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Las medias finas deciden romperse en lo que las deslizo por mi pierna. Sé que no será una buena noche; después de todo solo saldré para ahogar penas, y eso nunca acaba bien. Opto por quitármelas, siendo consciente de que me arrepentiré en cuanto cruce el umbral y me enfrente a una de las típicas y heladas noches de mi ciudad.

Termino de acordonar mis borcegos y me dirijo al espejo. Fuerzo una sonrisa al verme reflejada en el, sacudo mi cabeza para darle vuelo a mi morada cabellera y trueno mi cuello. Suspiro, delineo mis ojos y me arqueo las pestañas. Mis labios con su rosa natural, más porque en este desastre no soy capaz de encontrar mi labial, que por fines estéticos.

Cruzo la habitación con cuidado a causa del desastre post-apocalíptico que suele haber en el suelo de la misma. No soy una persona organizada, ni por dentro, ni por fuera.

Lana toca el timbre, mi madre le abre la puerta sonriente y yo la miro un tanto indignada; cada vez que la veo socializar me da nauseas, ella fingiendo ser una persona ejemplar, con una familia perfecta y la vida ideal, y dentro de las paredes de esta casa se vive una realidad distinta, su hipocresía es la culpable de al menos el setenta por ciento de mi malhumor diario.

Ruedo los ojos y la ignoro, paso a su lado como si ella fuera una maceta y arrastro a mi morena amiga conmigo. "Adiós" espeto sin más, haciendo oídos sordos a las habituales preguntas y recomendaciones que hace cuando paso la noche fuera.

-No deberías ser tan cruel con ella.  –dice Lana, lo que provoca que la fulmine con la mirada y ella alce las manos en señal de rendimiento. Siempre intenta aconsejarme, pero la realidad es que raramente le cuento las cosas que suceden en mi entorno, lo que hace que sus palabras sean inútiles.
Siento el cuero frío del asiento delantero en mi espalda desnuda, y la voz chillona de Grace no tarda en apuñalar mis oídos. "Quiero mi sonrisa de hoy" dice. Se supone que deba obsequiarle una autentica sonrisa cada que nos vemos, lo que es prácticamente todos los días. Ella es así, tiene esa actitud ante la vida que la hace querible y hasta necesaria en muchas ocasiones.
Volteo hacia ella, le sonrío y guiño. Mi noche comienza a verse mejor. Lana toma su posición como conductora designada, la habitual, debido a su rechazo a cualquier tipo de estupefaciente. Me dice que si planeo fumar baje la ventanilla y largue el humo en esa dirección, lo que me provoca una sonrisa, jamás entenderé porque es tan reacia en esos temas.

Obedezco a mi amiga y aprovecho a juguetear con el aire, haciendo bailar la mano con la que sostengo el cigarro. Mis amigas divagan entre un tema y otro, yo aporto comentarios de vez en cuando, entre pitadas, pero no dejo de pensar en que quizás debí quedarme en casa. Es viernes y el club siempre revienta de gente este día, lo cual es extremadamente negativo para alguien con los problemas de socialización que yo poseo.

Siento que el auto se detiene y noto que estamos en casa del novio de Grace, donde bebemos antes de entrar a cualquier antro y que entonces todo sea con signo de dólar. No tengo veintiuno aún, pero por alguna razón nadie se detiene a pedirme identificación siquiera; a veces desearía que lo hicieran y así evitarme algunas resacas.

La cabeza de mi amiga pro-alcohol impacta contra el marco superior de la puerta del auto, al mismo tiempo en que Dean nos invita a pasar y todos explotamos en carcajadas. Tomo mi lugar en el sofá, la esquina izquierda, como de costumbre, y vocifero el nombre del dueño de casa para que me prepare uno de sus famosos vodkas sour de cereza.

Después de beber tres cuartos de una botella de vodka en distintos tragos y un par de cervezas, partimos rumbo al club. Grace y Dean daban un show digno de una película porno en el asiento trasero, Lana conducía haciendo catarsis sobre una discusión que mantuvo con su abuela y yo me limito a asentir cuando parece necesario. No tengo mayor participación en este grupo.

La música anula mis sentidos y activa mis caderas. Bailo un par de canciones y me parece  un buen momento para ir por un tequila, tomo a Grace por la muñeca y la llevo conmigo a la barra.

Dos tequilas después mi cuerpo se siente muy relajado y comienzo a ser social. Esta es la razón por la que bebo, cuando estoy ebria soy la mejor versión de mí. La que actúa por lo que siente y no por lo que piensa. Cuando bebo, la gente me acepta.

Despierto en mi cama y mi cabeza pesa más de cien toneladas. Gruño y me estiro para alcanzar el vaso y la pastilla que religiosamente dejo en mi mesa de luz cuando llego pasada en copas. No sé cómo logro recordarlo cada vez, pero lo hago. 

Me incorporo y ato mi cabello en un rodete, miro la hora y grito para comprobar que, como de costumbre, nadie está en casa. Camino a la cocina encuentro mis borcegos con resto de vomito en la punta, lo que me regala un par de flashes de cuando sostuve el cabello de una desconocida mientras vomitaba en la acera frente al club.

El humeante café matutino me ayuda a reflexionar. ¿Por qué sigo haciendo esto?. No soy más que una suicida intentando llegar a su meta en cuotas.

Mi psicóloga lo llama "victimizarse" o algo por el estilo, nunca la oigo con claridad. Estoy obligada a ver su cara desde la última vez que intenté suicidarme y fracasé. Hace dos meses, y desde entonces no he vuelto a pensar en hacerlo, después de todo, ya no tiene sentido, estoy muerta en vida.
Prendo un cigarro, a sabiendas de que mi padre odia el olor a tabaco quemado dentro de la casa. Lo termino y apago el mismo en mi mano, hago una mueca de dolor y acabo lanzando la colilla a través de la sala de estar. Una marca más a mi piel no le hace nada, ya tengo mis muñecas decoradas con anchas y rosadas cicatrices. A veces pienso que son bonitas, otras veces simplemente las cubro para olvidar que están ahí. Dean siempre dice que mis cortes me hacen ver interesante, eso denota su nivel de inconsciencia y baja moral.

Aún no reviso mis mensajes, no quiero oír anécdotas impulsadas por el nivel de alcohol que ingerí. Abro mi álbum de fotos y golpeo mi frente al ver que me fotografíe con un grupo de chicos que no recuerdo, y que tengo videos que prueban que bebí al menos cuatro shots de tequila más.

-Faith, ayuda a tu padre con las bolsas –La voz de mi madre me cae como baldazo de agua y me devuelve a la realidad. Paso la siguiente media hora escuchando cuán fantástico es el nuevo mall que inauguraron hace una semana, como si saber el color predominante del mismo o el tipo de gente que parece frecuentarlo solucionara nuestros problemas como familia.

Tres camisetas y un par de jeans como tregua por el fin de semana, supongo. Así lo veo yo. Mis padres creen que llenándome de cosas bonitas borrarán mi resentimiento hacia ellos, y a veces, la mayoría del tiempo, yo también deseo que lo hiciera.

Mi padre tiene una amante. Su nombre es Olivia, y mi madre lo sabe. La oigo llorar en su oficina, y veo como llegan botellas de whisky un martes y para el viernes ya están vacías en el basurero. George, mi desempleado padre, solo se limita a proyectar en negocios que nunca concreta y llevarse con ellos el dinero que gana Claire, mi madre, en el bufete de abogados.

El sonido de una llamada entrando en mi teléfono me desconcierta, miro la pantalla y un número que no tengo agendado brilla ante mis ojos. Atiendo.

-¿Qué tal la resaca? –Pregunta una ronca y profunda voz al otro lado del auricular. Me hace sonreír, y no tengo la menor idea de quien se trata.

-¿Quién habla? –Cuestiono algo tímida. Temiendo que sea algún amante de la noche anterior, o aún peor, alguien haciéndome una broma. No suelo repartir mi número por la sociedad.

-Peter, Faith, Peter Temple, quien te llevo a casa anoche.. –Noto cierta decepción en su voz, como si yo debiera acordarme de el. Entonces asumo que estuve con este chico, que lo besé, porque más allá no puedo haber llegado, reservo mi himen para quien realmente lo aprecie. Pero eso es historia aparte.

Me quedo en silencio, sin saber si debo preguntar si perdí mi virginidad anoche, o si solo llama porque olvidé agradecerle el aventón.

-Gracias por eso, pero no recuerdo mucho de anoche –Confieso en lo que froto mi cien.

faith. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora