|03|

13 2 0
                                    

En la universidad, nos hicieron un cuestionario a cada alumno para una actividad que descubro hoy.

Estar con el miedo cara a cara.

Mis mayores miedos son las alturas y las arañas. No sabía que mierda pasaría. Solo sabía que estábamos varios alumnos reunidos en el gimnasio (incluyéndonos a mi y a Maggie), frente al rocodromo.

Me iba haciendo una idea de lo que harían.

- Alumnos, silencio por favor - pidió un hombre al que no había visto en mi vida. Era alto y delgado, canoso y ojos fríos -. Estamos aquí para saber actuar frente a una situación de miedo. ¿Quiénes son los dos primeros voluntarios?

Todos nos miramos entre nosotros, y una mano apretó la mía.

La poetisa con miedo era la que agarraba mi mano nerviosa.

De repente, sentí una mirada en mi.

Era la del hombre.

- Vale, venid vosotros dos. El alto y la de pelo naranja. Aquí conmigo.

Nos soltamos de inmediato, y nos acercamos pasando entre el pasillo que hacían los alumnos.

Nos colocamos un arnés cada uno, ajustándolo a nuestra medida.

- Es sencillo. Subís. Tocáis la campana. Bajáis.

- ¿Cómo bajamos? - pregunté pálido.

- ¿No sabes? Aprenderás en unos minutos.

Sin dejarme decir nada más, se fue.

Miré a los hombres que llevaban otro arnés y la cuerda que nos sujetaba para no caernos.

Tenía un nudo en la boca del estómago, y me costaba tragar saliva. Miré a mi compañera, que estaba mucho más pálida de lo normal, y decidí avanzar.

Me agarré a uno de los salientes de la pared con una mano. Después con la otra. Mi pie pisó otra de esas piedras.

Empujé con la pierna e hice fuerza sobre mi mismo para no quedarme quieto y avanzar.

Una parte de mi me gritaba "no mires a bajo". La otra, me susurraba "mira abajo".

Hice caso al susurro.

Más de un metro sobre el suelo, sin contar mis casi dos metros de altura.

Mis dedos se quedaron blancos por la fuerza que hacían. Los brazos flaqueaban. Me aferré a la cuerda cerrando fuerte los ojos.

Sentía como me bajaban lentamente. Aún llegando a pisar la colchoneta, seguía sin aflojar mi agarre.

Algunos tutores se acercaron y me intentaron tranquilizar.

En ese momento me di cuenta que estaba temblando.

Con ayuda me deshice del arnés, y me fui corriendo al baño a refrescarme la cara, no sin antes ver a Maggie desprendiéndose del rocodromo, quedando suspendida en el aire por una simple cuerda.

Poetisa «r.d.g»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora