—Al día siguiente—.
La relación con mi familia mejoró.
Toda la tarde estuvimos conviviendo, hasta me olvidé de lo que me había pedido Daryl.
Me acordé 20 minutos después de la hora acordada.
—¡Me tengo que ir!
—¿A dónde vas? —cuestionó mi padre.
—¡Tengo que hacer algo con urgencia! —exclamé.
—Sólo déjenlo ir. —dijo mi tío Gleeful.
Sin escuchar las respuestas de los demás, me apresuré a salir de mi casa y tomar un taxi.
—A esta dirección, por favor.
Él conductor tomó el papel y lo leyó. Se volvió a verme.
—¿Irá a despedirse de alguien?
Lo miré confundido.
—¿Por qué lo dice?
—Es la dirección del aeropuerto.
—¿¡Qué!? —cuestioné sorprendido. —¡Entonces, muchas gracias! —salí del taxi.
Sin importarme nada, chasqueé los dedos, apareciendo en aquel lugar.
Los murmullos de las personas inundaban el aeropuerto, al igual que algunas quejas de los que perdieron su vuelo ó equipaje.
Caminé rápidamente entre las personas, mirando a todos lados.
Las lágrimas comenzaron a salir, sin que yo pudiera evitarlo.
—¡No te lo puedes llevar, Bill! —divisé a una peli-negra.
—Ajá, ¿Me puedes decir porque no? —escuché como el rubio cuestionaba con sarcasmo.
—Daryl es mi hijo, Bill...
—No, nunca lo fue. —bufó.
Sólo logré ver como _____ y Dipper desaparecían. Bill los había mandado devuelta a su casa.
—Hora de irnos, Daryl.
—A-aún no...
—¡Él no vendrá! ¡Vámonos!
—¡Yo sé que si vendrá, papá!
Logré divisar a aquellos rubios. Corrí hacia uno en específico.
—¡Daryl! —lo abracé.
No paso mucho tiempo, para que él correspondiera al abrazo, mientras también comenzaba a llorar.
—¡Lo siento, Lawliet!
Él me besó, pero fue apartado luego de unos segundos.
Bill comenzó a arrastrarlo hasta su vuelo correspondiente.
Los seguí.
—¿¡Por qué no me dijiste nada!?
—¡No pude hacerlo! —se zafó del agarre y corrió hacia mi.
Hasta qué Bill chasqueó los dedos, atrayéndolo a él.
—¡Maldita sea! —exclamó.
Sentí como seguridad me detenía, ya no podía pasar.
—¡No me hubiera encariñado contigo, Daryl!
—¡Lo siento, Lawliet! Créeme, lo siento...
—¡Eres un...! —sequé mis lágrimas. —¡Maldito!
—¡No digas eso! —sollozó.
Fruncí el ceño y lo miré.
—¡Dijiste que siempre estarías conmigo! —grité.
—¿Quieren sacarlo de aquí? —ordenó Bill.
—¡Y así será! ¡Lo prometo! —exclamó. —¡Cuenta las estrellas, Lawliet!
Lo miré sorprendido.
—¡Eres un maldito por hacer que me enamorara de ti! —él me sonrió. —Te amo, Daryl...
—También te amo...
Y subieron a aquel avión.