« Capítulo Quince »

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Mendacium observó su alrededor impasible, durante lo que pudieron ser horas.

Aurel se exasperó, sus ojos ardían como si poseyeran su propio fuego interior, no encontrando la manera de evitar la continuación de todo aquel asunto, la manera de evitar que todo siguiera convirtiéndose en oro.

Mendacium alzó su mano, y al instante, ésta se encontraba sobre la cara del joven. Aurel no se inmutó, aún así, sus ojos sí notaron el impacto. Comenzaron a brillar con más fuerza.

Todo aquello que aún permanecía intacto, comenzó a transformarse en oro más rápidamente. En cuestión de segundos, todo aquello que se podía percibir, brillaba con su propia aura.

Aurel que había notado el cambio de tiempo en la transformación, trató de explicarle a Mendacium la hipótesis que le recorría la mente. Más no, su boca no era capaz de invocar a los sonidos que correspondían.

- D-dime... co-sas boni...tas. - Murmuró el joven tras un gran esfuerzo.

Mendacium rascó su barbilla con tranquilidad, a la vez que se dejaban de escuchar las voces de dentro de la habitación de al lado.

Aurel se alteró.

Dentro de aquel cuarto, los dos hombres se observaron confusos. De repente, un rayo dorado travesó el umbral bajo la puerta, haciendo que uno de ellos, el más impulsivo, se levantara de un salto. El otro, le detuvo con una mano, para ordenarle que volviera a su asiento y permaneciera en silencio.

Mientras tanto, en el exterior, Aurel todavía esperaba a que Mendacium dejara de poner raras muecas y le recordara alguna cosa buena.

Al final, suspiró pesadamente, hasta exclamar:

- Alba.

Aurel trató de borrar toda aquella neblina de su mente, para centrarse en la chica que Mendacium había nombrado. Recordó todo aquello que había vivido junto a ella: los juegos, las risas, las clases de su abuela, las excursiones por el bosque, sus travesuras, sus promesas...

Los ojos del joven se cerraron por inercia, y en cuanto se abrieron, todo el oro desaparecía por momentos.

- ¿Ya has dejado de hacer gilipolleces con tus ojos, monstruito? - Exclamó Mendacium con tranquilidad.

Al instante, unos pasos, en el interior, corrieron hasta la puerta. Aurel se alteró, incapaz de pensar en aquel momento. En cuanto ésta se abrió, Mendacium la volvió a cerrar de un puñetazo. Dos sonidos resonaron por aquel edificio; un alarido de dolor proveniente de una nariz rota y la voz de Mendacium en una tranquila orden.

- Corre.

Aurel se lanzó a la carrera, y Mendacium no tardó en acompañarle. En apenas cinco segundos, ya se encontraban en la trampilla por la cual habían entrado. Aurel, quien había llegado primero, transformó su dedo por la garra característica, la introdució en el pequeño agujero, giró y al instante, ésta se encontraba abierta.

Sin demorarse demasiado, los jóvenes saltaron al interior, cayendo estrepitosamente sobre aquellas húmedas alcantarillas.

Corrieron los primeros cien metros, y al percibir que nadie les perseguía, se limitaron a continuar con un ritmo suave.

Frente a ellos, alguien comenzó a correr también, pero sus pasos no se aproximaban, no, éstos se alejaban de ellos.

Aurel y Mendacium compartieron una mirada rápida, y en menos de un segundo, comenzaron a acelerar para averiguar quien era aquél que huía de ellos.

Al localizar a su presa, que por la velocidad no era posible que fuera humana, Mendacium saltó sobre ella, acabando los dos en el suelo.

El monstruo gimoteó adolorido, a la vez que Mendacium se alzaba en pie al ver que no tenía la intención de escapar. Aurel se arrodilló al lado del chico tumbado para, con una de sus manos, obligarle a que le mirara. Al poco descubrió que era ni más ni menos que el bronce que habían lanzado por el agujero anteriormente. Éste, con sus ojos brillando con el color bronce, le observó atemorizado. Aurel se percató de las jóvenes facciones del chico, al igual que las suyas, o incluso más.

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⏰ Última actualización: May 27, 2017 ⏰

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