17- Elsa

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Una auténtica delicia. Estoy pegada a un arco iris y a un copo dorado. Ante mis ojos cerrados desfilan un montón de colores y matices, un sinfín de leves chisporroteos, suaves y brillantes al mismo tiempo. Me parece que el bebé se ha dormido, porque su respiración es de lo más tranquila. La de Thibault me indica que está despierto. Y la mía me indica...

La mía me indica que Thibault no ha conectado bien mi respirador.

He seguido cada uno de sus movimientos, no he podido asociar cada ruido con cada sensor, pero el del respirador lo he identificado sin lugar a dudas. Oigo un levísimo silbido, muy tenue. El tubo de aire pasa justo por encima de mi oído. Puedo percibir, entre todo lo demás, ese hilillo de oxígeno que se pierde en la habitación.

No tengo por qué sentir miedo, suponiendo que pudiera hacerlo. Llega el suficiente aire a mis pulmones para que pueda respirar. No necesito asustarme.

El miedo... Ahora no deseo especialmente tratar de sentir esa emoción, de manera que me concentro en mi ejercicio habitual cuando Thibault se halla presente.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

En medio de mi repetición mental, aparece de pronto un intruso. Calor, suavidad. Contacto.

Fugaz. Debo de estar equivocada.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

De nuevo suavidad.

Déjalo correr, ¿qué narices vas a sentir tú?

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

Calor, localizado.

¿Localizado? Pero ¿dónde? ¿Dónde?

Ya está, ya se ha ido.

Sin embargo, sé que no me he equivocado. Sobre todo porque ha aparecido una mancha violeta ante mis ojos en el momento en que he sentido ese calor.

Sentido... ¿Cómo estar segura de que no me lo he inventado? Con tantos ejercicios de autosugestión, ¿cómo establecer la diferencia entre lo real y lo imaginario?

Dejo a un lado las preguntas. Decido que es real. Después de todo, al parecer la mujer de la limpieza me oyó cantar la última vez. Bueno... Sin duda lo de cantar es una exageración. Puede que sencillamente espirase con mayor intensidad de lo habitual. Pero parecía tan convencida... Y con la música que desfilaba en mi cabeza, quise creer que por fin había emitido una señal hacia el mundo exterior.

Río para mis adentros, tengo la impresión de ser un extraterrestre que acaba de entrar en contacto con los habitantes de este planeta. Un extraterrestre que por el momento solo sabe comunicarse a través de los colores. Y lo de «comunicarse» es una palabra que me viene demasiado grande. Lo normal es que la comunicación se establezca en ambos sentidos. Y en este caso es de sentido únic...

Calor repentino.

Descarga eléctrica.

El bip del sensor de pulso se vuelve más rápido y breve, para calmarse finalmente al cabo de unos instantes. A mi lado, Thibault se mueve. Creo que intenta mirar la pequeña pantalla por donde desfila el testigo de mis pulsaciones cardíacas. Se queda quieto, como si tratara de comprender, o como si esperase algo. Sin duda ha cambiado de parecer o se ha quedado tranquilo, porque los movimientos siguientes me indican que ha vuelto a tumbarse. Aunque solo a medias.

También ahora puedo equivocarme. Sobre todo porque no sé por qué iba a limitarse a sentarse. Eso sí, por lo general, cuando Thibault se instala a mi lado, pasa un rato agitándose como un gato que busca su sitio. En este caso no he oído nada semejante. Qué más da, sin duda debe de estar pensando, reflexionando, vigilando a Clara o cualquier otra cosa. Poco importa. Lo que cuenta es que está aquí. Por el momento, yo tengo trabajo que hacer, y sé fehacientemente que la cosa funciona mucho mejor si Thibault está aquí.

Quiero volver la cabeza y abrir los ojos. Quiero volver la cabeza y abrir los ojos.

Calor y contacto.

En el brazo.

Simultáneamente, el bip de mi izquierda da cuatro golpes rápidos y se estabiliza de nuevo.

-Por Dios, ¿qué está ocurriendo?

