CAPÍTULO 5

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Habían pasado unas dos semanas desde que Marcos y yo DLR, definimos la relación, y nunca me había llamado ni yo tampoco a él. No porque me faltaran ganas sinó porqué no sabía que decirle. ¿Se suponía que le iba a llamar y a decirle que me apetecía... ya sabeis? 

Era viernes por fin, en el descanso entre clase y clase fui a por un café a la cafetería de enfrente porqué se me estaban haciendo muy pesadas las horas. Para ir más rápido fui sola, si Alicia, Sara y Mateo vinieran tardaríamos dos años en ir y volver, y solo tenía 15 minutos.

Ya me habían servido el café para llevar y cuando quise pagar vi que me faltaban 20 céntimos. ¿Cómo podía ser? Debí haber perdido la moneda por el camino con las prisas.

-Veinte, ¿no? -Una voz masculina que venía de detrás mío se ofreció a pagar mi pequeña deuda.

-Muchas gracias, te debo una.

-Si me dices tu nombre ya no me deberás nada.

Era guapo. Moreno, no muy delgado, ojos verdes como los míos y más o menos de mi edad. Le había visto por los pasillos del instituto alguna vez pero nunca me había fijado en él.

Le dije mi nombre, nos sonreímos y me fui con mi café de vuelta a clase.

Conocer a alguien nuevo había causado en mi un efecto gratificante, durante las siguientes horas solo pensé en él y en como se debería llamar. ¿Se puede ser más estupida? No le pregunté su nombre. ¿A mi que demonios me pasa en la cabeza?

El resto del día no me lo crucé ni una sola vez por los largos y oscuros pasillos de mi horrible insti. Que raro.

Al acabar las clases iba con mis amigos a las ferias de Mayo. Esas ferias significaban para los de ultimo grado que ya estaban aquí los examenes finales y que este fin de semana era el último que teníamos para estudiar o en mi caso para divertirme, ya estudiaría la noche anterior como siempre había hecho y no me iba tan mal.

Paseábamos por las casetas de esas que pagas y tienes que pinchar globos o disparar o pescar patitos para conseguir regalos mientras comíamos chucherías. Mateo comía una manzana caramelizada, Sara y Alicia un algodón de azúcar más grande que ellas y yo un gofre con chocolate. Me encantaban los gofres de chocolate. Eran mi gran pasión.

Las chicas (y si, Mateo para mi es como una hermana más, cosa que le enfada pero me gusta hacerle rabiar), me contaron que una chica de su clase tenía piojos y que se les podía ver andando por su pelo. Y cómo no, me hicieron mirarles por encima a ver si ellas también tenían, bueno, a Mateo no le miré, su corto pelo negro engominado no era un hogar apetecible para esos seres asquerosos.

Una vez acabado el drama de los piojos fuimos a montarnos en la rana, desde siempre había sido una de mis atracciones favoritas. Yo me subí con Sara y Mateo con Alicia. Sara quiso grabar la cara de mareo de Alicia y se le cayó el móvil desde arriba del todo. En vez de preocuparnos nos reímos muchísimo, su móvil era indestructible y una niña pequeña lo había recogido y nos lo dio cuando bajamos.

Ya se hacía de noche y en la plaza de la ciudad faltaba poco para que empezara la fiesta así que de camino a la plaza nos comimos unos perritos calientes.

Llevaba desde las 7 de la mañana fuera de casa con botines, tejanos y una camisa de tirantes rosa, estaba cansada pero de fiesta siempre habían ganas.

En la plaza nos esperaba Alex con las bebidas y Marcos, que por si no lo había comentador, eran mejores amigos.

Esperamos una hora hasta que empezó la musica al aire libre y aquello se llenó de gente de todos los institutos de la ciudad y de los alrededores. Dejamos a los chicos, esta vez Mateo se quedó con los chicos, ahí hablando con otros y guardandonos los vasos y nos fuimos las tres a bailar entre la multitud.

Bailar lo que se dice bailar, no bailamos. La musica era de Mike Posner, Avicii... Y solo podíamos saltar, pero las tres juntas era divertido.

Me giré para ver la gente de mi alrededor y a lo lejos vi el paga-cafés. Les conté a Sara y a Alicia mi cagada de esa mañana y me dieron permiso para irme con él.

Llegar hasta él me costó una mancha de cubata en mi camisa nueva de una chica que tropezó conmigo, pero bueno, esperaba que valiese la pena.

Dos fiestas, tres resacas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora