Capitulo 6: Realidad.

49 4 0
                                    

Cuando recuperé la conciencia estaba atada por los tobillos y las muñecas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando recuperé la conciencia estaba atada por los tobillos y las muñecas. Los alambres metálicos que me habían puesto estaban apretando tanto mi piel que la sangre comenzaba a brotar de mi piel al más mínimo movimiento. Las puntas de mi pelo estaban encharcándose con la sangre que salía de mis muñecas por lo largo que era.

En la silla, donde me encontraba, no podía ver nada a mi alrededor, un enorme foco me iluminaba directamente a la cara, no siendo capaz de ver a mis secuestradores ni por un momento. No recordaba cómo había llegado hasta allí, estaba realmente aturdida.

— No eres tan fuerte ahora ¿No? — la voz burlona distorsionada retumbó en mis oídos lastimados. Mis oídos tenían un pitido molesto, como cuando una bomba explota cerca de ti. Incapaz de seguir con los ojos abiertos con aquella molesta luz los cerré en ese instante.

Tomé un respiro tratando de crear una ráfaga de viento, pero era inútil, no tenía ni una pizca de magia.

— No te esfuerces, hemos quitado todo rastro de tu fuego del dragón. Basto con una estrella agonizante para neutralizar tus poderes — se burló de nuevo. Sonreí ante su descaro con el sabor a sangre de mis labios y de un solo tirón destruí el amarré de mis tobillos dando una patada a su entrepierna. Con el mayor dolor del mundo quité el amarre de mis muñecas enredando su cabeza entre mis piernas.

— Sigo siendo capaz de reventarte pedazo de imbécil — tomé su cabello entre mis dedos jalando su rostro cubierto por una venda hacia atrás. — Me dices que hago aquí a la cuenta de tres o abro un desgarro delante de tu cara con lo más horroroso que te puedes imaginar — amenacé. Una risa varonil se extendió por toda la habitación, muerto de risa. Lo miré, un chico rubio que no se había molestado en cubrir su rostro.

— Te dije que era mala idea meterse con una diosa, idiota — siguió riendo para después mirarme. — Vamos, princesa. Curaré sus heridas en otro sitio — me extendió una mano. Sin protestar la tomé pues estaba perdiendo mucha sangre por la herida de mis muñecas.

Me llevó a otra habitación dejando a su amigo tirado sobre el suelo, me sentó en una silla y fue a otro sitio regresando con unas cuantas vendas y dos botellas de un líquido transparente.

— ¿Qué hago aquí? — el chico volvió a sonreír burlonamente mientras me tomaba de la muñeca, hice un gesto de dolor.

— Lo siento, debo de tocarla o no podré hacer nada por usted. Bueno, eso que mejor se lo expliqué mi compañero. Esto le dolerá — dijo vaciando el líquido de la botella sobre mis muñecas. Ardía muchísimo. Posteriormente vendó cada una de mis muñecas deteniendo la sangre que salía de estás.

— Quiero que me digan ¡Ahora! — grité. El chico con vendas en el rostro entró por la habitación quitándose las vendas.

— Eso ya deberías saberlo — habló el chico terminando de quitarse las vendas. Kami.

— ¿Tú? ¡Kami! ¿Qué mierda? — grité furiosa levantándome de la camilla y empujándolo por el pecho.

— ¡Tú deberías de explicarme!

— ¿Explicarte qué? ¿Lo jodidamente imbécil que eres? — lo volví a empujar haciéndolo chocar contra la pared.

— Hacerle aquello a Alyssa ¿Te parece poco? — me gritó tomándome por los brazos con tanta fuerza que me estaba lastimando.

— ¡No sé ni quién es Alyssa! — me solté de su agarre en un movimiento brusco.

— Claro, ahora harás como si no supieras nada — me miró furioso. Con los ojos rojos y llorosos.

— Déjala en paz, Kami. — el chico rubio me apartó de Kami sentándome de nuevo en la silla e inclinándose hacia a mí. — No sabes quién es Alyssa, bien ¿Sabes lo que pasó con Kami la noche anterior que llegó al hospital? — negué con el rostro. — Ahí está, no sabe nada — se dirigió a Kami.

— Claro que sabe ¿Piensas qué te lo dirá?

— No lo sé, parece honesta — me miro. — Es más, nunca me dijiste porque sospechas de ella —. Kami tomó una silla y se sentó enfrente de mí.

— Mi casa ha incendiado con mi prometida dentro — lo dijo con lágrimas acumuladas en el rostro — Un fuego incapaz de apagarse, como sólo lo puede hacer alguien que conozco

— Yo no lo hice, Kami. Que tu prometida haya muerto no significa que lo haya hecho yo por despecho o algo similar. Siempre elegiré tú felicidad antes que la mía.

Claro, "Siempre elegiré tu felicidad antes que la mía". Habían pasado 5 años después de aquello y aún recordaba con claridad cada cosa que había sucedido ese día. Mis poderes se habían restaurado pues la magia de una estrella agonizante solo quitó mi magia un par de horas, pero sinceramente había perdido todas las ganas de volver a utilizarla.

Apagué mi cigarrillo en el cenicero frente a mí, arrastrando mi silla para poder salir de la mesa de la cafetería y depositar mi bote de café en el basurero saliendo del lugar que tanto caos interno me causaba. Me sorprendía mi capacidad de haberme adaptado tan rápido a la sociedad donde ahora vivía, con amigas y en donde todos me tomaban como una persona común, tal y como había deseado.

A veces sentía las ganas de saber que sucedió en mi Reino, pero no me necesitaban; bastaba con que yo supiera que todo estaba en orden con Zephyr y todo estaría bien. Mi padre y mi madre eran tan buenos gobernantes que podían prescindir de mi ayuda.

Caminé por las calles para llegar a mi casa, aquel sitio no era para nada parecido de donde yo venía. Estaba lleno de edificios que no tenían una gran altura y en uno de esos departamentos vivía yo. Las personas caminaban con inseguridad por las calles pues no era un sitio muy seguro.

Abrí con dificultad la puerta de mi casa dándole un fuerte empujón y dejando mi bolso en el suelo a falta de una mesa o un sillón. Mi hogar no era lujoso e incluso me atrevería a decir que maloliente, pero no podía permitirme más con mi salario de mesera.

Miré mi reflejo en el espejo sucio que estaba sobre el lavabo fuera del baño. Mi cabello lo había vuelto a cortar y lo teñí en castaño oscuro para que fuése más difícil reconocerme. Suspiré triste.

Es impresionante como habían cambiado las cosas desde entonces; Me recosté sobre mi colchón que no tenía ninguna base, si no un simple colchón tendido en el suelo unicamente.

Coloqué mi mano en mi vientre masajeándolo un poco ¿Era la vida que deseé en algún momento? 

Entre Llamas | Segundo LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora