Mi carta de...¿Hogwarts?

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Posada en el ventanal de su habitación, se encontraba cierta dorada de tez clara, concentrada su mirada verde esmeralda en aquella carta que poseía en sus manos. El sello era realmente curioso, ni que decir cómo fue entregada... Ha sido usted aceptada en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, releía una y otra vez.

¿A caso era una broma? ¿Magia? ¿A caso la creían ilusa? Pero... ¿No sería increíble que así fuera? Además, fue hermosa la lechuza, blanca como la nieve, que le trajo aquella curiosa carta.

— Cariño, es hora de irnos, la tía Megg esta esp... — dijo una mujer castaña, de gran parecido a su hija, con una sonrisa en su rostro. Su madre. — ¿Qué lees, querida? —pregunta con voz cálida, viendo a su hija, con su dorada y larga cabellera cayendo por debajo de su cintura.

Un mechón travieso se posaba sobre su indecisa y, a la vez, curiosa esmeralda mirada.

— ¿Crees que sea una broma? —pregunta con un brillo en sus esmeraldas ojos, mientras le muestra aquel blanco papel. Su madre le echó un pequeño vistazo, sus ojos se iluminaron por alguna razón. Sonrío levemente.

—Algo me dice que no, cariño. —dice mandando suavemente el mechón dorado que tapa el rostro de su hija hacia atrás. — ¡Esto es genial, mi cielo!

Aquella niña sonríe ampliamente mientras recibe un caluroso abrazo.

—¡Ay! — exclamó su madre, dándose un pequeño golpe en la frente. —Tu tía Megg nos está esperando.

—Cierto. —suspiró. —Vamos... — dijo, viendo a su madre salir de la habitación, no sin antes dejándole un beso en la frente a su pequeña hija.

Su mirada quedó perdida en su ventana, por la que entró aquella carta.  Irá a Hogwarts...

— Rapunzel Granger.—la voz de su madre corta sus pensamientos, severa escaleras abajo.

—¡Voy, madre! —anunció mientras cierra la ventana. Empezaba el invierno.

Desde ahora contará los segundos. Hogwarts. Ya no puede esperar... 

***

¿Su cumpleaños? ¡Ja! Lo más cercano a eso es... ¿cientos de cartas volando y entrando a su "casa"?

Al parecer, si.

En la semana que se suponía ser su cumpleaños, habían aparecido, no una, sino, cientos de cartas, que por alguna razón los Dursley, su "familia" adoptiva, no deseaban que él vea. ¿Tan malo era poder leer una carta? Al regordete de Patán le dan lo que quiera y ni se pian un no, esto era algo totalmente injusto. Para aquel castaño de cabello revuelto, tez oliva y ojos verdes claro, la vida no era muy justa que digamos.

Gracias a todo el alboroto de las cartas de nadie, los Dursley,  se mudaron a una choza en una isla rocosa en la orilla del mar.  Pero, por más que quisieron evadir fuera lo que fuese el remitente de las cartas, el cumpleaños de aquel niño llegó y, junto con el un estruendoso golpe se hizo oír en aquella "acogedora" choza.

Un hombre de gigante porte y robusta barba apareció en el pórtico, con un ceño fruncido, pero al ver a cierto castaño, cambió a una sonrisa reconfortante. Se fue acercando a este, ignorando por completo al trio de temblorosos Dursley.

 — ¿Quién es usted? —preguntó un intento de tío preocupado. ¡Pamplinas!

—Cierto... Estoico Hagrid.—extendió una mano gigantesca y sacudió todo el brazo de aquel confundido niño. —Sabía que no estabas recibiendo las cartas, pero nunca pensé que no supieras nada de Hogwarts. ¿Nunca te preguntaste dónde lo habían aprendido todo tus padres?

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