¿Mamá?

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Caminé a mi habitación, me sentía observado, tenía una gran extraña sensación de estar acompañado, dirigí mi mirada hacia ambos lados en busca de algún expectador oculto, pero mi búsqueda no tuvo éxito.

—¡Riiiing!— el inesperado sonido del teléfono me exaltó.

Me acerqué y lo tomé. Antes de llevar el teléfono a mi sentido de la audición tuve un mal presentimiento, tuve el mismo sentimiento acre que sale a flote cada que inicia el otoño.

Lleve el teléfono a mi oído.

—Aló— dije con voz firme intentando no demostrar mi miedo.

—¡Aló!— repetí aun más fuerte al no obtener la más mínima respuesta.

Una respiración se oía del otro lado, era firme, pero al mismo tiempo meliflua.

—¿Vas a hablar?— dije un poco más calmado.

—Soledad, un estado de aislamiento o reclusión— respondió, su voz estaba distorsionada por algún aparato.

—Lo sé, ¿Quien eres?— dije al mismo tiempo que miré por la ventana.

—Olvido, la acción voluntaria o no de dejar de recordar.

—Solo dime tu nombre— empecé a desesperarme.

—Horror, algo que no sólo disgusta sino que a su vez.... perturba.— Aquella ultima palabra fue un suspiro.

Esta vez, la voz, sonó mucho más aberrante que las veces anteriores, así que colgué, sin duda, sin compasión. Miré nuevamente a ventana y tuve la sensación de ver que algo se movió detrás de mi.

—Soledad, olvido, horror— el susurro de aquella persona me petrificó.

Volteé rápidamente y al hacerlo recibí un golpe impío en la cabeza. Caí al suelo. Me costaba ver. Todos mis sentidos se desconectaron y me dormí, me desmayé.

* * * * *

Al abrir los ojos noté que estaba en un oscuro callejón, me incorporé y di algunos pasos en círculos analizando el lugar.

Empecé a recordar los sucesos.

¿Cómo llegue hasta aquí? Me pregunté a mi mismo. El callejón era demasiado extenso, tanto, que no lograba ver la calle transitada, las personas, ni las casas; y me sentía muy débil como para caminar hasta allá.

Soledad.

El ambiente se tornó pesado, una densa neblina cayó sobre el callejón impidiéndome ver más allá de unos veinte centímetros.

Olvido.

La temperatura empezó a descender, cada segundo transcurrente se sentía más frío. Sentí miedo.

Horror.

Me acosté en el suelo, abracé mis rodillas, no podía ver, mi cuerpo empezó a temblar, hacía demasiado frío como para pensar en algo, sentí que empecé a congelarme.

Soledad. Olvido. Horror.

Soledad. Olvido. Horror.

Soledad. Olvido. Horror.

¡Basta!, esas palabras se repetían en mi mente, su voz perturbadora y llena de vilipendio, no me dejaba en paz.

Mi boca temblaba, y ello hacia que mis dientes rechinaran cada vez que hacían contacto, me sentía solo, olvidado y lleno de horror.

—¿Mami no volverá?— le pregunté al oficial de la policía.

Lo siento niño dijo el oficial.

Aquella imagen de su funeral apareció en mi mente. Soledad. Olvido. Horror. Mamá. Horror. Soledad. Olvido. Olvido. Olvido. Mi cabeza empezó a dar vueltas, pero de repente se detuvo, porque sentía que estaba conmigo.

El olor de su cabello se hizo lugar en mi olfato, la sentía a ella, la sentía aquí. La sentía real.

Empezó a decirme cosas mientras acariciaba mi cabello.

Tranquilidad.

Su voz era hermosa, sentía que me llenaba de vida, me llenaba de calor.

Quietud.

Deje de temblar, la niebla se fue esparciendo, recobré mi aliento, mi visión.

Inmarcesible.

Aquella última palabra fué no más que un suspiro en el viento. Sólo la oí una vez y la oí de su boca hace muchos años, algo inmarcesible es algo que no marchita, algo que no muere.

Miré al cielo. ¿Mamá estuviste aquí?

El AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora