Cuento 5

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Todos los personajes pertenecen a Suzanne Collins

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Siempre fuiste tú

Después de la lluvia y lo que creía a ver descubierto se me dificultaba estar con Peeta, ya que quería preguntarle por los dibujos, las razones del porque había regresado y si aún me quería, y si me quería de qué manera era ese sentimiento. Tentada de verlo levante lentamente la mirada, fue una sorpresa encontrarme con sus ojos azules que me observaban.

--¿Qué pasa? Desde que llegue te noto rara.

-- Nada.

-- ¿Nostálgica?- pregunta.

Si siento nostalgia por lo que sentías por mí y como me lo expresabas- Un poco- respondo.

Asiente y me deja de preguntar. Me gusta que entienda que no debe presionarme, pero debo admitir que extraño al antiguo Peeta que me preguntaba cuál era mi color favorito. El resto de la cena nos la pasamos callados y cuando terminamos, él dice que le toca lavar los platos. Me quedo viendo su espalda y cuando me doy cuenta que me quede embobada, me despido para ir a dormir.

*****

Corro desesperada jalando a Prim que era bastante torpe para correr. Intentaba huir de esos mutos que Snow había mandado para cazarnos y matarnos. Busco por todas partes un lugar donde pueda esconder a Prim y así hacer que ellos me persigan a mí. Entonces mi hermana cae y aunque la apuro a levantarse apenas puede, en ese momento un ser grotesco sin ojos la toma de la pierna y la jala. Por más que intento no soltarla él es más fuerte y se la lleva. Mi hermana grita pidiendo ayuda y yo grito desesperada. Corro y termino cayendo con algo que se atora con mi pierna. Me levanto lo más rápido que puedo para ir a rescatar a Prim antes de que le hagan algo. Entonces me encuentro con Peeta que me agarra muy preocupado.

--Déjame tengo que ir por Prim.

-- Katniss, es un sueño- dice.

-- No, no.

Niego, pero miro que estoy en mi cuarto, que con lo que me tropecé fue con las sabanas y finalmente acepto que fue un sueño. Que mi Prim ya no está, que ya no la tengo que salvar porque aunque me duela el lugar donde está en este momento es el más seguro, debido a que ni el dolor, ni el miedo, ni la desesperanza la alcanzaran, no como a mí. Comienzo a llorar con desesperación por todo. Peeta deja de sujetar mis brazos para abrazarme con ternura.

--Ya tranquila- susurra en mi oído- Todo estará bien.

Y me aferro más a él, ya que quiero creer en sus palabras, que la calidez que desprende su cuerpo llegue a mi corazón, y no quiero separarme de él. Levanto la mirada y me encuentro con sus hermosos ojos azules, paso mi mano por su mejilla y sin pensarlo acerco mis labios a los de él, para besarlo.

Siento la manera en que me aprieta más a su cuerpo y yo que tenía mis manos en su mejilla las paso a su nuca para sentir la suavidad de su cabello. Este beso se siente diferente a los besos dulces que nos dábamos frente a la cámara, se siente más a los de la playa y como los de la playa no me quiero detener, pero nos damos cuenta que ambos necesitamos respirar cuando nos apartamos. Ambos nos miramos, él deja mi cintura para pasar su mano por mi mejilla, lo miro ansiosa porque me diga algo, cualquier cosa, pero solo me suelta y se va.

Confundida levanto las sabanas tiradas y regreso a mi cama cobijándome, aunque me gustaría más que Peeta estuviera aquí abrazándome y besándome. A la mañana siguiente me levanto muy tarde, debido a que como no había dejado de pensar lo que había pasado entre Peeta y yo, y termine por dormir muy noche. Baje rápido, pero ya no encontré a Peeta, eso me desilusiono bastante.

Siempre fuiste tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora