CAPÍTULO 9: Donde mis amigos virtuales se preocupan por mí

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Contrariamente a lo que esperaba, mamá tuvo sentimientos encontrados con la idea de irme de vacaciones.

Por un lado, le encantaba la posibilidad de que conociera el mundo más allá de mi casa, la escuela y el hospital. Estaba seguro que también le atraía el tiempo libre del que iba a poder disfrutar sin tener que estar pendiente de mí.

Por otra parte, sabía que se sentía culpable. Desde que papá murió, cuidar de mí era su exclusiva responsabilidad. Yo era un discapacitado necesitado de ayuda para realizar algunas de las tareas más sencillas como bañarme o cambiarme la ropa. Pasarle esa carga a alguien más no le resultaba sencillo. Para el caso, tampoco era sencillo para mí tener que depender del padre de Catalina para que me ayudara  a ponerme las zapatillas o los pantalones. Ni qué decir para ir al baño.

Catalina le había explicado que su padre, como médico, estaba capacitado para cuidar de mí. Su hermano también me iba a ayudar.

¡Genial! Imaginen la sonrisa en mi rostro cuando lo dijo.

En caso que no lo hayan notado, eso fue sarcasmo. 

Lo último que quería era estar en deuda con el joven Darth Vader. Por lo poco que había escuchado de su conversación con Cata, no parecía ser la persona más amable del mundo.

Sin embargo,  la perspectiva de pasar quince días en compañía de Catalina hacía que incluso eso fuera soportable.

Mamá se quedó pensativa un rato largo. Finalmente me preguntó:

— ¿Tú quieres ir, Sebas? ¿Te sientes seguro yendo?

Eso, en lenguaje materno, equivalía a una autorización firmada y sellada. Mamá era así, ponía mi bienestar por encima del suyo, aún cuando estar dos semanas alejados fuera en contra de sus instintos maternos.

Yo ya había tomado la decisión hacía tiempo. Estar lejos de Catalina me dolía mucho más que las incomodidades que tuviera que soportar. Mi sexto sentido me decía que rechazar su invitación significaría el fin de nuestra amistad.

— Sí mamá. Me gustaría ir. Va a ser lindo hacer algo distinto que estar encerrado entre cuatro paredes.

Era un golpe bajo, lo sabía, pero era la única manera de despejar todas sus dudas. Ella me dirigió una mirada cargada de culpa.

— Sebas, perdóname. Sabes que desde que murió papá hago lo que puedo. Estoy sola para todo, apenas doy a basto con el trabajo y las cosas de la casa.

Yo levanté mi mano para que hacer que se callara antes de que comenzara a recitar el rosario de la culpa.

— No lo dije para que te castigues. Lo dije porque quiero ir.

— Bueno, si es lo que quieres te doy permiso. Pero lleva el celular y el cargador. Quiero que mandes muchos mensajes de texto y fotos y me cuentes cómo la estás pasando. Si no te llegas a sentir cómodo me avisas y te voy a buscar aunque tenga que perder el día en el trabajo.

Conociendo a mi madre como la conocía, era muy capaz de manejar 400 km hasta Tandil, para traerme de vuelta.

— Sí , mamá. Quédate tranquila. Aprovecha el tiempo libre para disfrutar.

— Yo no tengo vacaciones de invierno en el trabajo, amor.

— Igual. Sal con una amiga. Ve al cine a mirar una película. Disfruta un poco.

Mamá hizo un gesto que tanto podía significar "ni loca", como "ya veremos". Después se encaró con Catalina y le pidió:

— Me gustaría poder hablar con tus papis sobre el tema. Quizás no lo parezca, pero Sebas necesita algunos cuidados especiales.

Un misterio llamado Catalina (SAGA DE LOS INMORTALES#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora