6: Huida.

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—Quédate quieto, —gruñó Temari, sostuvo, a Shikadai y lo vistió con una camiseta, shorts y sandalias rápidamente.

—No mi gusta, —Shikadai hizo un puchero y se cruzó de brazos, odiaba aquella camiseta color violeta, era de niña. Le dedicó una mirada fulminante a Temari.

—Pues no me importa, mocoso, —susurró la rubia  de forma amenazadora, observándolo de la misma manera, sus miradas de igual color se observaban fijamente con la misma expresión, como si estuvieran batallando para ver quien tiene el poder.

— Ay, ya déjense de tonterías, par de problemáticos, —se quejó Shikamaru, dejando el periódico e incorporándose. Tal vez ese niñito era parecido a él físicamente, pero el carácter era definitivamente de aquella rubia. —Vamos, Temari.

Lo bueno de la situación era que ambos eran delegados de sus aldeas, o sea, que trabajaban juntos para pactar normas y observar el desempeño de los Ninjas en las aldeas vecinas.

Shikamaru y Temari no se hablaban mucho, él era muy terco y vago, ella muy mandona y gritona, no se toleraban ni por mucho tiempo, pero trabajaban bien juntos, lo que era una ventaja.

Shikadai levantó la cabeza para ver a su "madre" a los ojos, tenían la misma expresión de cautela. Pero, lejos de hartarla, lo que dijo el niño la dejó sorprendida.

—Quiedo arriba, —ordenó apuntandola. Ella levantó la ceja y no pudo evitar que sus mejillas enrojecieran, sabía que ese vago los estaba mirando. Que vergüenza.

Tomó al niño de las axilas y lo cargó, dándole una mirada a Shikamaru para que trajera las cosas de este, el Nara bufó y tomó el bolso de comida y juguetes, que problemático. Salieron del apartamento momentos después, el sol iluminaba la aldea de forma tenue y la temperatura era agradable, los tres caminaban por las calles rumbo a la oficina en donde debían hacer sus respectivos deberes para sus aldeas.

Al poco tiempo llegaron a destino, dejaron al niño jugando con unas hojas de papel y lápices mientras ellos revisaban los documentos. Gran error. Shikadai pudo ver la puerta abierta y, como se esperaría de un niño de tres años, salió.

El lugar le parecía demasiado grande, caminó por un largo pasillo lleno de fotografías tenebrosas de personas quienes lo observaban fijamente; observó a su alrededor y se encontró sólo. En sus labios apareció un puchero y sus ojos se llenaron de lágrimas, estaba solo y nadie lo buscaría nunca más, temía que algún mounstroso animal pudiera llevárselo y comérselo.

Se sentó en el suelo en medio del pasillo y pronto sus sollozos hicieron aparición, cerró los ojos y los cubrió con sus pequeñas manos, había hecho mal en dejar la sala, ahora estaría solo por siempre.

O eso imaginaba.

Gaara observaba unas carpetas mientras caminaba por el pasillo, se detuvo y alejó los documentos de su cara para observar lo que había enfrente, se sorprendió al ver a un pequeño niño llorando en medio del pasillo, su cabello estaba recogido en una coleta azabache y se cubría los ojos, ¿Quién sería? De seguro estaba perdido. Suspiró, era mejor no dejarlo sólo.

Se acercó a él con sigilo y se puso de cuclillas a su lado.

—Ey, niño, —habló despacio, Shikadai lo miró rápidamente con los ojos enrojecidos —¿Por qué lloras?

El niño no respondió y lo observó, rápidamente pudo reconocer esos amables ojos verdes y el cabello rojo, aunque el peinado gracioso no estaba ahí en ese momento. De repente, sonrió.

—¡Tío! —gritó con euforia y lo abrazó. Gaara abrió los ojos con sorpresa y su mente se movió con velocidad ¿tío? Revisaba sus recuerdos, no recordaba a ningún sobrino,—¡viniste a salvarme!

Futuros... ¿Padres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora