20- Thibault

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Miro alternativamente mi reloj y el de pared de la oficina cada tres minutos más o menos, como si uno de los dos pudiera haberme mentido. Desde esta mañana no consigo concentrarme, es terrible. El dosier que tengo ante la vista no ha avanzado ni un milímetro. Incluso me pregunto si realmente se ha movido siquiera un milímetro desde que lo he dejado ahí.

Sé exactamente lo que me pasa. Siento una falta que hasta mañana no podrá verse colmada porque ayer no pude verla. Bueno, sí, pude verla, pero solo dos minutos, y tuve que hacer acopio de toda mi delicadeza para no quedarme y acaparar a Elsa durante la breve hora que tenía por delante. Me dediqué a deambular por los pasillos del hospital pasando una y otra vez por delante de la habitación 52, pero también por delante de la de mi hermano. Mi madre había dejado la puerta entreabierta como para tentarme por enésima vez.

E hizo bien. Me dejé tentar. Entré en la habitación sin decir palabra. Intentaron hacerme hablar pero yo cogí una revista sin siquiera levantar la vista hacia ellos y me largué a un rincón, dado que mi madre ocupaba la única silla incómoda concedida a los visitantes.

Escuché su conversación sin prestar atención mientras recorría las páginas de la revista, que resultó ser una recopilación de artículos de lo más extravagante. Ni siquiera me di cuenta de que mi madre había salido. Solo cuando mi hermano carraspeó, levanté la vista por fin y constaté que estábamos solos. Nos miramos de hito en hito un momento, en silencio, y finalmente él tomó la palabra. Al principio fue una charla de lo más trivial, pero de repente se lanzó a algo muy distinto.

-¿Por qué nunca vienes a verme?

-¿De verdad te lo preguntas? -me limité a decir.

-De hecho..., no -respondió con un suspiro-. Crees que me merezco lo que me pasa. No obstante, plantearé la pregunta de otro modo. ¿Qué haces mientras mamá está aquí? ¿Te quedas en el coche?

En ese momento cerré la revista, eché una ojeada a la puerta cerrada y decidí contárselo todo. De corrido, le hablé de mis depresiones en la escalera, mis crisis de cólera, mi error con la habitación dos semanas atrás, mi encuentro con Elsa. Le conté todos mis momentos de indecisión, y también el instante en que fui consciente de mis sentimientos hacia una chica en coma. También le confesé que seguía sin hacerme a la idea de que mi hermano había matado a dos personas solo porque había sido lo bastante estúpido para coger el volante.

Se lo solté todo al buen tuntún, pero él siguió la ilación de la historia. En un momento dado, hasta me pareció que le brillaban un poco los ojos, pero no, no podía ser verdad.

-¿Sigues guardándome tanto rencor? -me preguntó tras mi monólogo.

-No sabes cuánto...

-Entonces, ¿qué haces aquí?

-¿Qué quieres decir?

-¿Qué narices haces en mi habitación? ¿Es que hoy no quería verte?

Me levanté de un brinco y en menos de dos segundos estaba sobre él, con la mano en su pecho y el rostro a menos de veinte centímetros del suyo.

-Te prohíbo que hables así de ella.

Mi mirada sostuvo la suya durante largo rato, hasta que él apartó la vista. Lo que dijo después me hizo retroceder de sorpresa.

-Estás realmente enamorado.

No lo dijo con maldad ni con burla. Lo dijo con envidia. No entendí lo que estaba pasando. Sobre todo porque mi hermano siguió hablando.

-Estás enamorado de verdad y te envidio. No por estar enamorado, sino por poder sentir esa clase de emociones. Yo nunca he sido muy sincero ni... profundo, sí, esa es la palabra. Jamás he sido profundo en lo que sentía por la gente. No sé hacerlo. ¿Acaso tenía miedo de que no me quisieran? Tal vez es que me traía sin cuidado. Y hoy eso se me antoja... de inepto. Lo cual no significa que lo consiga.

Me quedé quieto mientras hablaba, hasta que comprendí que no pasaría de ahí. Me sentía francamente superado. No había concedido el menor crédito a mi madre cuando me decía que mi hermano reflexionaba sobre lo que le había ocurrido.

Tal vez habría debido hacerlo.

-Solo tienes que intentarlo -le solté mientras volvía a sentarme en el rincón del cuarto.

-Ya me gustaría -respondió sin tapujos.

-¿Y a qué esperas?

-No tengo ni idea.

A partir de ese momento dejó vagar la mirada y ya solo le habló a mi madre cuando esta volvió. Hasta me miró fijamente unos segundos cuando nos marchábamos. Y en sus ojos percibí la mezcla más anárquica que haya visto jamás. Era tal la confusión de sentimientos y emociones que por un momento me pregunté cómo había podido decirme que no sentía nada. Me limité a asentir con la cabeza a guisa de despedida, o quizá para animarlo a no sé muy bien qué. Su respuesta fue aún más discreta que la mía, y nos atuvimos a eso.

En el coche, mi madre trató de averiguar lo que había ocurrido durante sus diez minutos de ausencia. Casi me dio la impresión de que se las había arreglado para dejarnos solos. Cuando la llevé a su casa, quiso que me quedara. Por una vez dije que sí sin vacilar.

No iba a pedir otra vez a Julien que me hiciera compañía durante la velada, sobre todo porque el bautizo de Clara es el domingo y sin duda tiene cosas mejores que hacer que prestar el hombro a su mejor amigo.

Y ahora, llevo tres horas conteniéndome para no llamarlo porque tengo la sensación de que la velada va a ser muy dura. No me apetece ir a casa de mi madre porque me hará un sinfín de preguntas. No me apetece ir a casa de un amigo porque me hará todavía más. Solo me apetece verla a ella.

Mi libro «Tú eres el protagonista» se activa de repente en mi cabeza. Ha permanecido bloqueado todo el día en la página 100, o «página en blanco», como me gusta describirla. Ahora, es como si un golpe de viento lo hubiera abierto por la página 99: «Haz lo que te apetezca.»

¿Qué me impide ir a ver a Elsa esta tarde? Las visitas están autorizadas todos los días, son solo los horarios los que varían. Estamos a jueves. Normalmente, es posible de tres a seis. Medio segundo más tarde doy con la respuesta. Termino a las seis. Así pues, no tengo manera de conseguirlo.

Sí. Tengo una manera.

Sin molestarme siquiera en sonreír a la página 54: «Haz todo lo que puedas por salir airoso», corro al despacho de mi jefe. Mi libro «Tú eres el protagonista» no especificaba «qué hacer» para salir airoso, solo especificaba «todo». Elijo la sinceridad parcial, no tengo tiempo de inventar ninguna otra cosa.

-Tengo algo muy importante que hacer. ¿Puedo salir antes?

Mi superior me mira con suspicacia. Desde que trabajo en esta empresa no he hecho ninguna petición personal, pero mis arrebatos de cólera contra Cindy en el momento de nuestra ruptura, aunque se remonten a un año atrás, trazaron una gran cruz roja en mi expediente personal.

-¿Qué es eso tan importante? -pregunta mi jefe con un suspiro.

-Resulta complicado de explicar -respondo vacilante.

-Tengo la impresión de que es usted el complicado, Thibault.

-Es muy posible.

Mi respuesta lo hace sonreír y comprendo que he ganado.

-¿Qué significa «antes» para usted? -me pregunta al verme ya a punto de salir de su despacho.

-¿Ahora mismo? -suelto, mientras me digo que solo me expongo a una negativa cortés.

-Adelante. Lárguese. Eso sí, mañana lo quiero aquí a las siete de la mañana.

Asiento a guisa de agradecimiento y corro a mi despacho para recoger mis cosas. El corazón me late desbocado, debido a mi carrera por la escalera o a mi victoria, no lo sé. Y me importa un bledo.

Solo sé una cosa.

Que voy a verla.

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora