« Capítulo Diez »

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- ¿Qué pasa, colega? - Preguntó Aurel apoyándose sobre el marco de la puerta.

El gordo de delante suyo, iluminado por la luz de la luna, le lanzó una mirada fulminante. Rebuscó entre sus ropajes viejos para sacar un papel arrugado y tendérselo al joven.

Aurel agarró el papel sin pararse a leerlo, sabía perfectamente que era.

- ¿No te lo vas a leer? - Cuestionó el bronce secamente.

- No, ha surgido una gran amistad entre nosotros y la base de la amistad es la confianza, ¿verdad? - El muchacho sonrío burlón, aún sin dejar su posición impidiendo la entrada a su hogar.

- Hace una hora que ha anochecido y me quiero ir pronto de aquí, así que apártate de la maldita puerta.

Aurel se echó para atrás e hizo una reverencia sin dejar su chispa de burla.

El bronce se paró en medio del rellano, delante de las escaleras, quieto, silencioso, cambiando sus ojos a color bronce.

Mirando todo aquello que su increíble visión le proporcionaba, escuchando hasta el más mínimo bostezo que se oyera en un radio de cincuenta metros.

Brisa permanecía quieta, casi sin respirar. La herida dolía como miles agujas clavándose sobre su piel a la vez y sin descanso.

Su vista se comenzó a nublar mientras miraba como la sangre salía de su brazo. El tiempo se detenía y no avanzaba, y ella solo quería salir de ahí.

Aurel observó al bronce, sabía que estaba detectando la presencia de un humano en la casa.

El sexto sentido de los monstruos, detectar humanos.

- Aquí hay alguien humano. - Sonrío el bronce con la victoria plasmada en su rostro.

Aurel formó una mueca de obviedad, mientras continuaba sonriendo.

- Fui a buscar una humana a la Casa de la Comida hace cuanto, ¿tres, cuatro días?

- ¿Y aún no te la has comido? - Preguntó el bronce juntando sus cejas, pareciendo un ogro.

Un ogro monstruoso. Aurel no pudo evitar reír con su pensamiento, cosa que solo hizo enfurecer más a aquel viejo gordo y feo.

- No me fastidies monstruito. - Aurel gruñó cabreado, él ya era un monstruo mayor. Aún así, continuó sonriendo burlón. - ¿Cuatro días y no la has ni probado? ¿A caso crees que soy estúpido?

El muchacho río fuertemente, porqué conocía la respuesta de esa pregunta sin meditarlo mucho.

Brisa escuchó la risa del chico a la lejanía, lo que solo hizo que aumentara su pánico. ¿Y si Aurel no era tan bueno cómo ella creía que era? Al fin y al cabo, era uno de ellos.

Intentó coger grandes bocanadas de aire, pero la sensación de que el oxígeno se acababa, no ayudaba con los mareos que la atacaban. El conjunto de la sangre que corría por su brazo más el olor que había cogido el aire a ella, acabó dando resultados.

Todo se volvió negro para ella.

El bronce se acercó a grandes zancadas a la nevera seguido de Aurel, que caminaba con las manos en los bolsillos y a pasos lentos.

Se detuvieron delante de la nevera. Aurel cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, sus ojos marrones se habían cambiado por los dorados. Así él podría sentir lo mismo que aquel viejo monstruo. El bronce posó una de sus sucias manos en la manilla.

La abrió y al momento un gran olor a sangre les sacudió su olfato de monstruos.

.

Alba salió de la granja de sus abuelos cargada con tres cajas enormes de diferentes productos, desde botellas de leche hasta algo de carne.

Siendo Un MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora