La cola se hacía interminable. Fijándose en el reloj pegado en la pared, vio que la manecilla más larga apenas se había movido un poco: sólo habían transcurrido veinte minutos desde que entraron.
«Pues casi parece que hemos estado acá una eternidad...» —pensó Daniel Mira.
Esa tarde fue con su viejo al banco, quien le había dicho que necesitaba «sacar algo de plata» para que el sábado su mamá fuera a comprar algunas cosas en los ultramarinos. Al oírlo, Daniel frunció el ceño; conocía bastante a su mamá y sabía que terminaría mandándole gran parte del recado a él. Aunque por lo menos, podría aprovechar para ir a ver a su tío Dani en la frutería que todavía regentaba. Lo cierto era que a diferencia de Andrómeda, Aldo sí tenía la costumbre de preguntarle si deseaba o no acompañarle. Y él, como el boludo que era, se había dejado convencer con la promesa de que después le compraría alguna nueva historieta. Evidentemente la ganancia no había compensado el sacrificio, pues el cómic que terminó consiguiéndose se lo había terminado ya más de cinco veces. Por supuesto, le había tocado un número increíble: el Nº 233 de «Las asombrosas nuevas aventuras de Superman». Le había llamado la atención porque tenía una portada copadísima. En ella, Superman demostraba su increíble fuerza destruyendo con sus poderosos brazos unas cadenas hechas de kriptonita pura. La aventura se enfocaba en cómo por fin el Hombre de Acero se convertía en un ser inmune a su única debilidad gracias a que toda la kriptonita de la Tierra, por culpa de una gran explosión, se transformaba en hierro puro. De esta forma se consolidaba como el héroe absoluto que siempre había sido, consiguiendo incluso una escena buenísima en la que detenía dos aviones que intentaban robar una nave espacial. Era genial, pero tras haberlo leído cinco veces, sólo podía pensar en el siguiente número que tendría que esperar.
Había transcurrido un tiempo desde los acontecimientos del Gimnasio Esperança. No demasiado, apenas unas semanas. No recordaba ese día como uno de los mejores. No sólo por la situación que tuvo que soportar con ese boxeador tan imbécil, sino también por lo que tuvo que pasar cuando regresó. Al llegar a la casa se dio cuenta de que su madre se había enterado de que él había hecho la rabona para acercarse al establecimiento de Oliver Mendes. Dani lo supo porque a diferencia de lo que le habían prometido, ella le esperó en el hall con los brazos cruzados y una expresión dura en el rostro. Inmediatamente después lo castigó a que se encerrara en su pieza y le declaró su intención de ir a hablar con él un poco más tarde. El muchacho se sintió mal, pero lo peor vino después, cuando terminó escuchando la discusión que acabaron por entablar tanto ella como su padre. Esas situaciones no eran habituales, lo que contribuía a la sensación de malestar. Cuando ocurría, se hacía notar: su madre se la pasaba gritando con fuerza, demostrando así tanto su carácter explosivo como su habitual nerviosismo. Su viejo, en cambio, trataba de tranquilizarla... aunque esos intentos a lo único que contribuían era a que el ánimo de su mujer se pusiera peor. La situación se tensaba, y acababa derivando en intensas toses a causa del asma que le habían diagnosticado, y por ello, Dani terminaba sintiéndose culpable. Para el chico esa situación representaban lo peor que podía suceder. La última discusión de aquella naturaleza la recordaba como si hubiera ocurrido ayer. Habían pasado unos cuatro años desde aquello, pero jamás podría olvidarlo: fue el día en que casi le sacó un ojo a su vecino Robertito cuando jugaron a que peleaban con espadas.
Esa vez habían visto por televisión la vieja película de Robin Hood protagonizada por Errol Flynn. Emocionados, salieron de la casa y blandiendo unas ramas secas, cada uno interpretó a un personaje. Para su pesar, el papel de Robin Hood se lo había agenciado su vecino. Él tuvo que conformarse con el malo: el Sheriff de Nothingam.
Por desgracia para Robertito, unos segundos después quedó claro que no era tan diestro como Errol Flynn...
Podía haberle sucedido a cualquiera, pero le ocurrió a él. Un mal movimiento de muñeca y el pobre acabó sujetándose la cara mientras lloraba amargamente. Poco después, tanto sus padres como los del vecino se los llevaron corriendo a urgencias. Luego, lo lógico: le retaron, castigaron y esa misma noche tuvieron una discusión que posteriormente sería incapaz de olvidar. Su madre defendía la idea de que Daniel no tenía la suficiente edad como para poder salir a la calle sin vigilancia y veía esa situación como un ejemplo de los muchos peligros que corría al hacerlo. Su viejo en cambio, trataba de razonar con ella enunciándole que Wheelwright no era más que un pueblecito, y que no debía entrar en pánico por un accidente casual, acusándole de paso de ser demasiado sobreprotectora con el muchacho. Entonces, vinieron las toses y al final, Aldo Mira se terminó resignando y decidió, tanto para terminar la discusión como para evitar que ella se pusiera peor, que se hiciera caso al criterio de Andrómeda.
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ODIO PELEAR
General FictionPortada creada por Grego: http://gremilgcb.blogspot.com.es/ Es el 31 de agosto de 1970, en Argentina. Daniel Mira, un joven de doce años que se considera débil tanto mental como físicamente, acaba de mudarse a Buenos Aires, donde se siente incapaz...