Jueves 26 de junio de 1969 - James.

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26 de junio de 1969. Jueves.

Conforme el fin de semana se acercaba, James notaba como una sensación, mezcla de cansancio y excitación, se apoderaba de su cuerpo. Los inicios de semana siempre eran duros. Tener que trabajar en aquella pequeña tienda de comestibles de Christopher Street nunca había sido el sueño de su vida, y bien sabía el cielo que de ser posible lo habría dejado hacía mucho. Pero el alquiler no se pagaba solo y la vida de una drag queen generaba algunos gastos que el sueldo de sus actuaciones no llegaba a cubrir para poder vivir holgadamente.

El trabajo no estaba mal, de todas formas. A su jefe, un hombre entrado en los cincuenta que había abierto aquella tienda veinte años atrás, no le importaba el color de su piel o lo que hiciera después de salir del comercio. De hecho, no habían sido pocas las veces que James, o más bien Charisma Platinum, se había encontrado con el dueño del comercio en uno de los locales donde actuaba.

No podía quejarse. Cinco años atrás, cuando sus padres le echaron de casa tras descubrir que aquel trabajo en el que ocupaba sus noches no era otro que el espectáculo drag en pequeños locales de clientela principalmente homosexual en Greenwich Village, no había esperado encontrar ningún tipo de trabajo más allá de la prostitución. No le importaba prostituirse. A veces, cuando una mala semana no le dejaba añadir a su sueldo aquel extra que sus actuaciones le brindaban, había recurrido a ello sin grandes problemas. Aquel trabajo era algo común en la comunidad y no había nada de deshonroso en ello. Sólo eran personas intentando salir adelante. No importaban el modo en que lo hicieran si no dañaban a nadie.

Aquel jueves tenía su primera actuación de la semana en un pequeño local regentado por la mafia italiana. No era una gran novedad. Casi todos los tugurios de aquella zona, bares que ignoraban la ley seca y la reciente normativa contra la homosexualidad en locales públicos eran propiedad de la mafia italoamericana. James sabía de buena mano que la mitad de los antros en los que trabajaba eran propiedad de la familia Genovese. No es que fuese un secreto para nadie, más bien era un gran secreto a voces.

Cuando el reloj marcó las cinco y diez y consiguió despachar a su última clienta, una mujer algo entrada en años que parecía no haber pensado en lo que necesitaba comprar hasta que había llegado a la misma tienda, se apresuró a cerrar para poder hacer caja cuanto antes y no perder allí un tiempo precioso que podría invertir en cenar bien, tranquilo, y en arreglarse para la actuación sin sacrificar su alimentación como había tenido que hacer otros días con menos suerte. Aquella tarde había sido bastante tranquila, pero aún así le llevó un buen rato hacer las cuentas del dinero de la caja que entregó al señor Spencer apenas tres minutos después de acabar, cuando el anciano regresó de la trastienda mientras él se ponía la chaqueta.

—¿Trabajas esta noche?

—En el Pieces —afirmó con una sonrisa—. ¿Le veré por allí?

—No lo creo —el hombre suspiró, visiblemente defraudado por no poder asistir a otra de sus actuaciones—. Tengo una reunión con el dueño del local para hablar del nuevo alquiler. Ya sabes.

James asintió. Los precios en Nueva York subía constantemente y los pequeños tenderos debían hacer lo impensable para conseguir que sus alquileres no subiesen demasiado. Un local demasiado caro no sería rentable y conllevaría el cese del negocio. Ni el señor Spencer ni el propio James querían que aquello sucediera.

—Pregúntele si le gustan los espectáculos, señor Spencer —propuso el chico, animado—. Si cree que puede ser bueno para el negocio puedo darle su nombre al portero y podrá entrar sin problemas.

—Muchas gracias, James.

Se despidió de su jefe con un simple «hasta luego» y se apresuró a regresar a casa antes de que el tiempo se le echara encima.

Después de cuatro años malviviendo en una habitación con otras cinco personas había conseguido ahorrar lo suficiente para alquilar un pequeño piso cerca del parque Christopher junto a dos de sus compañeros, Dennis y Julian. Habían conseguido elaborar un buen espectáculo drag, su imaginación, ganas y talento eran buenos puntos a su favor y los contactos de Julian con el dueño del Pieces hacían el resto. Quizás no tuvieran trabajo todas las semanas, pero siempre que la economía del local lo hacía posible tenían al menos un día asegurado para sus shows.

Los chicos ya habían cenado cuando llegó. Dennis había tenido el detalle de preparar la cena para los tres y en cuanto James apareció por la puerta le indicó dónde se encontraba su plato. No tardó en dar buena cuenta de él. Llevaba sin probar bocado desde aquella mañana. Saltarse el almuerzo no había sido su mejor idea, pero ya no podía remediarlo.

Eran las siete y media cuando comenzaron a prepararse. Una buena actuación requería horas de maquillaje y preparación de vestuario, en su caso, multiplicado por tres. La práctica no ayudaba mucho. La paciencia era clave para una drag queen, y con paciencia y mucho cuidado consiguieron estar preparados para la acción sólo cuatro horas después.

El espectáculo comenzó a las once en punto. El ambiente estaba animado, el bar bastante concurrido y ellos completamente eufóricos. La actuación fue extenuante a pesar de su corta duración. Fueron apenas diez minutos, pero sin duda alguna se trató de los diez minutos más largos de su semana. No lo lamentaba, ninguno de ellos lo hacía, pero después de todo un día trabajando el cansancio comenzaba a pasarle factura y apenas quince minutos después de bajar del escenario se excusó con sus amigos para regresar a casa.

Julian, o más bien Rachelle Taboo, le sujetó del brazo antes de que pudiera dar la vuelta y le dedicó una sonrisa y una mirada algo dura. Desde que meses atras sufriera una agresión mientras regresaba a casa después de una actuación, no le gustaba demasiado que ninguno de ellos regresara al apartamento solo mientras fuera vestido con su traje de drag.

—Quédate un poco más —le pidió—. Sólo llevamos media hora.

—Estoy muy cansada, Rachelle, llevo toda la semana trabajando y mañana tengo que abrir la tienda.

—Con lo que le gustan tus actuaciones ya podía haberte dado la mañana libre.

James rió. Los rizos rubios de la peluca de Charisma Platinum se sacudieron, acariciándole la mejilla. Le gustaba el contraste entre su piel oscura y el cabello claro por lo que, a diferencia de Julian y Dennis, quienes utilizaban para Rachelle Taboo y Cookie Diamonds pelucas oscuras que resaltaban los colores alegres de sus maquillajes, él siempre utilizaba tonos rubios.

—Mañana —le aseguró—. Mañana me quedaré toda la noche.

—Más te vale —espetó su amigo mientras apartaba con un gesto desenfadado un mechón de cabello de su rostro—. Mañana no nos vamos hasta que cierren el Stonewall Inn.

James le dedicó una sonrisa divertida y asintió.


NOTAS

La siguiente parte puede que se retrase un poco, tal vez una hora más de lo previsto, pero seguid atentos ♥. ¡Un abrazo!

Stonewall Inn. 1969.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora