Mes a líneas

Ojos y miradas

¿Acaso hay algo que pese tanto como la culpa en la mirada de un ser querido? La decepción en sus ojos, la hemorragia en tu pecho y el perdón en el cielo. Un cruce de palabras de odio por arrepentimiento... ¿Acaso me compensan todas esas miradas por tus ojos en ese eléctrico ardor al mirarte tan de cerca? No culpes quien soy. Culpa mis actos, mis intentos, culpa mis fallos y rescata mi voluntad, mi intención, rescata mi poseía y no la olvides jamás. Mi (segunda) canción de amor. De otro será, decían. Y de otro resultó ser... ¿Dónde están los versos que me debes? En cualquier vaquero a punto de desabrochar el desenfrenado frenesí en el más sentido borde de la lujuria. Lujuria. Lujuria. Eso me hiciste, lujuria. En eso me convertí, en lujuria. De compañía, la soledad, que poco a poco ella también quiso ser lujuria.
¿Para qué te vas si ahora vuelves con la cara de otra, con la misma ropa y sus aromas, la sonrisa encajada en otro cuerpo y con esos profundos ojos castaños amanecientes en la herida? ¿Para qué te vas si vuelves, y me torturas con tus apariciones en la sopa, en la calle, en los charcos y hasta en los ojos de mis amantes? ¿Para qué vuelves si no quiero saber lo que has cambiado? ¿Para qué vuelves si no quiero verte? No verte, no tocarte, no nombrarte, no susurrarte, recordarte, no quererte, extrañarte, y que no vuelvan a encontrarme tus oscuros ojos castaños. Lo siento, tal vez te estoy hablando sin abrir la boca, sólo con mi mirada, mi mirada rota que no se cansa de alumbrarte en el más vago recuerdo, de buscarte, en la más mínima calle, en cada frase, en cada verso que nunca te escribí. ¿Adónde queréis llegar, ojos castaños? Prefiero no saberlo, mirada gris.

Perdón, sí, perdón. Nunca quise nada que os hiciera daño, ojos verdes, castaños y dorados.