ASALTO 5: LO NOQUEO Y A CASA

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Todos ellos se habían perdido en medio de tantos temas de conversación, que ni siquiera se habían dado cuenta de que acababan de terminar de comer. En medio de aquella situación, Oliver Mendes dedicó un segundo a observar su reloj de muñeca. En cuanto lo hizo, casi pegó un salto en su taburete.

—¡Escuchad, son las cuatro y media!

Aldo Mira se agarró las manos hacia la cabeza.

—¡El combate! ¡Nos lo vamos a perder!

Era cierto, pues en el día anterior habían comunicado por las noticias la hora en que se iba a llevar a cabo el tan famoso choque entre el argentino y el italiano en medio del Palazzo Dello Sport. En Italia se iba a celebrar a las nueve y quince de la noche, por lo que en Argentina, teniendo en cuenta que había por la distancia unas cinco horas de diferencia, iba a empezar a las cuatro y quince de la tarde.

¡Habían pasado quince minutos desde que el evento había comenzado!

Los dos salieron disparados en dirección hacia el televisor, casi se habían olvidado de abrir la puerta del jardín. Fueron atropelladamente como dos elefantes en una cacharrería. Daniel sentía cierta extrañeza, le parecía muy rara aquella conducta, pues era muy impropio de su padre. Se giró hacia su madre quien veía a los dos con una sonrisa. Ella movió lentamente su cabeza de izquierda a derecha en señal de negativa.

—Estos dos... ¡Son como niños!

Después, se acercó al salón donde ellos habían ocupado algún lugar del sofá. Daniel la acompañó siguiéndola muy de cerca, notó como tanto Oliver como su padre veían extasiados la televisión que, en blanco y negro, estaba grabando una escena que parecía increíble. Todo aquel estadio estaba lleno, era imposible que pudiera meterse una sola aguja.

Dos enormes hombres habían subido al cuadrilátero, saludaban a todo el estadio. Sin embargo, podía notarse cierta hostilidad entre ellos, pues prácticamente no se miraban a la cara. El chico los veía grandes, poderosos. Sin duda alguna tenían la complexión de dos auténticos superhéroes.

—Como se nota que ellos no se bancan —exclamó Mendes—, espero que no hagan un papelón en Europa.

Daniel Mira no había entendido lo que había dicho el brasileño, menos aún el hecho de que aquellos tipos se bajaran del ring para dejar paso a otros dos boxeadores de una complexión muchísimo más modesta en comparación a ellos, junto con el resto del equipo. Cuando los anunciaron, se enteró de que aquellos otros dos eran los auténticos pugilistas que de verdad iban a enfrentarse. Por alguna razón, pensó que habría sido más interesante y espectacular ver pelear a los otros dos. Muchos años más tarde, se enteraría de que quienes habían subido no eran ni Carlos Monzón ni Nino Benvenuti, sino que habían sido invitados como una clase de homenaje los grandes de los pesos pesados argentinos Ringo Bonavena y Gregorio «Goyo» Peralta, boxeadores muy famosos en su tiempo que, sin embargo, no podían ni verse debido a su muy famosa rivalidad.

Mientras los anunciaban se podía notar un ambiente de auténtica emoción, aquello que estaba sucediendo era algo muy grande.

—Como me habría gustado estar allá ahora mismo... —dijo el Sr. Mira.

—¡Espera! ¡Van a entonar los himnos! —interrumpió Andrómeda.

Daniel Mira se había sentado cerca de su padre, se dio cuenta de como sonreía mientras miraba la pantalla. En aquella habitación, nadie quitaba la vista del aparato. A sus ojos, todos parecían estatuas. Como víctimas controladas a través de unas poderosas ondas enviadas por algún científico loco que...

La música comenzó e interrumpió la línea de sus pensamientos, el chico se giró directamente hacia la televisión. En sus ojos se podía ver reflejada la noble escena que en aquellos momentos estaba aconteciendo. Era uno más de los miles de argentinos e italianos que prestaban atención ante un evento de gran importancia para la historia del boxeo.

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