Aunque lo haya dicho en un susurro, es evidente que Thibault está preocupado. Después de todo, me ha desplazado, lo que puede haber generado casi cualquier cosa. Además, no ha conectado bien el respirador, pero eso no lo sabe. No obstante, tengo la fuerte intuición de que los acelerados latidos de mi corazón no tienen nada que ver con la bomba a la que solo estoy conectada a medias.

He sido capaz de localizar el calor en mi brazo.

Lo he sentido. De verdad. Esta vez no he imaginado nada. Estoy segura de ello. Durante unos instantes, mi cerebro se ha conectado con mi brazo. Eso sí, ignoro cuál, si el izquierdo o el derecho. Pero lo he notado.

Y quiero notarlo otra vez.

La necesidad de contacto. De repente la imagino como una dependencia, una severa adicción que requeriría meses de cura de desintoxicación. Una necesidad insaciable que podría ponerme un nudo en la garganta, nublarme el pensamiento, hacerme temblar de pies a cabeza.

Pocas respiraciones más tarde mi deseo se ve satisfecho.

Siento de nuevo.

Calor, suavidad, contacto.

En el brazo derecho, esta vez estoy segura. En cambio, me consta que no puedo moverlo. Ni siquiera necesito intentarlo. Me concentro en esos breves impulsos nerviosos para tratar de asociarlos con recuerdos. Tras lo que se me antoja un rato bastante largo, soy capaz de distinguir dos zonas de «calor, contacto, suavidad». Una inmóvil. Y otra que se desplaza. Al menos esa es la sensación que tengo.

Es demencial... No siento las piernas, ni las manos, ni ninguna otra cosa, pero soy capaz de aislar dos zonas que deben de medir menos de tres centímetros cuadrados.

La severa aceleración que sufre el bip del monitor de mi derecha me hace abandonar al instante esas reflexiones. Ahora me toca a mí preguntarme qué está ocurriendo. Ya no entiendo nada. Ya no siento nada. Bueno, sí, siento solo una de las zonas de calor y contacto, la inmóvil. En cambio, el lugar donde la sensación se movía ya no existe. Me gustaría comprender lo que me pasa.

De repente los ruidos se han atenuado. Recurriendo a la comparación con los recuerdos, casi diría que mi cerebro ha sofocado voluntariamente la audición para concentrarse en otra cosa. Pero ¿concentrarse en qué?

Percibo a lo lejos ese bip que alarmaría a cualquier médico y me pregunto por qué nadie ha aparecido aún en mi habitación. Mi noción del tiempo está terriblemente perturbada, no consigo saber si hace un segundo o una hora que se me ha acelerado el pulso.

Es la primera vez que me falla la audición. Tal vez el respirador era realmente necesario. Puede que sean mis últimos momentos conscientes. Me entran ganas de apretar los dientes y luchar a fin de restablecer mis sentidos. O al menos el sentido del oído. Me gustaría tanto comprender...

Todo se agita en mi cabeza. Los colores, las texturas, los pensamientos. Una vez más, ignoro si transcurren dos días o apenas unos minutos, pero entonces, de pronto, todo vuelve poco a poco a la normalidad. Oigo el leve bip hacerse regular, oigo el motor del respirador, oigo la fuga de aire en el tubo, oigo a Thibault y sus lágrimas.

Ya las había oído hace un rato. Pesadas, densas, cargadas de amargura, dados los matices grisáceos que desfilaban ante mis ojos. Eso sí, en esta ocasión el color no se parece en nada a la vez anterior. Incluso es más bien raro. Se diría una mezcla de tristeza y alegría. Incomprensible. Abandono mi análisis.

Oigo también cómo mi cuerpo realiza una profunda inspiración.

Lo cual resulta sorprendente. Aunque, después de semejante aflujo de sangre, tal vez mi organismo necesite reaprovisionarse. La cuestión sigue siendo por qué.

Por qué... Me da la impresión de que es lo único que soy capaz de preguntarme hoy.

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora