El beso de la muerte

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Dahlia sentía que cada una de las partes de su cuerpo con las que antes le hubiese sido posible ejecutar gráciles movimientos se había transformado en un pesado monolito. Millones de finísimas punzadas gélidas le taladraban la cabeza con furia, impidiéndole pensar con claridad. El tamaño de la abertura entre sus párpados superiores e inferiores no llegaba a más medio milímetro. Jamás había tenido la cara tan hinchada y acartonada como en ese preciso instante. La increíble velocidad con la que se daba el secuencial intercambio entre cada diástole y sístole, además de su sibilante respiración, hacían del cuerpo de la rubia un enorme manojo de nervios. La ansiedad se había apoderado de su psique y le estaba carcomiendo con gran voracidad las entrañas. Quería gritar con todas sus fuerzas, mas su garganta estaba reseca y maltratada. Ni siquiera un breve suspiro podía emanar desde el interior de su caja torácica sin que eso le significase un lacerante malestar en el esófago. Sin embargo, una extraña y agradable onda calórica expansiva que generaba el cuerpo del joven comenzó a devolverle poco a poco la salud física y mental que las estremecedoras escenas contenidas en la última pesadilla le habían arrebatado de forma súbita y cruel.

—¿Qué... me... pasó? ¿En... dónde... estoy? —susurró la chica, de manera entrecortada, despaciosa y casi inaudible.

—¡Shhh! Tranquila, Dahlia. Deja las palabras para después, ¿de acuerdo? Tú sólo preocúpate por reposar. Yo me encargaré de todo lo demás —le afirmó Cedric, mientras abundantes cascadas de afecto se desbordaban desde sus chispeantes orbes.

—Pero... yo... tengo... que... buscar... al... cisne...

—¡Basta de cisnes por el momento! No seas tan terca y guarda silencio, por favor. Es por tu propio bien.

El príncipe colocó su dedo índice derecho sobre los labios de la muchacha, reforzando así el mensaje que acababa de darle mediante sus solemnes palabras. Ella sacudió la cabeza de un lado al otro varias veces e intentó incorporarse, haciendo acopio de la muy escasa reserva de fuerzas que le quedaba.

—¡Déjame ir! Yo... debo... cumplir... con... mi... misión... —replicó la chiquilla, con la voz ronca.

—Parece que has decidido ignorar todos mis consejos, ¿verdad? ¡Sé razonable! ¿Es que nunca piensas en tu propio bienestar?

La rubia parecía estar arrojándole afiladísimos dardos a través de sus ojos.

—No me mires así, sabes que tengo razón... Ya sé que no tengo autoridad alguna sobre ti ni quiero resultar latoso, pero me has forzado a darte órdenes tajantes y a obligarte a cumplirlas. ¡No te muevas y no hables!

Acto seguido, los fibrosos brazos del Taikurime rodearon a la joven cual si fuesen gruesas cadenas de acero. Ella comenzó a contorsionarse y a patalear, en su afán por soltarse. Estaba obsesionada con ir tras el cisne de inmediato. No obstante, luego de unos cuantos minutos, cayó en cuenta de que era inútil seguir desperdiciando su casi nula energía en batallar con las poderosas extremidades de Cedric, así que se quedó quieta. No obstante, mantuvo su cabeza girada hacia un costado, con tal de no mirarlo a los ojos. La graciosa mueca de su boca y las arrugas en su frente revelaban que no estaba a gusto con lo que sucedía.

—Comprendo muy bien el hecho de que estés enojada conmigo, pero no me voy a disculpar por lo que acabo de hacer. Necesitas descansar, lo quieras o no. Por lo tanto, si he de retenerte como prisionera con tal de que te pongas bien, con gusto lo llevaré a cabo.

—¿Por qué haces esto? Nadie te obliga a ayudarme. Yo misma te pedí que me dejaras en paz... —inquirió la chica, susurrante.

—Es increíble que no lo hayas entendido... ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? ¿No has podido darte cuenta todavía de algo que resulta tan obvio?

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora