CAPÍTULO 11: Donde "los desahuciados" nos conocemos mejor

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El doctor Aguirre aparentemente no tenía ningún problema en que conversáramos entre nosotros. Así que decidimos aprovechar la situación para conocernos mejor y pensar entre todos cuál era el mejor curso de acción a tomar.

— ¿A ustedes también les sacaron los celulares? – pregunté.

Todos asintieron.

— ¿Así que la hija se hizo pasar por tu novia? – me preguntó Giuli.

— Sí... Creo... No sé... – dije lanzando un hondo suspiro –. La verdad que no sé qué había entre nosotros. Por momentos parecía algo más que una simple amistad. Si me estaba engañando la verdad es que merece un Oscar. O quizás sea que yo soy demasiado estúpido como para creer que alguien como ella podría llegar a amar a alguien como yo.

A continuación les conté un resumen de mi historia con Catalina. Cuando terminé, me sentí como un tonto, pero también más aliviado.

Giuli frunció el ceño y me miró varias veces a lo largo de mi relato con expresión confundida. Era como si quisiera preguntar algo pero no se animara. Finalmente, enlazó su brazo con el mío y apoyó su cabeza pelada sobre mi hombro. Supongo que dentro del mercado de desahuciados yo no estaba tan mal después de todo. Giuli tenía un aspecto realmente frágil y enfermizo. Su piel lucía reseca y era casi transparente.

— ¡Me imagino lo que debes estar sintiendo! Lo mío con Alan no fue tan intenso. Él era mi asistente terapéutico. Conversaba conmigo, era amigable, simpático. Se interesaba por mí como persona. No me trataba como una moribunda, sino como una persona. Eso, para alguien en mi situación, es mucho. No me gusta que la gente sepa que tengo cáncer, aunque cada vez es más difícil disimular.

— ¿Cuánto tiempo te queda? – le preguntó Daiana con el tono despreocupado que utilizaría si hablara del clima.

— Todo depende del nuevo tratamiento experimental que comencé. Pero los médicos calculan que unos dos años – respondió Giuliana.

— ¿Dos años? ¡Eso es un lujo! – exclamó Daiana. Tenía los ojos pintados con una enorme sombra de color violeta y los labios color ciruela–. Yo ya tengo metástasis. Con suerte me quedan seis meses de vida. A mí también me pusieron en un tratamiento experimental, pero no tengo demasiadas esperanzas.

Soltó un suspiro lastimero.

— Bueno, yo podría llegar a los 24 o 25 años. Así que por ahora voy ganando – bromeó Germán –. Todo depende de cuánto resistan mis pulmones.

Enseguida comenzó a toser como para reforzar sus palabras.

Sólo un grupo como el nuestro podía reírse de esa manera acerca de la propia muerte.

— Yo no tengo fecha límite, aunque es claro que no voy a llegar a viejo. Así que, como parece los voy a sobrevivir a todos ustedes, si quieren pueden dejarme algo en su testamento – bromeé.

Giuli me dio un débil puñetazo en el brazo.

— Ahí tienes un adelanto – dijo con una sonrisa.

Germán soltó una carcajada que se transformó en una tos seguida de ahogo. Rápidamente  colocó una mascarilla sobre la boca y abrió la llave de una pequeña garrafa que supuse contenía oxígeno.

— Okay. Nada de emociones fuertes para Germán. Chicas, conserven sus ropas puestas – volví a bromear. Es algo que hago cuando estoy nervioso.

Germán levantó su dedo pulgar.

Giuli se quedó mirándome con un brillo especial en los ojos. Era una mirada que yo conocía muy bien: la clase de mirada que dedicarías a alguien que jamás podría llegar a ser tuyo.

Un misterio llamado Catalina (SAGA DE LOS INMORTALES#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora