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Sunny Flowers está irreconocible.

Y no en el mal sentido. Después del ataque a la florería, la aseguradora ha colaborado con mi tía para reconstruirla, y han terminado.

El mostrador, que era mi territorio, antes era de madera oscura. Ahora es de mármol blanco con puntos grises, el piso es de loseta brillante. Las paredes son del mismo color, excepto la del fondo, que es verde limón. Ahí hay un cuadro a blanco y negro súper gigante de la planta favorita de Sasha; la cala blanca.

Han sustituido las mesas con estantes verdes que de algún modo exhuman elegancia al lugar con ese diseño al estilo griego en las finas columnas, que también noto, tienen nuevas plantas y flores muy bonitas.

Voy con aire apresurado hacia el invernadero, ansiosa por ver lo demás. Al pasillo, que es muy largo, le han agregado diferentes cuadros de diferentes tipos de flores y plantas.

Cuando entro al invernadero, veo más estantes iguales con todos los experimentos y plantas de Sasha. Su escritorio es bastante moderno y al fondo, como siempre, se encuentra el regalo de Ansel, el cuadro con el nombre del local en cursiva.

—¿Te gusta?

Me vuelvo. Estaba tan entretenida que no noté a mi tía regando unas plantas a mi izquierda.

—Sí —dejo entrever un amago de sonrisa—. Es genial.

Me acerco y echo un vistazo a la planta recién atendida. Está muy verde, fuerte y bonita, con unas pequeñísimas flores lila.

—Estoy tan feliz —musita de repente.

La miro. Esta radiante con su vestido ceñido al cuerpo color perla y su cabello en un moño apretado y el maquillaje más sencillo. Con sus ojos brillantes y ese amago de sonrisa constante.

—Se te ve. Estás hermosa.

—Oh... gracias.

Hubiera creído que definitivamente estaba alucinando, pero Sasha acababa de ruborizarse. Es tan extraño en ella. Nunca la había visto de aquella así. De hecho, muchas cosas de las que hace no concuerdan con ella. Ha estado muy ausente estos días.

—¿Tienes algo que contarme?

—Yo... ¿Qué?

Perece perpleja.

—Es que, bueno, has estado fuera de casa por mucho tiempo casi todos los días.

Ella se limita a mirarme.

—Ugh, ya sé que no es problema mío, y que no debería preguntar si no me gusta que lo hagas conmigo. Es solo que... me preocupo.

—Estoy entera, querida, estoy bien. Perfecta, de hecho —me da una sonrisa taimada.

—Bueno, discúlpame.

—Estás disculpada.

Aun con su sonrisa en el rostro, se vuelve a la planta para atenderla.

—Pero, ¿Cuál es el problema? Ella está grandecita ya, ¿no?

—Está actuando raro, Ansel.

—¿Cómo raro?

—Siempre con esa sonrisita, esta actitud altanera, como si ella supiera algo que yo no.

—Entonces no es nada malo.

—¿Crees que tenga a alguien?

Se queda pensativo, como si no se le hubiese ocurrido.

Radical ChangeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora