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-¿Y Ronald? ¿Peter? ¿Acaso llegué al Jeep siquiera? –Soy consciente de lo paranoica que sueno, y de que ella no debe tener ni una mínima idea de lo que hablo.

Me confirma mis sospechas mirándome con cara de "ya te dije lo que sé". Suspiro y me siento a los pies de la cama, paso una mano por mi cabello y miro al cielo raso.

-Debes irte a casa y tomar una ducha, amiga, tienes vomito en el cabello y apestas a fiesta. –Ríe al terminar su tierna frase. Me levanto y salgo de allí sin decir ni una palabra mas.

Espero el bus en la parada que está a cinco cuadras de la casa de Lana, junto con un viejo lascivo. Gasto lo que me queda de dinero en los bolsillos para pagar el pasaje y me acomodo en un asiento libre del fondo, entre un niño y una señora de aspecto peculiar. 

Me bajo cuando me corresponde, y solo entonces, cuando quiero fumar un cigarro, noto que no llevo mi mochila conmigo, si tengo mi chaqueta puesta, pero nada de lo demás. Cierro los ojos e intento no entrar en crisis, probablemente está en el coche de Lana y no la vi por la sugestión del momento. Me aferro a esa posibilidad y camino hasta mi hogar.

Al cruzar el umbral, me encuentro con mi hermano, de pie frente a mi. El alma se me encoge y me siento plenamente avergonzada por el aspecto que debo tener.

-Al parecer alguien olvidó para que existen las duchas.. –Se burla de mí y abre los brazos como pidiendo un abrazo. Me acerco y se lo concedo, rogándole a la vida que no diga nada sobre el olor a vodka que emana mi cuerpo.- Arréglate antes de que lleguen, no les sumes más preocupaciones.
Con las preguntas atragantadas en mi garganta, decido no discutir y voy a ducharme. Mientras el agua hace su trabajo, analizo la frase de mi hermano. Supongo que él piensa que ellos son conmigo como fueron con él. Buenos padres, que se amaban y eran felices de tener un hijo que cuidar. Pero Mike y yo tenemos 6 años de diferencia, y, desde que el se fue ha pasado tiempo, y ellos ya no son los mismos.

Mientras la lluvia de la ducha golpea mi espalda desnuda, me pregunto qué es lo que trajo a Mike hasta aquí. Seguramente el abuelo, antes de morir, le pidió que viniera. Mi hermano y el siempre discutían por el hecho de haberse alejado de la familia, pero nunca llegaban a nada, después de todo, fueron ambos los que nos dejaron.

Cuando termino, solo apago el agua y me quedo sentada allí, desnuda y temblorosa. Entonces es cuando el peso de la realidad se cierne en mis hombros. Mi abuelo murió, y no existen suficientes Marshalls en el planeta que acallen ese dolor. Quiero gritar, pero mi voz no sale.

Unos golpeteos en la puerta me liberan del trance, pero antes de poder reaccionar, escucho un estruendo y sé que es madera impactando contra el suelo. Corren la cortina, y solo atino a cubrir lo que más pueda de mi cuerpo con mis brazos.

-¿Por qué mierda no respondes, Faith? He tirado la maldita puerta pensando en que estabas rajándote las venas una vez más. –Allí está, la delicadeza de los Daniels. Michael siempre fue igual de insensible, pero que haya sido contra mí, y cuando me encuentro tan vulnerable, me tomó tan por sorpresa que no pude poner la barrera entre los sentimientos y el mundo real. Estoy llorando, pero sé que no lo nota porque se cubrió los ojos al notar mi desnudez.

Seco mis lágrimas y batallo con mis instintos naturales para que no se oiga ningún sollozo. Me estiro para tomar la toalla y cubrirme con ella. Salgo de allí lo más veloz que puedo y me meto en mi habitación. No llego a la cama antes de derrumbarme en el suelo, no tengo más fuerzas, no por hoy. Miro mi alrededor en busca de mi celular, el cual diviso en un bolsillo de mi chaqueta. Después de arrastrarme hacia ella, lo tomo y compruebo que está sin batería. Resoplo y me rindo, no puedo hacer ni un mínimo esfuerzo más.

Abro los ojos y sigo allí tirada, siento mucho frío, lo que me hace levantarme e introducirme en mi cama en el acto. Conecto mi celular a la corriente para ver que hora es. He dormido al menos unas tres horas, y todo en mi habitación luce exactamente igual, ni la puerta han abierto. Inhalo. Exhalo. Y solo un par de segundos después mi celular comienza a dar una sinfonía de ringtones.

La pantalla muestra que tengo mensajes de todo el mundo, familiares lamentando mi perdida, Lana preguntando por mi ubicación, Grace y Dean, ambos preocupados, pero lo más importante, la leyenda "Peter te ha enviado una foto" brilla ante mis ojos. Me quedo helada.

Escondo mi celular bajo la almohada y ahogo en la misma un grito. Seguro soy yo besándome con Ronnie. Lo sabía. Soy la reina de las idiotas. Decido solo responder los mensajes, y prolongar lo más que pueda mi contacto con esa fotografía. Por otro lado, Ronald no me ha intentado contactar, lo que puede ser algo bueno para mí, después de todo, quizás ni hable con el y solo es mi imaginación.

Lo hago. Abro la foto, respiro hondo en lo que se descarga, y cuando al fin lo hace el alma me vuelve al cuerpo. Solo es una foto de mi mochila. Pero como mi lista de preocupaciones se niega a decrecer, tiene un mensaje que dice "dejaste esto en mi auto, cenicienta".

Aparentemente ayer estuve en el coche de cada bendita persona en esa fiesta. Golpeo mi frente y respondo con la verdad. "Gracias por guardármela, pero no recuerdo como llego allí". "Seguramente olvidaste tomarla después de perder la virginidad, Faith" grita mi voz interior.

Después de meterme en mi pijama, me dirijo a la cocina, y mientras revolvía la heladera en busca de algo de comer. Escucho los pasos de George avanzando en mi dirección.

-No fuiste al colegio hoy, no intentes mentirme ni nada. Fuimos por ti, y no estabas allí. –Don novedades ha hablado.

-No, no fui, te recuerdo que mi abuelo falleció y, al contrario de ti, yo si tengo sentimientos, y sufro cuando pierdo a alguien. –Espeto sin dirigirle la mirada en lo que saco sobras de quién sabrá cuando. Meto la bandeja en el microondas y me siento en el mesón a sabiendas de que esto hará rabiar a mi padre.

Antes de marcharse, respira hondo y aprieta los puños al decirme algo como que le estaba haciendo la vida bastante difícil, o algo así, decidí hacer oídos sordos. Abro la puerta del microondas antes de que el molesto chillido sonara y me dispuse a ingerir algo después de bastantes horas de ayuno. 
Jamás unas papas mal recalentadas y algo que debió ser pechuga de pollo me había sabido tan celestial, estaba famélica y había decidido ignorarlo. No me sorprende, anoche simplemente ignoré todo lo que sentía.

Revuelvo mi placard en busca de algo decente que usar para no derrumbar por completo la imagen que mi hermano conserva de mi. Creo que la última vez que me vió llevaba un sweater rosa que usé solo esa vez, unos jeans y converse. Sacudo la cabeza y decido mandar eso a la mierda, no estoy de humor para jugar a ser la princesita de nadie. Recojo mi morada cabellera en un rodete desordenado, me pongo una camiseta gigante con el logo de coca-cola, mis botas y una camisa a cuadros amarrada a la cadera por si hace frío.

De más está aclarar que no tengo pensado respirar el mismo aire que mi madre mientras pretende que su vida sigue en pie delante de su preciado hijito mayor. Tomo mi celular en busca de alguien que me de excusas para huir y Peter dice "Te cuento si vienes a la tienda". Suena bien para mi.

En cuanto mis pies terminan de descender la escalera me topo con Mike, quien me escanea de arriba abajo y hace una mueca que  no logro descifrar.

-No habrá momento oportuno para decir esto asique solo lo haré.. –Dice mi hermano, y mi mente va a mil por hora imaginando que otro huracán podría avecinarse.

faith. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora