Dahlia concentró todas sus fuerzas en mantener una apariencia serena, aunque el pánico la dominara por dentro. Con una voz algo trémula, alcanzó a articular una breve frase apenas audible.
—¿Quién eres y en qué puedo ayudarte? —fue lo único que se le vino a la mente en ese momento de zozobra.
La criatura la contemplaba con una mirada vacía de toda emoción, como si tuviera ojos de muñeca. Ladeaba la cabeza primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda, con un movimiento gradual y pausado, el cual le daba una apariencia mucho más animal que humana. Parecía estar emparentada con alguna clase de pajarraco. La textura y tonalidad de su piel daban la impresión de que estaba muerta, pues era blanquecina y opaca. Por todo su rostro le corrían unas sinuosas líneas negras, bastante gruesas, que le salían desde la oscuridad de sus cuencas y se extendían como el ramaje de un árbol, simulando las marcas que deja el maquillaje que se ha corrido por derramar muchas lágrimas. Sus labios estaban amoratados y resecos, los típicos síntomas de hipotermia. Y si acaso respiraba, lo disimulaba a la perfección. Vestía una especie de kimono que le llegaba a la altura de las rodillas, bien ceñido a su delgado cuerpo, el cual estaba hecho de muselina cenicienta muy brillante. Sus grisáceos cabellos los llevaba recogidos en dos protuberantes moños a los lados de la cabeza. Comenzó a avanzar con lentitud hacia Dahlia, pero no lo hacía caminando, pues sus pies descalzos y enlodados no rozaban ni un solo centímetro del suelo. Ella se desplazaba levitando.
Dahlia estaba casi fuera de sí, como si aquello que le sucedía fuese un mal sueño del que pronto despertaría. Se frotó los ojos repetidas veces, pero la espera se prolongaba y la pesadilla no terminaba. Después de un largo rato, el pesado silencio se rompió. Ella decidió hablar.
—Disculpa mi brusquedad de hace un momento, sólo quería evitar que te fueras. Ven conmigo, mi niña. Sé que has estado muy triste y sola, pero no te preocupes, tus penas acabarán pronto. He venido para consolarte —declaró con una melodiosa voz de poetisa. —Nunca más estarás desamparada. Como tú hay muchos, querida, personas de todas las edades que el resto del mundo ha olvidado. Pero no nosotros, eso jamás. Toma mi mano y te guiaré hacia la más cálida bienvenida que tendrás en tu vida. La Legión de los Olvidados está deseosa de recibirte, pequeña.
Escucharla decir aquellas confortadoras palabras embelesaría a cualquiera. Las pronunciaba con tanta suavidad y sentimiento que casi era posible palpar el afecto que transmitían. Dahlia sintió en su interior una extraña familiaridad, como si su mismísima madre le hablara a través de aquel misterioso ser extraterrenal.
La estupefacción de la niña seguía acrecentándose. No le habían dicho nada cariñoso o amable desde que Déneve partió. La dulzura del mensaje que escuchaba sin duda la atraía, pero no podía evitar que el miedo resurgiera tan pronto "ella" terminaba de hablar. "Su rara apariencia y su particular manera de movilizarse no pueden ser algo normal," pensaba Dahlia. "Pero con lo que me ha dicho, no parece que quiera lastimarme," razonaba un tanto confundida. Entonces, decidió hacerle más preguntas a la criatura para así salir de todas sus dudas.
—¿Cómo te llamas? Mi nombre es Dahlia. Mi mamá me llamó de esa forma porque las dalias eran sus flores favoritas. Seguro que tú también tienes una historia que contar acerca de cómo te escogieron tu nombre —espetó ella, con toda la naturalidad que le fue posible mostrar.
—En la Legión, me llaman Galatea. Ese nombre me hace honor y me describe a la perfección, pues su significado alude al color pálido de mi piel —respondió el extraño ente de apariencia femenina.
—Oh, ya veo. Me parece un nombre muy bonito, ¿sabes? Pero cuéntame más sobre esa Legión de los Olvidados que tanto mencionas. Vives ahí con ellos, ¿cierto? Me gustaría que me describieras cómo es el lugar y lo que haces allí —dijo Dahlia, con un poco más de confianza en sí misma tras la reacción positiva de Galatea.
A pesar de la inocencia de las preguntas de la niña, el semblante de la criatura cambió. Parecía un tanto irritada, e hizo un despacioso movimiento pendular con su dedo índice izquierdo, indicándole a Dahlia que no le iba a contestar eso. Solo se le acercó a la pequeña para mirarla bien de cerca. Estuvieron cara a cara por unos segundos, tras lo cual le dio un ligero toque en la frente con el mismo dedo que antes utilizó para negarse a hablar, sumiendo a la jovencita en un profundo sueño. Despertó al día siguiente, cuando ya había amanecido, acostada en su cama. No había rastro alguno de Galatea, así que la niña comenzó a dudar de que aquella experiencia de la noche anterior en realidad hubiese sucedido. "Tuvo que ser un sueño, o tal vez aluciné un poco. Quizás debo dejar de ir al estanque por un tiempo," masculló entre dientes mientras se desperezaba, estando aún recostada.
Tardó unos quince minutos en salir de la cama. Se sentía muy pesada y adolorida, y no conseguía detener la sucesión de bostezos que le sobrevino desde que despertó. Se duchó en un dos por tres con agua helada, creyendo que tal vez así se despejaría un poco, pero no le dio resultado. Estaba agotada, como si hubiera pasado en vela toda la noche. Se colocó el uniforme del instituto tan rápido como pudo, pues se le estaba haciendo tarde para ir a las clases del día. Cuando caminó hacia su cómoda para verse en el espejo ovalado, mientras se peinaba su desordenada melena, profirió un fuerte alarido por el susto que le ocasionó el reflejo que contempló. Justo en medio de su frente tenía una horrible marca rojiza en forma de rombo. "¡¿Cómo rayos me hice esto?! ¡No puedo ir a la escuela así!" exclamó consternada. Decidió ponerse un pañuelo blanco en la cabeza, lo que la hacía lucir como una pirata, pero al menos así podía cubrirse por completo la llamativa marca.
Salió de su habitación corriendo a toda prisa en dirección a la cocina. Emil aún no se había levantado, o quizás ni siquiera había vuelto, pero Dahlia ya no tenía tiempo de averiguarlo. Abrió el refrigerador, tomó un trozo de pan añejo y una manzana algo descompuesta, los puso dentro de su mochila, para luego irse disparada hacia la caseta del autobús escolar, el cual pasaría en unos cinco minutos a lo sumo. Ese día por primera vez estuvo agradecida de que nadie en la escuela la determinara. Tenía una cara de cansancio indisimulable, con unas notorias ojeras bajo un par de enrojecidos ojos. Y para colmo, tenía que llevar puesto ese ridículo pañuelo para que la dichosa marca no sobresaliera. Se sentía espantosa, así que se consolaba con la indiferencia total de sus compañeros de clase. Sin embargo, las curiosidades en su vida no desaparecerían. Las rarezas no habían hecho más que dar comienzo y ahora vendrían a raudales.
El profesor de literatura ese día presentó a un alumno irlandés que recién se incorporaba a la escuela y que sería su nuevo compañero. Era un chico algo bajo y delgado, de piel bronceada, cabello liso de tono castaño claro y ojos rasgados de un celeste turquesa muy poco común. Su nombre era Milo, y venía a pasar un ciclo lectivo en los Estados Unidos como estudiante de intercambio. Luego de que lo terminó de presentar, el profesor le asignó su lugar. El único asiento que estaba disponible se encontraba justo al lado de Dahlia. Milo se dirigió en silencio hacia su puesto, colocó sus cuadernos sobre la mesa y se sentó con sumo cuidado.
No pasó ni un minuto cuando el chico se volteó de manera disimulada hacia Dahlia. Con una gran sonrisa de simpatía en su rostro, la cual revelaba unos graciosos camanances, le dijo a ella en voz baja: —¡Hola! ¿Cómo te llamas?
Dahlia se quedó sin respiración por un momento y, tras unos segundos de estupor, le contestó titubeante: —Mi nombre es Dahlia. Me da mucho gusto conocerte, Milo.
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La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]
Fantasy[EN LIBRERÍAS DE AMÉRICA LATINA Y DE ESPAÑA GRACIAS A NOVA CASA EDITORIAL] La lívida mano de una siniestra criatura con apariencia de mujer se extiende hacia ti. Sus largas y puntiagudas uñas son tan oscuras como el abismo, su rostro blanco parece h...