CAPÍTULO 1

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*Narra Thomas*
Era un día de verano donde el calor era tan fuerte que no se podía estar fuera más de cinco segundos. Este es el día en que todo desapareció; sí, has oído bien, hasta el móvil desapareció. Estábamos sin poder comunicarnos excepto el correo postal. Ese día me desperté hacia las 12:23 de la mañana puesto que no había colegio. Tras un par de horas mis padres me gritaron porque decían que las cosas no se hacían ni se limpiaban solas. Tras asentir con un gruñido casi inaudible, me puse a hacer mis cosas. Mis cosas consistían en hacer los deberes para el lunes, que como todo el mundo sabía, era el día internacional del trabajo escolar. Tras tener mis dudas en los ejercicios que Manuel ponía, decidí no hacerlos. Los deberes que mandaba en clase Manuel consistían en aproximádamente quince ejercicios que había que pensar y destrozarse la cabeza para que luego Manuel te zurrase con la regla por olvidarte de una maldita falta. Después de una hora, mis padres consiguieron que pasase la aspiradora y recogiese mi cuarto que, como siempre, estaba todo desordenado. Tras meter todo sin orden alguno en el baúl de la época de mi bisabuela, hice que mis padres creyesen que su hijo descuidado y revoltoso consiguiese recoger todo. Sobre las tres en punto empezamos a comer. La comida de mi madre estaba asquerosa puesto que consistía en un pote de alubias con espinacas y de segundo, un pescado con un nombre muy extraño que no me lo llegué a acabar. Por suerte, el postre, que era lo único que no cocinaba mi madre puesto que venía comprado del pequeño supermercado de la esquina al final de la calle, estaba riquísimo. Por la tarde, después de recoger la mesa, vino mi vecino y amigo que como había repetido curso estaba en 3°de primaria. Solíamos quedar las tardes y jugar a las chapas; quién ganase se llevaba un cromo de fútbol. Estuvimos jugando toda la tarde y como yo había practicado mucho, me llevé un buen taco de cromos. Por la noche me tumbé en el sofá y me puse a leer el libro Ángeles y demonios, que ya me había leído un par de veces. La cena fue excelente puesto que mi padre, después del trabajo, había pasado por una pizzería y traía de todos los sabores. Tras engullir toda una pizza entera me fui a dormir. Tras un rato, que para mi fue una eternidad, logré subir las escaleras, abrir la puerta de mi dormitorio y tumbarme sobre la cama a meditar. Estuve pensando todo lo que había hecho ese día y con una sonrisa, los ojos me pesaban cada vez más hasta que se me cerraron por completo y disfruté de un buen sueño.

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