Bienvenidos a la República Independiente de mi desastre

4. Tragicomedia.

Se acabó. Las luces se apagaron, el telón se bajó, y el teatro cerró.
No queda nadie en el palco de butacas, ninguna persona ha permanecido para ver tu obra.
Tal vez esto no era lo que el público se esperaba. Las personas ansían cosas simples, que no les hagan pensar mucho, y sobretodo, que sea divertido.
Es imposible ser gracioso cuando dentro de ti solo hay ruinas.
El problema es que, ahora, todo el mundo mira para sus adentros y no por los demás, por eso nos acostumbramos a dar una imagen de nosotros que no es, y si no gusta nos cambiamos la máscara.
El peor de los atrezzos, el más tenebroso, oscuro e inaguantable lo usamos con las personas que más nos quieren y nos apoyan, aniquilando sus ganas de seguir viendo nuestra obra de teatro.
Somos tan sumamente hipócritas que contratamos maquilladores de primera solamente para que nos vea la persona que nos interesa, pero que no da una mierda por nosotros. Termina la función, muchos se apenan, pero salen corriendo del teatro, sin embargo, otros se quedan expectantes, a ver sí sucede algo más.
Vamos a dejarnos de tonterías y de falsedades de una vez por todas, y permitir que cada actor haga su papel lo mejor posible.
Es tan simple como que si no nos gusta como actúa, no llamarle para nuestra obra, y si viene que se vaya, que nadie cuenta con él.
Los mejores actores son aquellos que descubres por casualidad en un antro de mala muerte, pero que se apuntan a tu compañía y, aunque las cosas vayan mal, siguen aportando.
Al fin y al cabo esta es la obra, este es nuestro momento de gloria. El público mira expectante, preguntándose qué ocurrirá en la siguiente escena.
El escenario es nuestro, los focos nos apuntan y ahora solo queda divertirnos, dejarnos la piel en hacer comprender que ésta es solo un envoltorio, que lo mejor lo lleva cada actor debajo de la piel. Así que ahora que compienzan los castings; ¿por qué papel piensas luchar tú? ¿Malo o bueno? ¿Aportas o apartas? ¿Luchas o te rindes?