Asesinato.

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—¡Mamá!— gritó de manera desgarradora.

—Por favor, cállate— dije tapando su boca.

Sus pequeños dientes se apresuraron a atacar mi mano.

—¡Niña quédate quieta!— le grité en el oído.

—¡Mamá!— respondió —¡Mamá Ayúdame!

Sus gritos eran fuertes, y en algún momento alguien la oiría. Mi flujo sanguíneo llego a su máxima velocidad, sentía como la adrenalina corría por mis mejillas y notaba como lentamente el sudor se expandía por mis manos.

—¡Mamá!— volvió a gritar más fuerte.

Y actúe, sin pensarlo, sin dudarlo, me cegué por el temor a que alguien me descubriera y solo pude reaccionar cuando la pequeña pero mortal bala, acabó con la vida de la pequeña niña que tan sólo contaba con 7 años.

—¡Carajo!— dije rompiendo en llanto —¿Qué hice?— la escena era aterradora.

La sangre comenzó a esparcirse por el asfalto del frió callejón. Me acerqué al pequeño cuerpecito ya sin vida. Empecé a temblar. ¿Qué clase de monstruo haría esto? ¿En que me convertí? Tan solo era solo una niña.
Su mirada estaba perdida, sus labios aun estaban rojos, y su pecho ya no tenía ritmo, no tenía compás, ya no subía y bajaba acorde con su respiración, ya no tenía vida. YO se la había quitado.

Pasó aproximadamente un cuarto de hora, cuando a lo lejos se escuchaba el agudo y temible sonido de, lo que supuse, era una patrulla.

Entonces corrí, dejando atrás la atrocidad que había cometido. Mientras corría las lagrimas no cesaban, me sentía tan culpable, tan bestial, nunca pensé que podría causar tanto daño a las personas.

Me detuve a tomar aire. Mire al cielo, su oscuridad y sus pronunciadas nubes grises convocaban una gran tormenta, no podía borrar de mi mente el inocente rostro de mi víctima y tuve la certeza de que en algún momento lo pagaría.

Me senté en un banco de aquel parque en el que viví mi infancia, recordé cuando mi madre me dijo "Has de hacer el bien para que te hagan el bien".

Sentí que mis ojos estaban vacíos, ya no me salían lagrimas, un agudo y profundo dolor surgía de mi pecho, y ya no respiraba, solo una que otra vez, salía de mi boca un largo suspiro.

Al entrar a mi casa, Freya se acercó a mi, la gata que había encontrado en la calle hace unos meses. La acaricié y un largo ronroneo me hizo sonreír. Era como si me consolara.

Entré a mi habitación y me despojé de la camiseta que tenía, saqué el arma de la parte trasera de mi pantalón, una pistola 9 mm. Me quedé viéndola, y las lagrimas socorrieron al llamado de mis ojos. La dejé en la cajonera, me tumbé en la cama y comencé a sollozar.

Pasaron cuatro horas desde que me quedé dormido, al levantarme miré por la ventana, el arcén estaba húmedo y la llovizna golpeaba el cristal, Tenía hambre, pero me faltaban ganas de probar la comida. Sentía una profunda tristeza, sólo deseaba retroceder el tiempo y no haber apretado el gatillo que micra/segundos después impulsaría la bala.

La venganza no trae nada bueno, y ahora entendía el significado.

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