3

47 1 1
                                    


Ha pasado cinco días desde la extraña visita a Gretta.

Sasha está inexplicablemente feliz y triste. Es todo un mar de sentimentalismos. Insiste en regalarme su Volkswagen para que vaya a la universidad y pueda moverme sin problemas por allá. Según ella debo comprarme ropa nueva.

Le digo que iremos mañana sin darle mucha importancia, tengo un montón de cosas mucho más importantes en las que pensar. Además, aún faltan semanas para que llegue ese inevitable día.

Estoy terminando de hacer la lista de flores a comprar para la florería cuando oigo la agitada voz de mi tía llamar mi nombre. Soltando todo de las manos, voy hacia allá a paso apresurado.

—¿Sasha?

—Aquí, en tu cuarto.

Con el ceño fruncido me dirijo a mi habitación, extrañada de que mi tía se encuentra justo allí. Cuando entro, la veo sosteniendo un papel blanco con fuerza y la cara tensa.

—¿Qué pasa?

Ella se gira hacia mí con evidente enojo.

—¿Por qué nunca me comunicas las cosas, Lindsay?

—¿De qué hablas?

—¡De esto! —sacude el sobre en sus manos con vehemencia.

Oh no.

—Este... es solo un papel, Sasha, no hay que hacer dram...

—Ni se te ocurra decirlo —chasquea—. Te amenazan con tu vida y dices semejante estupidez de que no hay por qué hacer dramas.

—Bueno, debe ser alguna maldita broma, nada más.

Niega con la cabeza, inquieta.

—¿Sabes quién fue el remitente? —cuestiona.

Suspiro.

—Aun no lo sé, ¿sí? —Paso una mano por mi cabello—. Solo por ahora, pronto lo sabremos.

—¿Sabremos? —Me mira—. ¿Has metido a los chicos en esto?

—Bueno, sí. Ellos me ayudarán más rápido.

—¿Por qué no actúas como una persona normal y haces una denuncia a la policía?

—No hay tiempo, Sasha. Además, se puede enterar el remitente y tomar medidas. Incluso cumplir con su amenaza.

Abre los ojos como platos, sentándose en la cama con parsimonia.

—¿Cómo fue que te metiste en todo esto, Lindsay? —murmura con pesar.

—No me metí yo, Sasha, sino ellos.

Cierra los ojos con un gran suspiro.

—Debes madurar, debes dejar atrás tu martirizada adolescencia —se pone de pie como resorte—. Debes irte a la universidad.

—Sí, bueno, eso ya lo sé —replico.

Y por primera vez ya lo estoy deseando.

—¡Lindsay! —Alguien abre la puerta salvajemente.

Doy un respingo, y me vuelvo a ver quién llama con tanto enojo.

—¡Demonios, me has asustado!

—¿Por qué tengo que enterarme por otro lo que te pasa?

—Zaid, ¿De qué hablas?

Radical ChangeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora