CAPÍTULO 7º
EL SARGENTO HERRÁIZ
Irma cruza una mirada con su compañero, que se levanta y sale de la pensión, dispuesto a seguir a la alterada muchedumbre hasta el Cuartel de la Guardia Civil.
―Dejaremos hablar a los vecinos –explica a la joven mientras caminan tras el grupo de habitantes del pueblo.
Una vez en el Cuartelillo son atendidos por un hombrecillo calvo y de cara y cuerpo enjuto, pero de ojillos vivaces e inteligentes que les dice nada más verlos...
―Ya sé porqué están aquí, señores. Y tanto yo como mis agentes ya hemos iniciado una investigación para aclarar esta nueva y trágica desaparición.
―¡EL NIÑO APARECERÁ MUERTO, COMO PASÓ CON EL PEQUEÑO DE TERESA ANGUITA! –Grita una voz, que Jeremías identifica como la misma que oyese desde la cocina de la pensión de la tía Delfina.
Una voz que, no sabe por qué, le provoca un leve escalofrío.
―¡SEÑORES, POR FAVOR! –Exclama el Sargento Herráiz alzando sus delgados brazos por encima de su calva cabeza, pidiendo calma y silencio.
Una vez ha logrado que sus conciudadanos le atiendan, el Guardia Civil habla, con una voz increíblemente potente para su escaso cuerpecillo.
―Como les iba diciendo, ya estamos enterados de la nueva desaparición; y les aseguro que, tanto mis hombres como yo, ya hemos iniciado un proceso de investigación para aclararla –hace una pausa para carraspear―. Es más, ahora mismo pensaba bajar a casa de los padres para hacerles unas preguntas.
―¡CLARO! –Exclama la misma voz de antes―. ¡USTED TODO LO ARREGLA CON PREGUNTAS!
―¡ESO, ESO! –Corean los vecinos, visiblemente contrariados.
La voz anterior vuelve a escucharse entre la multitud.
―¡LO QUE HACEN FALTA NO SON PREGUNTAS! ¡LO QUE HACE FALTA ES ALGUIEN QUE SE PREOCUPE DE HACER QUE ESE PEQUEÑO VUELVA SANO Y SALVO A SU CASA!
Anselmo Herráiz, vuelve a alzar las manos para pedir orden. Cuando por fin lo consigue hace pasar a su despacho a los que parecen ser los responsables de la revuelta vecinal.
Ninguno de ellos es la persona que ha objetado las dos veces anteriores.
El Sargento parece cansado mientras nota las miradas de los dos vecinos clavándosele.
―Como ya he dicho antes, pienso bajar a hablar con los padres del niño –explica por fin lanzando un leve bufido―. Aunque ustedes y el resto de vecinos piensen lo contrario, hicimos lo que buenamente pudimos para recuperar con vida al pequeño David Anguita –suspira hondamente antes de añadir, intentando dar a su voz un tono de confianza y seguridad que está lejos de sentir―. Y les aseguro que haremos lo humanamente posible para traer a esta criatura de vuelta con sus padres.
Ligeramente apartados, Jeremías Montalvo e Irma Calderón asisten al drama rural que se desarrolla ante sus ojos.
Finalmente, cuando el grupo de vecinos ha marchado, los dos periodistas se dirigen hacia el Guardia Civil, que al verlos lanza un bufido de disgusto.
―¿Quiénes sois vosotros? –Inquiere Anselmo Herraíz estudiando con sus vivaces ojillos a la pareja.
―Somos periodistas –se apresura a responder Montalvo mientras saca sus credenciales de su cartera.
―Uhm –Anselmo Herráiz mira la tarjeta y luego gira sobre sus talones―. Imagino que están aquí por lo del pequeño David Anguita –dice seguidamente mientras se aparta para dejar paso a la pareja.
―¿Qué puede contarnos? –Jeremías se apresura a sacar su libreta de notas electrónica, dispuesto a escuchar todo lo que el Sargento de la Guardia Civil tiene que decirles.
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