CAPÍTULO 2º ¡SOY SU HOMBRE!

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CAPÍTULO 2º

¡SOY SU HOMBRE!

Poco después, en el despacho de Calderón...

―¿Se puede saber qué te ha pasado ahí afuera, muchacho? –El redactor jefe del pequeño periódico clava sus pequeños ojillos marrones en su subordinado, mientras éste se limita a sonreírle, para demostrarle que, fuera lo que fuera lo que pasó hace unos instantes, es agua pasada y se encuentra perfectamente.

―Nada, Jefe –Montalvo, sin dejar de sonreír, agita una mano, como quitando importancia al asunto―. Un pequeño malestar, es todo.

―Uhm –Alejandro Calderón, no muy convencido, decide dar el tema por zanjado, y se sienta tras su mesa de formica y metal, al tiempo que vuelve a tender la fotografía hacia el periodista―. De acuerdo, hablemos de trabajo, entonces.

―Hablemos de trabajo –asiente Montalvo dibujando una sonrisa en su rostro recién afeitado― ¿De qué se trata?

―El muchacho de la foto –comienza el obeso redactor jefe señalando la fotografía―. Se llamaba David Anguita, cuatro años recién cumplidos, hijo único; desapareció hace una semana. Su cadáver apareció ayer por la tarde sin gota de sangre ni dentro ni alrededor.

Calderón va a añadir algo más, pero Jeremías lo detiene con un gesto y una pregunta.

―¿Por qué yo, Jefe?

―Bueno... ―El veterano periodista enciende un cigarro antes de responder―. Tengo entendido de que naciste por aquella zona, te conocerás el lugar y los lugareños no se mostrarán reacios a colaborar si haces algunas preguntas.

―¿Qué pueblo es? –Inquiere Montalvo tomando la foto y volviendo a mirarla, logrando que esta vez no se le revuelvan las tripas.

―Villar del Pozo.

―Lo conozco –asiente el periodista―. Mis padres son de Fuentechica, otro pueblo a unos doce kilómetros de allí.

―¿Entonces qué, Montalvo? –Calderón exhala una bocanada de humo azulado antes de continuar con la pregunta―. ¿Aceptas el trabajo?

―¡Sin dudarlo, Jefe! –Responde Jeremías, quizás con más ímpetu del deseado haciendo que su superior clave en él una mirada inquisitiva.

―Bien –Alejandro Calderón da unas cuantas chupadas más a su cigarrillo, y luego aplasta los restos en el cenicero de cristal, regalo de su esposa―. ¿Te parece bien salir esta tarde para allá? Total, ese sitio no está ni a cincuenta kilómetros de aquí, y ya conoces mi lema...

―Cuánto antes, mejor –Montalvo sonríe y asiente con la cabeza.

Va a decir algo más, pero Calderón lo ataja con un gesto.

―Si no te importa, me gustaría que te acompañase alguien.

―¿Quién? –Inquiere Jeremías, sin ocultar su disconformidad con la noticia―. Sabe que a mí me gusta trabajar solo, Jefe.

―No te dará problemas, te lo aseguro –comienza Calderón con una media sonrisa que no gusta ni un pelo a su hombre.

―¿De quién se trata? –Pregunta Montalvo, suspirando resignado, sabiendo que cuando a su jefe se le mete una idea en la cabeza, es imposible lograr que la deje a un lado.

Lo que no espera nuestro protagonista, es la respuesta de su obeso redactor jefe.

―Se trata de mi hija Irma.

―¿¡Q-qué!? –Boquea Montalvo, sin dar crédito a lo que está oyendo.

―Mi hija pequeña, Irma –responde Calderón en tono paciente―; como ya sabrás está en último año de periodismo y he pensado que le vendría bien un poco de trabajo de campo. Y como tú eres mi mejor hombre...

El periodista va a decir algo, pero se lo calla al ver la expresión del rostro de su superior, y se limita a asentir con la cabeza.

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TERRORES INFANTILESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora