Capítulo 29

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LAUREN

Cuando nacemos, nadie nos da un manual de instrucciones para poder enfrentar la vida. Tampoco nos avisan cuando vamos a recibir los mayores impactos para poder prepararnos con anticipación. No, la vida simplemente te sorprende cuando menos lo esperas y te da una patada en la cara cuando lo necesitas.

Nadie nos enseña cómo reaccionar ante las distintas situaciones que se puedan presentar. Aunque con el tiempo aprendemos a controlar nuestras emociones y nuestras reacciones, también están las personas que durante años investigaron para poder darle explicación a ciertos fenómenos y para ayudarnos a entender por qué actuamos de cierto modo. Pero ni tragándote libros de psicología, motivacionales o sobre la conducta humana vas a poder controlar la manera en la que tu cuerpo reacciona.

Al final del día somos humanos, con pensamientos en nuestra cabeza, nervios y tejidos en nuestro cuerpo, compuestos por partículas diminutas indivisibles a las que llamamos átomos, llenos de emociones incontrolables.

Y el llanto era una de esas.

Yo había llorado hasta quedarme dormida desde noche buena. Yo había llorado por impotencia, por decepción, por confusión, por enojo, por tristeza y hasta por felicidad. Yo había llorado mientras pensaba en todo lo que había ocurrido en el último mes, en como todo mi mundo había cambiado desde entonces.

Y por mucho que intentaba controlarlo, apenas me quedaba sola, las lágrimas comenzaban a caer libremente por mi rostro. A veces tenía la mente en blanco y ni siquiera sabía porque estaba llorando, simplemente pasaba y yo no podía controlarlo.

Yo no había podido controlar mis ganas de llorar como no había podido controlar enamorarme de Camila. Solo había pasado, sin esperarlo, sin estarlo buscando.

Ahora bien, estar enamorada de una persona no significa perdonar cualquier error que cometen; significa hacerle saber cuál fue error para que lo enmienden y no vuelvan a cometerlo de nuevo, significa ver todas las cosas buenas que han hecho por ti antes que ver las malas, significa juzgarlos por sus motivos y tomar en cuenta todas las veces en las que te hicieron sentir feliz y no todos los errores que cometieron, significar colocar en una balanza justa el verdadero peso de sus acciones.

Y por mucho que yo intentaba hacer que la balanza se moviera, se mantenía estática en medio de lo que yo consideraba como opciones.

Leer aquella carta me había hecho entender muchas cosas, especialmente la manera en la que Camila se sentía. Y no la culpaba por haberse ido, ni por haberse puesto a si misma antes que los demás ni por querer alejarse un poco de todo lo que normalmente la rodeaba.

La culpaba por hacerme sentir como que no confiaba en mí, por ocultarme la manera en la que se sentía o el viaje que tenía planeado. Si bien leer la carta había sido importante para poder entender todo, más que hacerme cambiar de opinión, me había hecho colocar otros elementos en la balanza.

*

— ¿En tu casa a las nueve?— Preguntó Normani por el teléfono.

— A la hora que quieras, en realidad.

— A esa hora está bien. ¿Código de vestimenta?

— Supongo que casual, no sé, es una fiesta de año nuevo— respondí sin saber exactamente que decirle.

— No me ayudaste en nada...

— ¿Qué quieres que te diga?

— ¿Qué vas a ponerte tú?

— Mi pijama— contesté con burla.

Laureen— se quejó.

Laureen— repetí en su mismo tono.

gone; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora