Me desperté. Otro día más. Miré mi móvil. Eran las doce y media. Entré para ver si tenía alguna llamada perdida o mensaje, pero nada. Solté un largo suspiro. Me levanté a duras penas, despegándome de mis sábanas. Hacía ya un mes desde que empecé esta etapa.
Volví al instituto anteayer, y sobre mi mesa de estudios tenía una pila de cosas que hacer: deberes por hacer, apuntes atrasados... No tenía ganas. Realmente no tenía ganas de hacer nada. Me acerqué a la ventana. A pesar del sol resplandeciente que lucía el día, lo seguía viendo todo negro.
Me dolía todo el cuerpo, como si me hubiesen disparado varias veces y hubiesen conseguido abrirme una brecha en el corazón, pero sin llegar a matarme del todo.
Mi primo me dijo que con el tiempo lo acabaría superando, pero para mí el tiempo era algo eterno. Cada hora, cada minuto, era un infinito interminable.
Salí al pasillo. Olía a café. Mi primo sujetaba una taza en la mano mientras leía el periódico. Llevaba el pelo medio rizado de color castaño claro, era poco más alto que yo y me sacaba cinco años, pero nos llevábamos genial.
-Tienes unas pintas horribles. - dijo sin tan siquiera mirarme.
-No me has visto.- le dije sin demasiados ánimos. Arrastre los pies hasta llegar a la silla que estaba enfrente de él. -Y mi aspecto me da igual...
-No necesito mirarte para saber que tu aspecto da pena.
Miré su periódico. Un papel que no llegaba al tono blanco, lleno de palabras y más palabras en negro, y de vez en cuando una foto de una calidad dudosa.
-¿Alguna noticia interesante?- le pregunté. Esta vez sí que levantó la mirada.
-Ninguna sobre ella si es lo que preguntas.- contestó. Mi rostro se volvió algo más sombrío. Me levanté y volví a arrastrar los pies por el pasillo.
-¿A donde vas?
-A pegarme un tiro no si es lo que piensas.- le respondí sin pararme.
El recuerdo de cómo empezó todo seguía vivo en mi mente.
Era un agosto caluroso. Me había ido con mis padres de vacaciones a la playa, pues desde hacía unos años teníamos un piso cerca de ella. Era un pueblo pequeño pero acogedor. En verano siempre había bastante ambiente, pues, además de la playa, también había bares y discotecas. Pero incluso la playa era acogedora, ya que era semicircular y estaba resguardada por varias rocas a ambos lados y un mar bastante tranquilo y cristalino. Me gustaba ir, pero no tenía con quien estar además de mis padres y, de vez en cuando, mi primo, quien venía y se quedaba en la habitación de invitados. Los días que estaba en el piso, eran los mejores, pero aquel verano se quedó estudiando y no pudo venir en ningún momento, así que decidí invitar a un amigo a quedarse unos días.
Una mañana decidimos ir a la playa temprano para coger un buen sitio antes de que se llenara. Extendimos las toallas y mi amigo cogió el móvil para chatear.
-Peter, ¿con quién hablas?- le pregunté.
-Con una amiga. Resulta que también veranea por aquí. ¿Te parece bien si viene? Hace tiempo que no la veo.- dijo sonriendo. -Fijo que te cae bien.
-Claro.- le respondí.
Siguió chateando durante un rato y nos tumbamos a la playa. Su amiga no tardó mucho en aparecer. Antes de que se acercara me la quedé mirando. Lo que más relucía en ella era su precioso pelo dorado que brillaba con el sol y le tapaba parte de su dulce carita. Su cuerpo delgado iba ligeramente tapado por un suelto vestido blanco que le llegaba hasta las rodillas. Iba descalza y, de vez en cuando miraba a la arena para ver por donde pisaba. Volví a mirar hacia arriba y me fijé en cómo se agarraba uno de sus brazos, indicando la timidez que tenía. Sonreí, no pude evitarlo. Venía acompañada de otra chica, un poco más baja que ella, de pelo castaño, largo y también ondulado. Llevaba la frente tapada por un corto flequillo. Caminaba más suelta, dando la sensación de ser más abierta.
-Hola Peter- saludó a mi amigo cuando llegaron.- Te presento a Allison.
-Hola Angie. Yo también tengo a alguien que presentarte. Este es Adam.
Angie me miró, sonrió y se acercó a darme dos besos. No pude evitar mirarle a los ojos. Los tenía de azul oscuro, casi castaño. Parecía una auténtica muñeca.
-Encantada.- me dijo. También Allison se presentó.
Esa mañana fue la mejor de todo el verano. Nos bañamos en el mar, hablamos y nos reímos de todo, e incluso dimos una vuelta por las rocas que había a los lados de la playa.
-No es muy cómodo andar por aquí descalza...-comentó Allison.
-Lo sé, pero si avanzas un poco en marea baja llegas al parque y allí podremos tomar algo.
Al lado de la playa había una colina separada por las rocas que se encontraban encima del mar, y dentro de aquel bosque se hallaba una pequeña cafetería, así que decidí llevarlos. De repente escuché un pequeño grito. Miré para atrás y vi a Angie tirada en una roca. Le ofrecí la mano y ella me sonrió y la aceptó. De alguna forma, sabía que aquella chica no era como el resto. Había algo especial en ella.
-Podemos regresar a la playa si se os hace difícil el camino
Al día siguiente Peter volvió a la ciudad, dejándome solo con mis padres de nuevo. Sin embargo, Angie mostró interés por seguir quedando, y eso hicimos. A medida que quedábamos me iba pareciendo más encantadora. Era dulce y cariñosa conmigo, y eso me gustaba. Pero, como todos los años, el verano llegaba a su fin y, ese año, no iba a ser de menos.
ESTÁS LEYENDO
Nunca dejé de quererte, Angie
RomanceAdam es un chico como cualquier otro. Su vida era normal hasta que en una fiesta se encuentra con Angie, una antigua amiga a la que no veía desde hacía años. Se enamora locamente de ella, pero un día desaparece sin dejar rastro alguno. ¿Acabará sabi...