CAPÍTULO 2

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Los días transcurrían y notaba que las cosas empezaban a ser como antes con mis amigas, se que aunque tienen lo suyo, siempre estaremos unidas. No había ninguna novedad hasta que todo cambió.

Eran las dos del medio día y Alicia, Sara y yo estábamos sentadas en nuestra mesa habitual para comer. La gente susurraba más que de costumbre y se veía claramente cómo se iban pasando algún sabroso cotilleo y, como era obvio, nosotras lo queríamos saber así que, fuimos a preguntarle a Claudia, la mayor cotilla de la historia, todos sabíamos que a esa ratichuela no debíamos contarle nada pero todos la usábamos para obtener información.

El cotilleo superaba mis expectativas: Marcos volvía a estar disponible. Al parecer, por fin había dado el paso y había acabado con esa tontería de relación. La sonrisa y felicidad que me invadieron al enterarme de la noticia me desapareció cuando Alicia me recordó que tenía novio y no me tenía que importar lo que pasara en la vida de ese estúpido. Gracias Ali por recordármelo.

Cuando acabó la comida nos tocaba gimnasia, nada mejor para hacer la digestión que correr bajo el sol doce minutos.

Como todos los deportes, correr se me daba de pena y efectivamente me tropecé delante de toda la clase y nadie acudió en mi ayuda. Al levantarme sola, vi que me había torcido el pie y el profesor me mandó ir a secretaría a por hielo, pero como no podía andar bien obligó a uno de mis crueles compañeros que habían ignorado mi accidente a acompañarme, y como no, para completar mi buena racha (nótese mi sarcasmo), fui con Marcos.

El camino hasta secretaría me parecieron dos horas, no intercambiamos ninguna palabra y eso que iba apoyada en su hombro y cojeando.

Una vez llegamos, me senté en un banco y él fue a coger el hielo. Cuando vino con el hielo en la mano por fin abrió la boca.

-¿Estás bien? -Me sonrió y se agachó para ponerme él mismo el hielo en el tobillo, me quitó el zapato primero, y después el calcetín lentamente.

Mi mente no paraba de pensar en que seguramente me olían los pies y me quería morir, pero por su cara o no me olían o bien no tenía sentido del olfato porqué sonreía mientras se mordía el labio de la forma más sexy que os podéis imaginar.

La sala estaba vacía y la tensión se notaba o al menos yo me la imaginaba.

-Siento lo tuyo con Laura... -la presión me pudo y dije lo primero que me vino a la cabeza para romper con ese silencio incomodo.

-No lo sientes, y lo sabes -dijo sin mirarme a la cara, con la mirada fija en el frío hielo que me apretaba en el tobillo mientras seguía sonriendo.

No sabía que más decirle, mi corazón iba a cien porqué estaba subiendo la mano, que no tenía ocupada con el hielo, por mi pierna suavemente hasta llegar a mi muslo, entonces apartó la mirada de su mano, y la puso en mis ojos.

Mis nervios me pudieron y traté de ponerme de pie rápidamente dispuesta a salir de ahí pero él se levantó a la vez que yo, sonriendo aún más que antes y nos quedamos cara a cara. Sólo nos separaban diez centímetros y mi respiración iba más acelerada que nunca. Y entonces pasó, algo en mi interior me hizo acercarme más, y más, tanto que mis labios se juntaron con los suyos pero no en forma de beso romántico sino en forma de un beso apasionado tras otro. No podíamos dejar de besarnos, un calor extremo se apoderó de mi y le empujé hacia el banco, quedó sentado, mirandome con deseo y me senté encima de él, me empezó a dar besos y a morderme por el cuello mientras me acariciaba la espalda por debajo de la camiseta. No podía evitar tirar la cabeza hacia atrás, el cuello era mi debilidad y él lo sabía. Todo era perfecto hasta que oímos una tos falsa.

Nos separamos de inmediato y ahí en la puerta estaba el profesor de gimnasia que quería comprobar mi estado.

-Veo que ya estás bien... Esto es un instituto por si no lo recordáis, en cinco minutos os quiero ver en los vestuarios.

Además de no recordar que eso era un instituto, me había olvidado completamente de Adrián.

Dios mío, ¿qué había hecho?.

El resto de la tarde lo pasé mirando al suelo pensativa y avergonzada, podía contárselo a mi novio pero eso sólo empeoraría las cosas y seguramente no me iba a perdonar nunca y no me podía permitir perderle. Otra opción era hacer cómo si nada hubiese pasado y alejarme de ese demonio con cara de ángel.

Al salir del instituto fui a tomar el primer helado del año con mis cotillas favoritas: Sara, Alicia y Mateo. Mateo era mi mejor amigo desde pequeños y le gustaban tanto o más los chismes que a mi. Hoy yo tenía el cotilleo del año o como nosotros lo llamábamos: salseo. El caso es que si quería olvidarlo no podía contárselo a ellos porqué me lo recordarían cada día. Estaba en una encrucijada, quería contarlo pero no podía.

-Tengo una amiga que tiene novio y que ha besado a otro. -Solté de la nada para ver que decían.

-¿Ha sido Celia? tiene cara de guarra, eso no se hace. -Me contestó Alicia.

-¡Que cerda! -Y cómo no, Sara fue totalmente sincera.

Si les confesaba que había sido yo, ¿qué iban a pensar de mi? Sinceramente me parece muy fuerte que se tragaran lo de "tengo una amiga...", ¿tan pocas películas habían visto? Yo creía que lo iban a deducir y no me tocaría decirlo, pero no, mis amigos siempre tan tontamente impredecibles. Seguramente por eso los amaba.

El helado de brownie se me hizo eterno. Ellos hablaban pero no podía entender que decían porqué estaba sumamente inmersa en mis pensamientos que se basaban en Marcos, sus labios, su pelo, su todo.

Dos fiestas, tres resacas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora