13- Elsa

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Mis padres se encuentran ahora aquí, en mi habitación. No están solos. También está el médico jefe. Ese jodido matasanos al que he tomado ojeriza. Y ahora querría hacer que se tragase literalmente su bata, a tal punto me pone de los nervios.

Desde que he oído su voz, mi mente ha dado una única vuelta en mi cabeza. Está aquí para hablar del famoso «menos X» de una vez para siempre. La idea ya había sido evocada, mas no de manera tan radical. Y «radical» es una palabra que se queda muy corta. Si existiera un término que pudiera agrupar «displicente», «directo» y «sin el menor interés», creo que eso resumiría la manera en que hace su argumentación.

-Usted lo comprende, señora, realmente ya no hay ninguna esperanza.

¿Qué se ha hecho de tu lenguaje refinado, imbécil? Solo te ha faltado decir «s'ñora». Si quieres pronunciar mi sentencia de muerte anticipada, ¡al menos ten la cortesía de hacerlo con elegancia! Pareces un personaje de unos de esos viejos westerns americanos, ¡solo que tú llevas bata blanca!

De hecho, a ese médico jefe, que me horripila, me lo represento exactamente así. La bata desabrochada de arriba abajo, una mano en la cadera, el otro codo apoyado en la pared. Pondría la mano en el fuego a que debajo lleva vaqueros, y no pantalones sanitarios. Una camiseta vieja y desaliñada. Bueno, vale, estoy fantaseando, pero realmente podría tener ese aspecto. De tremenda dejadez. No entiendo por qué mi padre no ha reaccionado aún.

Mi madre sí ha reaccionado desde hace un buen rato. Solloza más o menos silenciosamente. Percibo su llanto con más facilidad cuando habla porque todas sus palabras resultan entrecortadas.

En última instancia, no deja de ser curioso. Después de todo, ella fue la primera que se planteó desconectarme. No obstante, vista su lacrimógena reacción, casi se diría que mis padres han intercambiado los papeles.

-¿Real-real-realmente ning-ninguna?

La voz se le ha quebrado por completo al finalizar la pregunta. Confío en que mi padre haya tenido la delicadeza suficiente para rodearla con sus brazos, o incluso simplemente cogerle la mano. Está hundida en la miseria, y eso no ocurre muy a menudo. Para colmo, debe de ser presa del pánico. Dirijo un ruego silencioso a mi padre para que desempeñe como es debido su papel de esposo. Dudo mucho que mi ruego haya tenido el menor efecto, pero al menos comprendo que ha actuado.

-Anna, cálmate antes de intentar comprender lo que sea.

Se trata de un consejo muy razonable, mi padre en todo su esplendor, aunque forzosamente no es el que yo habría deseado oír.

-¿Podría esperar un poco, solo para que mi mujer recupere el dominio de sí misma?

El gruñido del médico debe de significar «sí». ¿No lo decía yo?... Un auténtico western. Pero ¿dónde se ha metido mi interno? ¡Seguro que él habría hecho las cosas con mayor tacto! Aunque, si era para oírlo sollozar también a él... Serían muchas lágrimas para enjugar en una sola tarde.

El médico sale. Mi segundo ruego silencioso es por desencadenar cualquier acontecimiento susceptible de hacer que se rompa una pierna en el próximo minuto. Sin embargo, una vez transcurrido cinco veces ese lapso, sigue sin ocurrir nada, puesto que, cuando regresa, no oigo el golpeteo de ninguna muleta en el suelo.

-¿Han podido pensárselo?

¡Pues claro que sí, hombre! En cinco minutos, ¿crees que no han tenido tiempo más que suficiente para decidir algo de ese calibre? Sé que en lugar de ponerme nerviosa debería hacer acopio de todas mis energías para ordenar a mi cerebro que se active con el fin de incorporarme, pero no hay nada que hacer, solo logro concentrarme en mis emociones. Únicamente con Thibault consigo transformar dichas emociones en actos. En estos momentos no soy más que un ciclón de cólera.

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora