajo duro en el pequeño telar del pueblo y, de vez en cuando, coso y hago arreglos para las vecinas, no me avergüenzo de ello, no señor.

Irma sonríe mientras que Jeremías se limita a asentir con un leve cabeceo.

Por fin, Montalvo lanza un profundo suspiro y pregunta.

―¿Notó algo raro en su hijo antes de su desaparición? ¿Le dijo algo que llamase su atención?

Teresa, pues ese es el nombre de la madre del niño asesinado, queda pensativa durante unos instantes, intentando hacer memoria.

―Me habló de una mujer –responde finalmente, frunciendo el ceño en actitud meditabunda―. Pero yo no le hice mucho caso, la verdad.

Luego mira a Jeremías con gesto compungido.

―¿Cree usted que esa mujer...?

―No lo sé, señora Anguita, no lo sé.

Por un leve instante, Jeremías Montalvo se siente azorado y un tanto indispuesto.

A su mente han acudido imágenes horribles de niños muertos hace treinta años y de una horrible mujer haciendo funcionar ese odioso grifo con la maneta en forma de flor para que la sangre de los pequeños fluya y caiga a su boca.

―¿Jeremías? –Irma lo zarandea suavemente―. ¿Te encuentras bien?

―Sí... Y-yo –Jeremías menea levemente la cabeza para apartar de su mente las horribles imágenes y luego intenta sonreír.

Seguidamente, vuelve a dirigirse a Teresa Anguita.

―¿Llegó usted a ver a alguien extraño rondar por el pueblo los días que desapareció David?

―No –responde Teresa con tono un tanto dubitativo.

―¿Está segura? –Insiste la joven periodista, sonriendo a la mujer para darle ánimos.

―Estoy segura. Ya le conté todo lo que recordaba a la Guardia Civil –replica la madre en tono cansado y compungido.

Sin embargo, un instante más tarde niega con la cabeza y suspira.

―Hay algo, quizás una tontería, pero...

―¿Pero qué, señora Anguita? –Jeremías Montalvo se adelanta en el incomodo sillón, casi puede tocar a su anfitriona.

Entonces, la anciana, que ha permanecido como aletargada durante todo ese tiempo, alza la cabeza y comienza a chillar...

―¡LA BRUJA! ¡LA BRUJA SE LLEVÓ AL NIÑO, LA BRUJA SE LO LLEVÓ!

―Tienen que irse, por favor, mi abuela no se encuentra bien –olvidándose por completo de lo que quería contarles a los dos periodistas, la joven madre se levanta de su sillón y se encamina hacia la puerta principal de la casa, volviendo la cabeza para ver si Jeremías e Irma la siguen.

―¿Usted no nos dijo que su abuela no sabía nada? –Inquiere Montalvo mientras Teresa lo empuja fuera de la casita y cierra la puerta tras ella.

TERRORES INFANTILESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora