25- Elsa

85 9 0
                                    

Tengo miedo.

Al menos, eso está claro. Estoy aterrorizada.

Por lo demás, no debo de ser la única que lo está. Hace largo rato que el médico y el interno han salido. Solo se han quedado para los preliminares, la parte médica. Me entran ganas de decir la parte eléctrica, porque, francamente, apagar todos los aparatos que me rodean hasta un niño de seis años habría podido hacerlo.

Ahora quedan tres personas conmigo. Hemos llegado a ser nueve, contándome a mí, en esta pequeña habitación. Digamos que estaba abarrotada. Steve, Rebecca y Alex han salido hace un momento. He creído entender que esperaban abajo. Tengo ganas de vomitar solo de pensar en ello. Mis amigos están esperando a que yo... Qué horror. En su lugar, ya habría devuelto el desayuno y habría querido poner el máximo de tierra posible de por medio. Ellos se han limitado a huir cinco pisos más abajo. Eso supone cierta distancia, pero no deja de seguir siendo el recinto del hospital.

Mis padres y mi hermana están aquí, y ellos también aguardan. Tengo ganas de decirles que se larguen con viento fresco. No quiero su amor, y menos aún su aflicción. No han creído en mí, lo cual resulta repugnante. Aunque tal vez tengan razón, en el fondo. ¿Qué sentido tiene una vida en que solo puedo recibir sin dar nada a cambio? Si he de pasar el resto de mis días únicamente oyendo y sintiendo, me pregunto si no es mejor...

La puerta se abre. Los pasos son rápidos, la respiración jadeante. Mis padres parecen sorprendidos, visto el ritmo de los sollozos, de manera que no es el médico que ha cambiado de opinión.

—Hola —dice mi madre con voz infinitamente triste—. Viene usted a...

—Mamá —la interrumpe mi hermana—, ¿a qué quieres que venga? Anda, ven, dejémoslo tranquilo dos minutos. Ya llevamos aquí hora y media, Elsa tampoco se irá de un momento a otro.

El tono de mi hermana, entre firmeza y dolor desmesurado, me anonada.

—¿Por qué hacen esto?

El corazón me da un brinco en el pecho, provocando una breve aceleración de mi pulso debilitado, a la que nadie presta atención.

Mi arco iris.

No he reconocido su paso ni su manera de respirar, y eso que sin el ruido del respirador la habitación está más bien silenciosa. Tal vez a mi cerebro empiece realmente a faltarle oxígeno, hace más de una hora que respiro por mí misma, o que lo intento, más bien. Mi cerebro sabe que resulta difícil, pero trato de mantener el tipo. Sin embargo, ahora que he oído la voz de Thibault, es como si mi organismo quisiera aferrarse a una postrera esperanza.

Mi madre empieza a balbucear un simulacro de frase.

—¿Qué quiere decir con por qué...?

—¡Mamá, eres increíble! Por qué la desconectamos, ¿eh? ¡Eso es lo que quiere saber! ¿A que es eso? ¿No es eso lo que quieres saber?

La amargura de mi hermana resuena en toda la habitación. Creo que nunca ha estado de acuerdo con mis padres en el hecho de desconectarme.

—Sí, es lo que me gustaría saber —contesta al fin Thibault.

—¡Pregúntaselo a ellos! —escupe mi hermana antes de salir del cuarto.

—Pauline —la llama mi madre—. ¡Vuelve aquí! Menuda... Voy a buscarla.

—Déjala en paz —dice mi padre con un suspiro.

—No, voy a buscarla.

Cierra de un portazo. Imagino a mi padre y a Thibault, los dos en la habitación. En otras circunstancias, el encuentro habría podido ser muy interesante. Pero ahora, tengo a mi lado a dos almas tan perdidas la una como la otra.

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora