Martes 24 de junio de 1969 - Grace.

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24 de junio de 1960. Martes.

Poder trabajar, aunque fuera dentro de casa, era algo que Grace ni siquiera se habría planteado durante su adolescencia. Siempre había pensado que terminaría casada, con varios niños y ocupándose de su crianza y de mantener la casa impecable para un marido que pasaría gran parte del día trabajando fuera y que cuando regresara no buscase en ella más que un reemplazo de su madre y una forma de saciarse sexualmente.

No se había equivocado mucho, en realidad. Con treinta y dos años tenía un marido, dos niños y era ama de casa. Su esposo pasaba fuera de ocho de la mañana a cinco de la tarde, y ella era la encargada de cuidar a los pequeños, de la limpieza, la comida y el resto de quehaceres. Todo lo que sus padres le habían enseñado para ser una mujer de bien.

Con lo que no había contado era con que, al comenzar sus hijos el colegio, podría ocupar esas horas de soledad en algo productivo y sacar algo de provecho a uno de sus talentos: coser.

Había comenzado de forma casi anecdótica. Una madre a la que había conocido en la puerta del colegio, que estaba muy preocupada porque no estaba segura de poder arreglar los bajos del pantalón de su marido; una señora mayor, recomendada por esta, que quería un trajecito para su nieto recién nacido; una chiquilla, que necesitaba que le ajustara un vestido que había heredado de su hermana mayor y le quedaba un poco holgado en la cintura. Poco a poco, cada uno de sus clientes fue corriendo la voz de que Grace Williams utilizaba aguja e hilo con buena mano y precios asequibles, y pronto se encontró con una agenda de clientas habituales que llenaban sus horas matutinas y dejaban unos ingresos extras más que agradables en sus bolsillos.

A David, su marido, no le había parecido mal. Cualquier ayuda económica era buena, sobre todo con dos niños de seis años a los que alimentar y vestir y un colegio por pagar. Si su mujer podía ganar dinero sin salir de casa y ejerciendo una profesión en la que sólo trataría con mujeres... Bueno, no tenía nada de malo.

Poco sospechaba David de que había sido precisamente en su propia casa donde Grace había conocido a aquella mujer que se convertiría en su mejor amiga y, con el paso de las semanas y a espaldas de todo el mundo, en algo más.

Rose había acudido a ella por primera vez con tres metros de tela bajo el brazo y la petición de que le confeccionara un vestido para acudir a la boda de su hermana, ya que no podía permitirse comprarse uno. Realizar un vestido desde cero era mucho más complicado que los pequeños arreglos que estaba acostumbrada a hacer, pero la mirada desesperada en los ojos de la chica le había hecho aceptar el encargo sin dudar.

Fueron muchas las horas que compartieron en el salón de su casa tomando medidas, decidiendo el corte del vestido, y probándoselo a Rose mil y una veces hasta que quedó perfecto.

De aquello hacía ya casi dos años. Finalizado el trabajo, habían mantenido el contacto por un interés mutuo, estableciendo una amistad cada vez más estrecha que pronto cruzó la barrera del simple y moral cariño.

Cuando David llegó aquella tarde de martes, encontró a Grace y a Rose sentadas en el sofá frente a la mesita baja, donde descansaba una bandeja con una tetera de porcelana y dos tazas humeantes. Grace, con su largo pelo rizado recogido en una coleta alta y un vestido amarillo que resaltaba el tono oscuro de su piel, reía de forma despreocupada ante algún comentario de su amiga, y se giró hacia su marido con una sonrisa. Él le devolvió el gesto con una de esas miradas paternalistas que parecían decir algo así como "mujeres..." y se dirigió hacia la cocina en busca de un botellín de cerveza.

Ambas sabían que había llegado el momento de despedirse. Tras acompañar a Rose a la puerta, Grace le dio un ligero abrazo mientras la otra mujer le susurraba que no olvidara lo del viernes. Ella asintió con la cabeza, Rose dijo algo parecido a «¡nos vemos, David!» antes de dedicarle un guiño y la puerta se cerró entre ellas.

David se había sentado en el sitio que minutos antes había ocupado Rose, y Grace se acercó a él componiendo su mejor gesto de tristeza.

—Necesito que el viernes te quedes con los niños, cariño. —Aquel "cariño" sonó tan real como lo había hecho cualquier muestra de aprecio hacia el hombre durante los últimos meses, aunque en ninguno momento aquel sentimiento de amor había existido en ella para con su marido.

—¿Por qué?

—Van a operar a Rose.

Era mentira, claro, una piadosa mentira que no dañaría a nadie. Rose le había dicho que conocía un lugar al que ir a bailar y donde podrían ser ellas mismas. Un sitio animado y concurrido en Greenwich Village, cerca del parque Christopher. Y no pensaba perdérselo.  


NOTAS

¡Segunda actualización! Espero que estéis disfrutando de lo que llevamos hasta ahora y que sigáis por aquí a lo largo del día ♥. Ya sabéis que estamos abiertos a las críticas y que nos encantará leer vuestros comentarios al respecto. ¡Nos vemos en un ratito!


Stonewall Inn. 1969.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora