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La luz del día se desvaneció en cuanto entró y al hacerlo, para su sorpresa, el tiempo pareció ralentizarse. En un parpadeo ya se encontraba dentro de una habitación color marrón, decorada con cuadros renacentistas y alumbrada con un gran candelabro de oro. Había una pequeña mesa redonda de madera en el centro acompañada de dos sillas del mismo material, en una de las dos sillas estaba sentada Anna, tomando tranquilamente una taza de té. Abraham se acercó a ella, al verla, se percató de que Anna era muy diferente a como la ilustraban en la ciudad, ella era linda, más de lo que él se esperaba.

—Toma asiento, Abraham. —Él se sentó, Anna materializó una taza con té y se lo ofreció a Abraham, él lo aceptó con gusto y ella prosiguió. —Como sabrás, te he estado siguiendo, o más bien observando... Pero no es con malas intenciones, es que... Abraham, necesito de tu ayuda. —Así, Anna le contó la historia de su vida, no perdió detalle alguno, esto porque recordar no le era un problema, ya que, al ser simplemente un alma sin cuerpo físico, sus capacidades sobrepasaban el límite de la mente humana, podía recordar cualquier detalle de su vida, incluso podía ver por breves instantes el futuro (premoniciones), esto último era el centro de sus preocupaciones. Ella le contó todo acerca de sus nuevos "poderes", y al llegar al tema de las premoniciones se detuvo, vio a las espaldas de Abraham y suspiró. —Lo que pasa es que, siempre que veo el futuro, te veo a ti, sufriendo al intentar salvar a alguien a quien no conozco, creo que es una chica... Pero tú no eres al único que veo, me veo a mí. Se supone que cuando uno muere, su alma toma un descanso eterno, sin embargo, veo que yo no me encuentro así, cuando un alma es incapaz de descansar, es principalmente por que su misión en el mundo sigue inconclusa y... si no se cumple en cierto periodo de tiempo, desaparece, no sé a dónde va, pero no creo que sea un lugar con campos de flores...

—Entiendo, ¿Qué necesitas que haga para ayudarte?

—Ese es el problema, aun no lo sé.

Ambos quedaron en un incómodo silencio, Abraham lo rompió.

—Y todo esto que veo a mi alrededor... ¿es real?

—Sí y no, todo esto es una creación mía dentro de un espacio vacío que me fue asignado como un tipo de hogar en donde puedo crear lo que se me ocurra. —Decía Anna mientras el pequeño cuarto en el que se encontraban se transformaba, la madera del lugar se unía para crear árboles, los cuadros se difuminaban hasta desaparecer por completo y en un abrir y cerrar de ojos, se encontraban en un bosque, la mesa y las sillas seguían en la misma posición, solo que ahora estaban posadas sobre hojas secas.

—Acompáñame, tengo una idea.

Abraham acompañó a Anna a través del bosque, que estaba rodeado de una espesa niebla a la cual se dirigían. De pronto, Anna se detuvo, volteó a ver a Abraham, lo tomó de la mano y lo vio directamente a los ojos. —No te asustes, voy a intentar que tu veas el futuro conmigo, a ver si reconoces algo...

Acto seguido, los dos cayeron dormidos sobre un bonche de hojas. Estando ya en un sueño profundo, se encontraban en una calle, había una pequeña niña al lado de su madre y acompañada de un niño, este último cruzó la calle mientras un auto se acercaba a toda velocidad. El sueño súbitamente se detuvo y de un momento para otro, se encontraban en otro lugar, hacía frío, copos de nieve caían alrededor, y frente a ellos se encontraba un hombre que llevaba unos papeles en la mano, pero Abraham no logró leer lo que estos decían. Por un efímero momento, recordó el día en el que vio sus ojos blancos por primera vez, el miedo que en su momento le causó ver esto regresó y rápidamente despertó.

Se encontraba en medio de las ruinas de la que alguna vez fue la casa de Anna, era ya de noche y había alrededor de él un gran grupo de gente que lo observaba con curiosidad. "¿Cómo logró entrar ahí?" "Seguramente es hijo o pariente de Anna...", se podía escuchar entre tantos susurros de la gente, Abraham se levantó, estaba mareado y tenía nauseas, le dolía todo el cuerpo, estaba agotado, caminó entre la pequeña multitud de gente, quienes le abrieron paso, tal vez por miedo o tal vez por respeto, ya que nadie antes se había atrevido a entrar a aquel lugar, ya que este les provocaba un miedo profundo a que alguna maldición cayera sobre el pueblo.

Caminó hasta su casa, su ropa estaba llena de polvo y desgastada como si la hubiera comprado años atrás, sus zapatos tenían agujeros en las plantas a pesar de ser nuevos, pero lo que más le llamó la atención fue que en su bolsillo se encontraba una tarjeta con una dirección, era la dirección de su antiguo trabajo, el centro de detectives, él había renunciado meses atrás, después de concluir con el caso de una chica que cometió homicidio y finalmente se suicidó. A pesar de reconocer la dirección y tener la oportunidad de ir, decidió ir a casa, y así lo hizo, al llegar tomó un baño, comió algo de fruta y se tiró en su cama, era casi media noche, se estaba quedando dormido cuando escuchó una voz, era la de Anna. —Tienes que ir ahí, Abraham. —Dijo ella.

El, confundido por no saber de dónde provenía su voz le contestó. —¿Por qué habría de ir ahí? ¿Y dónde estás?

Anna río, su risa se escuchó por toda la casa. —Estoy a tu lado, pero recuerda que no puedes verme... Bueno, tienes que ir ahí porque ahí encontrarás algo que tal vez te ayude, ah, y recuerda, a veces, todo lo que necesitas es cerrar los ojos. Te veo, escucho o lo que sea allá.

Abraham estaba por salir cuando sonó su celular, una hora bastante peculiar para recibir llamadas, contestó, era Linda, una amiga suya que conocía desde hacía trece años, ella era alta, pero no más que Abraham, usaba lentes, tenía el pelo largo del lado izquierdo y un poco corto del derecho, y, además, lo tenía pintado de una combinación de rojo oscuro y negro. — ¿Abraham? Soy yo, Linda.

—Hola, lo sé, reconocí tu voz. ¿Qué necesitas?

Linda se quedó callada por un momento para después suspirar y decir "Necesito verte".


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