Capítulo V.

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30 de julio de 1997.

Caminaba hacía al restaurante de la señora Johnson esperando tener un buen día. Mi madre de nuevo se había quedado al cuidado de la señora Teresa, quien por cierto puso una cara de desagrado cuando le pedí esta vez el favor. Me alegraba que fuera una buena religiosa y ayudará al prójimo, de no ser así no sé qué habría pasado.

Deje mis cosas en un rincón de la cocina cuando entre al restaurante y Jesús me dedico una genuina sonrisa que correspondí. Rosalinda me miró de arriba abajo con una mirada curiosa y una gran sonrisa.

— ¿Y bien?

— ¿Qué ocurre Rosalinda?

Antes de que pudiera contestar unas manos se posicionaron en mis hombros y los apretaron con fuerza. Moví mi cuello con disgusto por el dolor ocasionado y no pude evitar rodar los ojos al reconocer los dedos huesudos y con buen manicure de la señora Johnson.

— ¿Se puede saber que hacen hablando? El trabajo está en las mesas.

Nos dedicó una especie de sonrisa que lucía más bien como una mueca extraña. Rosalinda asintió y me dedicó una mirada de "tenemos que hablar" antes de que se marchará a atender a un robusto señor que acababa de entrar. Voltee mi cuerpo para ver de frente a mi jefa, quien me había sorprendido por la espalda. Examino mi rostro y mi cuerpo por unos segundos antes de hablar.

—Supe que estuviste enferma Susan. Veo que te vez tan bien que pareciera que solo te has tomado el día para haraganear. —iba a objetar algo, pero su esquelética mano se alzó para detenerme. —No quiero que se repita Susan. Todos aquí saben que la muerte siempre debe ser el único impedimento para venir, además de claro, los días de descanso, que por supuesto, tú no tienes.

La altivez en su voz, su sonrisa sarcástica y mirada despectiva me hicieron odiarla por un momento. Desvié la mirada de sus burlescos ojos y encontré a Jesús mirándome compasivo.

— ¿Entendiste Susan?

—Entendí.

Dio media vuelta antes de darme una última sonrisa bobalicona para marcharse a su oficina y a su mundo de novelas colombianas. La pálida y regordeta mano de Rosalinda se situó en mi hombro derecho mientras observaba el camino que había tomado la señora Johnson.

—Oye, estarás bien Susan.

Asentí más que nada para mí misma. Para tratar de convencerme de que estaría bien y que mi día no iba a empeorar. La campanilla del lugar se escuchó indicando que alguien había llegado. Cuando voltee mi cara seguro mostraba sorpresa. Charlotte acababa de entrar con un vestido rojo de falda circular. Su cabello corto estaba bien peinado y las pecas en sus mejillas resaltaban con el poco maquillaje que se había puesto y la gran sonrisa que tenía en el rostro. Se acercó a mí y yo parecía estar aún en trance.

— ¡Oh vamos Susan!, sólo han pasado unos días desde que no nos vemos, ¿tan rápido me olvidaste?

Una sonrisa empezó a crecer en mi rostro y negué con la cabeza a punto de soltar una gran carcajada sin saber bien por qué. Me acerqué hasta ella y nos abrazamos con fuerza. La voz de Rosalinda interrumpió nuestro encuentro.

— ¡Tú debes ser el milagro del día Charlotte! —se acercó soltando una gran risa para poder saludarla.

—Bueno, siempre han dicho que fui la gran bendición en mi familia. —Todas reímos y al ver que el único señor que había llegado sólo quería un café, decidimos sentarnos en una mesa que estaba cerca a los grandes ventanales que tenían vista a la calle.

—Charlotte, yo no puedo creer aún que estés aquí. ¡Dijiste que te quedarías una semana o dos con la familia de tu madre!

—En efecto, pero conseguí que mis padres me permitieran regresar. Luego de hablarlo con mi madre lo entendió, pues dijo que por su media hermana no había más que hacer, sin embargo, aún estás luchando por tu madre y sabiendo que soy tu mejor amiga, comprendió que mi lugar luego de la tragedia en Los Ángeles, era seguir apoyándote.

Encontrando a Susan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora