Dévorah.

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Su voz, era tan delicada como las flores de primavera. Pero, ¿Quién era? ¿Qué quería?.

Ella entró a mi casa como si se tratase de la suya, dejó su abrigo en el perchero y se acomodó en el gran sofá rojo de la sala.

—¿Qué haces?— dije cuando reaccioné.

—¿No invitas a esta dama a algo de beber?— respondió con extremada elegancia.

—¿Quién eres?— pregunté acercándome. 

Aquella mujer cruzó las piernas, yo me senté en el sillón de en frente sin dejar de mirarla, era alta, de contextura delgada, su corto y rubio cabello caía suavemente sobre sus hombros, sus delicadas manos reposaban sobre su vestido blanco.

—Deja de verme así. mi nombre es Dévorah, soy testigo de tu abyecto crimen en contra de Alicia Lennon— su tono de voz, su mirada, su postura, ¡todo en ella se tornó amenazante!.

Cada célula de mi cuerpo se cargo con adrenalina al tope, me abalancé sobre ella y empecé a apretar su cuello cegado por el miedo, y solo me detuve cuando el conocido sonido de una pistola al cargarse se oyó justo en al costado de mi cabeza.

Dévorah, de una patada me tiró al suelo, y poniéndose a horcajadas sobre mi, me puso el arma en la frente.

—¡Deja de jugar a ser un maldito asesino!— gritó —¿No te bastó con Alicia? La pobre niña que vivía en un mundo de fantasía. ¡¿Qué más quieres Arón?!.

Cerré los ojos y las lágrimas empezaron a brotar, aquella mujer tenía razón, ¿qué sucede conmigo?, me cubrí el rostro con las manos en un intento por no demostrar mi interno dolor, Dévorah dejó la pistola de lado y me abrazó. Tan fuerte como pudo, consolándome como un niño indefenso. Nadie me abrazó nunca desde la muerte de mamá y quizá era lo que alguíen como yo necesitaba.

Luego de unos minutos ambos nos levantamos del suelo.

—¿Harás lo correcto Arón?— los ojos de Dévorah me miraban penetrantes.

Agaché la cabeza, no quería ir a prisión, pero tampoco quería seguir viviendo así.

—Arón, tienes diez minutos, sino decides yo llamaré a la policía— susurró Dévorah.

Miré a la chica en busca de compasión, tiene cierto parecido a Alicia.

—Por favor, dame más tiempo. 

—¿Cuánto? 

—Dame una semana, antes de ir a prisión quiero hacer ciertas cosas.

Dévorah pone el dedo en la comisura de su delicada boca, cierra los ojos como si estuviera pensando.

—¿Qué fecha es?— pregunta abriendo los ojos.

—Doce de agosto— respondo en un suspiro ahogado.

—Tienes hasta el veinte de agosto, Arón, no intentes huir. Sabes que te vigilo.

Asiento lentamente. Dévorah se despidió y me dejo allí en la sala de mi casa, pensando, muriendo, dolorido.

Pero, ¿Qué sentido tenia ir a prisión?. Ya estaba hecho, no había marcha atrás, Alicia estaba muerta e ir a prisión no la devolvería a la vida. Pero así es la vida, hacemos las cosas tarde.

El AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora