21- Elsa

95 12 1
                                    

Ha llegado la Navidad con dos semanas de antelación. Hoy es jueves y Thibault está aquí.

Lleva ya un ratito en mi habitación. Ha llegado eufórico. Me ha contado su extraña jornada, e incluso me ha dicho que ha salido antes del trabajo para venir a verme. Al oír esa información me he quedado perpleja. Sobre todo porque es una de las raras veces en que mantiene una conversación de esa clase conmigo, si es que cabe hablar de conversación. Su voz colorista rebosaba matices tornasolados. Finalmente se ha estabilizado en una textura aterciopelada y ya no lo he entendido todo con tanta facilidad. De hecho, realmente no siempre lo entiendo todo, pero no importa. Lo que cuenta es que me siento bien.

Pese al «menos X» garrapateado en mi bloc de seguimiento médico, me siento bien.

Por lo demás, me parece que Thibault es la única persona que no está al corriente de ese detalle. Tal vez por eso me siento tan a gusto cuando está aquí. Tal vez por eso los sentidos siempre me vuelven en su presencia. Adoro a mi familia y a mis amigos, pero... Thibault es verdaderamente la persona por la que deseo a toda costa despertar.

Ahora se encuentra como en todas las ocasiones anteriores, tumbado a mi lado. Al igual que las otras veces, ha vuelto a conectar mal mi respirador, lo que provocará el consecuente refunfuño de la enfermera cuando se dé cuenta. Hasta el momento cree que es el tubo que se desliza. No sospecha que alguien lo desconecta con regularidad.

Por lo demás, me da la impresión de que Thibault se ha acostumbrado a desplazarme. O bien que ha ganado músculo.

Aunque en tan pocos días resultaría sorprendente. Lo cual no quita para que hoy me haya empujado hasta el extremo del colchón, porque lo he oído suspirar de satisfacción al acomodarse en mi cama. No obstante, todavía no tengo la certeza de que se haya dormido.

-Elsa...

No, no duerme. O bien es que habla en sueños. Sin embargo, su murmullo es el de una persona completamente despierta.

-Elsa...

Desearía estremecerme. Cómo me gustaría poder responderle. Su nombre ha pasado más veces por mi cabeza en dos semanas que cualquier otro pensamiento desde hace dos meses. Es una de las únicas certezas que tengo sobre él. Su nombre de pila. En cuanto a lo demás, me limito a imaginar qué aspecto puede tener.

Durante mis horas de soledad he tenido tiempo de clasificar mis sentidos. Al principio partí de la base de que la vista era el más importante, pero, al estar aislada con tan solo el oído, me dije que oír constituía ya de por sí un estupendo recurso. En cuanto al gusto, decidí que podía ser secundario. Respecto del olfato, me di cuenta de que me gustaría conocer el olor de Thibault. En ese momento, el leve bip que tengo al lado se embaló durante unos segundos, y acto seguido procedí de nuevo a mis ejercicios mentales. No obstante, siempre llego a la conclusión de que ninguno alcanza tan alto grado de eficacia como cuando Thibault está tendido junto a mí.

Y hoy más que nunca querría descubrir su rostro, el color de sus ojos, observar esas manos que me produjeron descargas eléctricas en los brazos la primera vez.

Querría olerlo, saber si lleva colonia, aprender a reconocer el olor de su piel. Querría tocar su cuerpo con toda la superficie del mío.

En cambio, dejo a un lado el sentido del gusto porque el sensor de pulso se embala en consecuencia cuando me demoro en él. Cada vez que me he imaginado besando a Thibault al rememorar el recuerdo que tenía de sus labios en mi mejilla, he oído aparecer a la enfermera. A la cuarta vez en menos de medio día, el médico de servicio le dijo que dejase de interrumpirlo por esa pequeñez. Aunque recuerdo que habló de que comentaría a su colega, mi médico titular, que volviera a hacerme un escáner. No obstante, al ver el «menos X» en mi bloc, no tardó en cambiar de opinión, y dio orden a la enfermera de que olvidara lo que acababa de decirle.

Sé Que Estás AquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora