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Eran las dos de la mañana, Abraham Penlight caminaba por la oscura y ahora desolada calle  donde alguna vez creció, viejos faroles emitían una tenue luz que se reflejaba en los ojos blancos de Abraham, ojos blancos como dos perlas que, irónicamente en vez de atraer a las personas les hacía huir (tal vez por miedo a lo desconocido, o por miedo de que cierta leyenda se repitiera), caminó hasta llegar a su antigua casa, una casa hecha de madera de pino, de dos pisos y con un jardín en la parte de enfrente que solía ser bastante lindo y llamativo. Ahora, la casa se encontraba en una terrible situación, estaba casi en ruinas, en cualquier momento podía derrumbarse y convertirse en polvo.

A pesar de tener unas intensas ganas de entrar y explorarla para recuperar algunas cosas de su infancia que había olvidado ahí, solo se limitó a observar el interior de la casa a través de una ventana y después de observar la vieja consola en la que solía jugar videojuegos, vio un pequeño cuchillo enterrado en el piso de madera de la casa y, sin poder explicárselo a sí mismo, entró por la ventana, haciéndose un pequeño (pero doloroso) corte en el brazo y agarró el cuchillo, lo guardo en su bolso y salió apresurado de ahí. Estando ya afuera, Abraham sintió algo mojado en su bolso, era el cuchillo, estaba empapado de sangre, sus manos y ropa también tenían manchas de sangre. Además, su brazo chorreaba gotas de sangre, dejando pegajosa su chamarra. Contempló la casa desde lejos, y vio el cielo, nubes grises le cubrían, obstruyendo los rayos del sol.

Volteó a ver su vieja escuela, que quedaba a unos metros de su casa y recordó sus difíciles años de juventud, al ver sus ojos, todos se alejaban de él, le decían raro, asesino (ya que podía causar la muerte de quien quiera con solo verle a los ojos y pensar en ello), y entre tantos recuerdos juveniles le vino a la mente una leyenda local, la cual contaba que una vez existió una chica con los ojos completamente negros; decían que ella había llegado a ver a la propia muerte antes de ella morir entre las ruinas de su casa. Pero él no creía en esa leyenda, Abraham era muy escéptico en cuanto a esos temas.

Un ruido le regresó al presente, eran susurros y parecían ser de una mujer...

—Abraham...—susurraba la voz llevándolo por cuadras, dando vueltas y caminando por oscuros callejones para finalmente llegar a una casa en ruinas, el siguió la voz hasta la casa en cuestión sin poder entender lo que estaba ocurriendo. Una figura comenzó a materializarse, Abraham estaba aterrorizado, no se podía mover, era como estar en shock.

Súbitamente, despertó en su cama, sudando por todos lados y sorprendido, todo lo que podía penar era: "¿Qué fue eso?", esa pregunta no dejaba de rondar por su cabeza, así que se levantó de su cama, caminó a la cocina y se preparó algo de comer, eran las tres de la tarde, pero dentro de su casa parecían ser las doce de la madrugada, ya que tenía unas cortinas muy gruesas que casi no permitían a la luz del sol entrar, casi nunca las movía y los focos que tenía alumbraban muy tenuemente.

"Ahhhg, estos sueños, viajes o lo que sean son demasiado desgastantes...", se decía mientras se preparaba para salir, entonces recordó el cuchillo que había levantado, estaba en su bolsillo, manchado de sangre, al igual que su ropa. Había estado manchando de sangre toda su casa, refunfuño al darse cuenta de esto y guardó el cuchillo no sin antes colocar un poco de sangre en un pequeño frasco de vidrio.

Salió, la luz del sol era intensa, tanto que tuvo que volver a entrar a su casa para ponerse una gorra.

Estando ya fuera (otra vez), caminó entre las calles de la ciudad y llegó a una casa en ruinas, la misma de su "sueño". La examinó con la vista, y cuando la callé quedó sola por un momento, el aprovechó y caminó entre los vidrios y trozos de madera y mármol rotos hasta llegar a lo que solía ser el patio, ahí, se recostó en el pasto mojado y contempló el cielo por un momento, entonces escuchó de nuevo la voz de aquella mujer.

—Hola, Abraham. No temas de mí, te he guiado hasta aquí para mostrarte algo...

—¿Quién eres? —Dijo Abraham susurrando. El miedo recorría su espalda en forma de escalofríos.

—Soy Anna, y no hay necesidad de susurrar, puedo escucharte aun sin que abras la boca.

Abraham no sabía que decir, si esto era real y no otro de sus sueños, significaba que la leyenda era cierta, que realmente existió la chica de los ojos negros.

—¿Dónde estás?

—Estoy aquí, allá y en todas partes. Abraham, soy un alma, no tengo forma. —Dijo Anna sin saber si reír o no.

Una luz se prendió en un trozo de madera, parecía estar en llamas. —Bueno, entra ahí, es una entrada a mi realidad, aquí podrás verme.

Abraham estaba a punto de entrar cuando Anna habló de nuevo. —Solo te advierto que, si entras, significa que estás dispuesto a aceptar la petición que te haré.

Eso le hizo dudar, no sabía que es lo que ella le estaba por pedir, ni siquiera sabía si eso era realmente una entrada a otro mundo. Lo pensó por un minuto y, sin tener idea de lo que estaba por venir, entró.

The Savior Donde viven las historias. Descúbrelo ahora