CAPÍTULO 15. Donde nos ponemos en forma

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Los ex desahuciados bajamos todos juntos al salón comedor conversando y riéndonos. Éramos cuatro condenados a muerte que habíamos recibido un indulto milagroso. Nos sentíamos eufóricos.

Poco a poco, iba ganando más confianza con las muletas y mis piernas se sentían un poco más fuertes.

El comedor seguía el estilo de las demás habitaciones de la vieja casona. Salón amplio, techos altos, construcción robusta y estilo antiguo.

El doctor Aguirre, su esposa Leonor, Alan y Catalina están sentados en una mesa. Catalina estaba ubicada al lado de Alan y tenía el ceño fruncido. No había tocado su comida. El joven Darth Vader me dedicó una sonrisa de superioridad. Decidí ignorarlo.

A pocos metros, habían dispuesto otra mesa para nosotros.

— Siéntense, por favor — indicó Leonor poniéndose de pié ni bien nos vio entrar –. Ya les traigo la comida.

— ¿Precisa ayuda, Leonor? — se ofreció Daiana.

— Sí, Daiana, si no te molesta.

— Para nada.

Al poco rato, regresaron cargando dos bandejas con nuestra comida. La verdad es que tenía mucha hambre. Aparentemente no era el único. Durante varios minutos lo único que se escuchó fue el ruido de los cubiertos contra los platos y nuestras bocas masticando.

— No puedo creer lo bien que me siento — exclamó Germán—. Todavía me parece increíble poder respirar sin ponerme a toser o que me arda el pecho.

— Yo no puedo creer que no me duela nada — convino Daiana —. Todavía tengo miedo que en cualquier momento vuelvan a aparecer los dolores como cuando desaparece el efecto del calmante.

—   Comparto el sentimiento — dijo Giuli con la boca llena apuntando a Daiana con el tenedor —. ¡No puedo creer que tenga tanta hambre!

— Come tranquila que tienes mucho por rellenar. Eres piel y huesos — comentó Germán.

— ¡Siempre tan simpático tú! — gritó Giuli tirándole un trocito de pan.

— Todavía me cuesta creer que pueda caminar — intervine antes de que empezaran una guerra de comida —. Estoy acostumbrado a ver las cosas desde otra altura. Ahora todo me parece distinto.

— Ya te vas a acostumbrar — me alentó Giuli.

Cuando nuestros platos estuvieron vacíos, el doctor Aguirre golpeó el tenedor contra su copa para pedir silencio. Todos dejamos de conversar y le prestamos atención.

— En primer lugar quería brindar por nuestros invitados y su exitosa recuperación, y darles la bienvenida a nuestra familia —alzó su copa y nos señaló con ella.

El doctor y su esposa aplaudieron con entusiasmo. Alan dio un par de palmadas de compromiso sin ningún entusiasmo, y Catalina directamente permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho.

Alan intentó pasar un brazo por encima de su hombro, pero ella se liberó con un movimiento brusco.

— En segundo lugar, quería informarles acerca de algunas reglas de la casa: cada uno es responsable del aseo de su propia vajilla, de su ropa y de la habitación. Por razones obvias no tenemos personal de cocina o de limpieza.

— Supongo que tu novia le fue con el chisme a su papito —susurró Giuli en mi oído.

Yo asentí.

—  Que conste que nunca fue mi novia, y ahora ni siquiera la considero una amiga —dije entre dientes en un murmullo.

— Es bueno saberlo — respondió Giuli. Su rostro se iluminó con una sonrisa.

Un misterio llamado Catalina (SAGA DE LOS INMORTALES#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora