CAPÍTULO 20: Donde conocemos a Don Christian

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Catalina se quedó a vivir conmigo en la despensa del restaurante. En camas separadas, obvio. Don Christian era de mente abierta, pero no tanto como para dejarnos dormir juntos. Sospecho que a Catalina tampoco le hubiera fascinado la idea de que tuviéramos relaciones. La primera noche yo me ofrecí a dormir en el suelo y le cedí a ella mi cama. Al día siguiente de su llegada, lo primero que hicimos fue comprar una cama para ella.

También, de forma casi natural, empezó a trabajar en el bar. Don Christian simplemente le dio un delantal y guiñándole un ojo le dijo:

— Atiende la barra y hazte cargo del club de admiradoras de tu novio.

Ella aceptó el trabajo con una sonrisa, feliz de poder mantener alejado el enjambre de chicas que usualmente querían acercarse a mí.

— ¿Hoy no atiende Sebas? – solían preguntar

— No, ahora la barra la atiende su novia – respondía Catalina señalándose a sí misma y mostrando dos hileras de dientes perfectos.

Yo estaba feliz sólo con tenerla para mí todo el tiempo, todo el día y toda la noche.

Don Christian estaba encantado con ella.

Todas las mañanas los dos salíamos juntos correr por la orilla del lago. Nuestras carreras usualmente terminábamos con una sesión de besos. Si no fuera porque teníamos que trabajar en el bar hubiéramos pasado todo nuestro tiempo abrazados escuchando el ruido del agua golpeando contra la orilla y admirando la montañas.

Catalina parecía dispuesta a recuperar el tiempo que habíamos estado separados pasando cada minuto posible conmigo. Se anotó en el mismo gimnasio al que yo iba, y también comenzó a tomar las mismas clases de wing chu. 

Una mañana al llegar al restaurante conversando y riendo, nos sorprendió ver que don Christian nos estaba esperando con dos tazas de chocolate caliente.

Había algo extraño en la expresión de su rostro que hizo que me pusiera alerta.

— Don Christian, ¿pasa algo? – le pregunté con cautela.

El sonrió. Era una sonrisa franca y tranquilizadora.

— No, no pasa nada. Pero creo que ya es tiempo de que ustedes dos me cuenten su historia.

Sentí que mi corazón se detenía. Catalina me apretó la mano.

— ¿Qué historia, don Christian? - pregunté.

— ¡Vamos, chicos, que soy viejo pero no soy tonto! Dos adolescentes solos, sin nada, ni nadie, no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta que están escapando de algo o de alguien. O quizás se fugaron porque están viviendo un amor prohibido.

Yo abrí la boca para empezar a hablar pero él me detuvo levantando el dedo índice de su mano derecha.

— Antes de que empiecen a decir nada, déjenme aclararles dos cosas: la primera es que no voy a juzgarlos. Soy lo suficientemente viejo como para cargar mi propia mochila de equivocaciones.

Me miró primero a mí y después a Catalina para asegurarse de que lo habíamos entendido. Entonces continuó:

— La segunda es que si me mienten, me voy a dar cuenta. Después de todo lo que he hecho por ustedes, creo que merezco que me cuenten la verdad.

Yo la miré a Catalina como para pedir su autorización. Ella asintió levemente con la cabeza y me apretó la mano.

Sorbí un trago de chocolate caliente para humedecer mi garganta y comencé:

— Lo primero que debe saber es yo nací paralítico debido a una rara enfermedad...

Entonces le conté toda nuestra historia desde el comienzo.

Un misterio llamado Catalina (SAGA DE LOS INMORTALES#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora