22- Thibault

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—¡Apártese!

Me apresuro a pegarme a la pared del pasillo, el tono apremiante del enfermero basta para hacerme comprender que no tiene tiempo de mostrarse amable. No sé lo que pasa, pero en la quinta planta reina gran agitación. Enfermeros y médicos corren de forma ciertamente organizada, aunque a mí me resulte bastante anárquica. Algo ha debido de pasar, pero en estos momentos me importa un bledo.

Mi mente se ha evadido. Anda por ahí, en alguna parte entre mi cuerpo y mi corazón. Jamás me había declarado en circunstancias semejantes. De todas formas, a ver quién es el guapo que se ha visto en una situación similar.

Cojo la escalera porque todos los ascensores están requisados para el caso urgente que parece suscitar el pánico entre la mitad de la planta. Cuando llego a la planta baja, también allí reina gran agitación. Salgo del edificio pegado a las paredes a fin de no estorbar a los batas blancas que se precipitan hacia el exterior. A unos treinta metros percibo a un tropel de sanitarios. Esa debe de ser la razón del pandemónium.

Me dirijo a mi coche, siempre con la mente aferrada al frágil cuerpo que ocupa la habitación 52 de la quinta planta. Ese cuerpo que habría querido estrechar entre mis brazos. Sin embargo, cuando he visto esas piernas tan delgadas y frágiles tras meses de inmovilidad, he reprimido mi deseo egoísta y me he limitado a sentarme de nuevo junto a ella antes de irme. Me habría aterrado romper algo.

Llego a mi casa veinte minutos más tarde sin haber sido realmente consciente del trayecto. Me acomodo en el sofá, con todos los sentidos dormidos. Mis gestos no son sino meros reflejos y hábitos. Una idea va calando en mí lentamente mientras doy sorbos a un vaso de zumo de pera.

Amo a alguien y ese alguien lo ha oído.

Lanzo un hondo suspiro y me muerdo el labio inferior para reprimir, en vano, una enorme sonrisa. Si alguien me pidiera que le explicase la situación, sin duda diagnosticaría que estoy loco. Alejo ese pensamiento diciéndome que si la hubiera conocido antes de que cayese en coma, a fin de cuentas la situación diferiría poco.

El timbre del teléfono me obliga a abandonar el sofá y mi sueño despierto.

—¿Diga? —contesto con un bostezo.

—¿Ya estás cansado a estas horas?

—Julien... ¿Qué pasa, es que ahora ni siquiera tengo derecho a bostezar?

—¡No cuando yo te llamo!

—Vale, ¿y para qué me llamas?

Mi mejor amigo se lanza a un breve cuestionario sabiamente preparado por su esposa en relación con el bautizo de Clara. Que si me lo he pensado bien, que no debo olvidarme, lo que tengo que hacer durante la ceremonia, y toda la pesca.

—¡Tranquilo, me acuerdo de todo! ¿Qué intenta hacer Gaëlle? ¿Someterme a un último test de padrinazgo? ¿No ha bastado con este fin de semana?

—Sí, sí, te ocupaste perfectamente de Clara. Gaëlle está muy satisfecha.

—¿Pues entonces?

—Verás, solo trato de liberarme un poco del estrés.

Ahí sí que me pilla desprevenido. ¿Mi mejor amigo estresado?

—¿Qué te pasa? —me apresuro a preguntarle.

—Nada, es solo que la organización del bautizo nos pone un poco de los nervios a los dos.

El tono de Julien me hace dudar.

—Julien... ¿Qué esperas de mí exactamente?

—¿Tienes un momento esta noche?

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora