Hogwarts Express.

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Antes de subir a aquel tren, juraría que había alguien observándolo. Sentía como si una mirada curiosa se posaba justo encima de él. ¡Pero qué va! No es algo que tenga relevancia en ese momento. A demás, siendo quién es, es normal sobresalir y recibir cierta atención del resto.

Bueno de casi todos...

—Cuídate, Jack. —se escuchó la voz de su madre, una vez que arribó aquel tren.

Desde la mañana, en la que había salido de aquella elegante y fría mansión a la que llamaba "hogar," no había escuchado una palabra por parte de sus padres, en especial de su padre, quien a duras penas le había dirigido una fría mirada.

— Adiós. —dijo arribando dicho Expreso.

No miro atrás. Sentía que está podía ser una forma de escapar de su perfecta mentira, esa que llamaba "realidad."

Hogwarts Express había comenzado a avanzar, y de inmediato busco un compartimento dentro de este, en el que podía sentarse tranquilamente. Y para su suerte, lo encontró.

Gracias al cielo estaba vacío, y no tuvo que pasar por mucho gentío para encontrarlo.

Una vez dentro, colocó su baúl con sus pertenencias en la parte de arriba de aquel compartimento, y se dejó caer en el asiento, posó su cabeza sobre el vidrio de la ventana, y en menos de un instante el profundo mar de su mirada se perdió en quién sabe dónde.

¿Cómo será estar en Hogwarts? ¿En realidad podrá dejar de ser un Malfoy, aunque sea por un segundo? ¿Tendrá alguna vez algo, a lo que poder llamar "real"?

— ¡Valiza! —dijo una suave voz, que abría de golpe la puerta de aquel compartimento.

Acto que hizo al platinado saltar en un pequeño brinco y salir de su profundo trace. Jack giró su marinada mirada, acompañada de un ligero ceño fruncido, hacia la culpable de hacerlo salir de aquella tranquilidad.

Melena larga y dorada, recogida por una mal hecha trenza, contextura delgada y pequeña, y de una mirada esmeralda–a decir verdad, le pareció ver auténticas esmeraldas en ese par de ojos–, y una pequeña nariz que iba rodeada por pequeñas y discretas pecas.

— Oh, lo lamento. —dice regalándole una sonrisa nerviosa.

Ella lo conocía, bueno a decir verdad ya lo había visto. Pero, no se había percatado de su mirada: azul, tal como un profundo mar. Él la miró confundido. ¿Qué hacía aquí? ¿Acaso no ve que intentaba estar solo y en tranquilidad?

—Em... ¿No has visto por si acaso un sapo? — él negó despreocupado. — Es que, a un chico que acabo de conocer, y que parece ser bastante distraído a decir verdad, se le perdió. — ¿De qué habla? Por lo que a él le concierne, lo podían hasta disecar.—Y pues, yo me dispuse a ayudarlo. —le regalo una tímida sonrisa.

— Pues, si no lo has notado, —dijo levantándose de su asiento. —no lo he visto. Ahora, ¿podrías irte de aquí? —señaló la puerta, para que la cerrará.

Ella enarcó una ceja. Pero, ¿y a este que le ocurría? Ella solo le había preguntado por un tonto sapo, no tenía que ser tan grosero. Y pensar que pensó convertirse en su amiga.

—Disculpa,— dijo aquel platinado, al notar el disgusto de la dorada.—no era mi intención ser descortés. —rascó su nuca. Ella lo observó enarcando ligeramente una ceja. Al parecer estaba siendo sincero.

—No te preocupes. — le regalo una amplia sonrisa.

—Bueno... —dijo ¿incomodo? No, eso definitivamente no. Tosió para aclarar su voz. —¿De quién es el sapo?

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