Capitulo 3

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Por supuesto, era de esperar que él se aprovechara de su desgracia; desgracia que nunca pidió ni tampoco pudo evitar cuando su hermana le pidió que la acompañara al club para averiguar si su marido le estaba mintiendo al decirle que se reuniría con sus primos en la casa de uno de ellos y que hablarían de negocios, por eso no podía llevarla. Pero Rose resultaba ser insegura y desconfiada de las palabras del pobre Harry que le amaba sinceramente; así que obligó a su hermana menor a escabullirse en ese terrible lugar, a terrible hora, para atraparlo en sus supuestas mentiras <<Seguramente pagan a las prostitutas y a mí me viene a decir que hablaran de negocios por eso no puede llevarme>>, le decía Rose a Lizbeth mientras la convencía de acompañarla hasta que amenazó con inventar un calumnia en su contra y que su padre la castigara quitándole sus libros que tanto le gustaban e impidiéndole visitar a su querida tía en Francia. Así que terminaron yendo al club y nunca se sintió más disgustada por el trato que recibían de parte de los hombres en ese lugar, pues las mujeres que entraban al club eran las meretrices que rondaban en busca de clientes por satisfacer. Rose parecía no importarle, estaba dispuesta a encontrar a Harry, aunque Lizbeth le repetía que no estaba allí, que era evidente que le había dicho la verdad y no la engañaba con ninguna prostituta como lo había pensado; pero Rose no se convencía aun y decidió esperar a que él llegara, porque tenía que llegar, claro. Lo último que pudo recordar fue haber recibido amablemente un vaso de agua, cortesía del cantinero que se percató de su incomodidad y que palidecía de miedo; luego, nada. Despertó en un barco mercantil, propiedad de un Conde y rumbo a América; además desnuda y sin virginidad <<Dios mío, perdóname>>, imploraba a los cielos, también por Rose porque quizá ella no tuvo tanta suerte <<Mi padre va a matarnos>>.

Todo lo que pensaba era en volver a Londres para averiguar, primero, si su hermana estaba con bien, sana y salva, y si no había corrido con la misma desgracia que le tocó a ella. Después de eso, se encargaría del resto, de su padre y su madrastra que insistirían en la denigración social que este escándalo traerá a la familia y demás. Ya ni siquiera pensaba en llevar el caso a los tribunales, eso agrandaría el asunto, aumentaría las habladurías en su contra y seguramente le causaría pésima fama como candidata a ser la esposa de alguien <<Ahora sí, no habrá hombre digno ni sensato que me quiera>>, pensó castigándose. Pero para descubrirlo debía regresar a Londres; lo pensaba demasiado y solamente llegaba a una misma conclusión <<¡No, de ninguna manera sucumbiré a esto!>>.

La noche fue la que llegó, y Michael, como de costumbre, no conseguía dormir aun. Daba vueltas por su camarote, tomó un libro para leerlo pero no podía concentrarse en la lectura; estaba demasiado alborotado, su mente no lo dejaba descansar ni le daba tregua de los pensamientos que despertaban sus más íntimos deseos y locuras. El Conde siempre necesitaba una mujer en su cama para poder satisfacerse y después dormir; si no era así, sus noches eran largas, sin concebir el sueño; era una diferente cada noche, selecciones muy especiales para complacerse, y a la mañana siguiente tenían prohibido despertar en la misma habitación que él, esas eran sus reglas, nunca tenía objeciones ni excepciones. Hasta ahora.

Lo peor no era tener el deseo sexual, sino tener a una dama en su barco, si bien no cumplía con sus exigencias, pero era una mujer que le había dado placer como ninguna otra. Él sí recordaba ese imprevisto encuentro con Lizbeth, aunque no se enfocaba en cómo ni cuándo o dónde la conoció, le interesaba más el acto sexual en sus aposentos; pensaba en eso, y el deseo por repetir la experiencia incrementaba, haciéndose notorio en sus excitados sentidos. Pero no iba a reconocerlo, no iba a cambiar sus inquebrantables reglas otra vez; tampoco estaba dispuesto a rogarle a una mujer <<Ni que estuviese enamorado>>, pensó; no había razones suficientes como para ir a buscarla y suplicarle que le complaciera una vez más.

Adicto al amor | Michael JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora