Miércoles 25 de junio de 1969 - Shirley.

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25 de junio de 1969. Miércoles.

La noche en la que Shirley conoció a Diane no había esperado que las cosas cambiasen de aquella manera. Hacía ya nueve semanas y cinco días desde aquel viernes en que decidió arriesgarse a salir por los locales del Greenwich Village. Nunca había tenido valor de hacerlo hasta entonces. Tampoco había tenido con quien y si no hubiera discutido con sus padres el día anterior no habría reunido el coraje necesario para tomar la mejor decisión de su vida.

Aquel miércoles de finales de junio Shirley salió de su examen de Econometría con el nerviosismo y la excitación propios de quien sabe que su vida está a punto de cambiar. Había metido en su mochila ropa adecuada para la ocasión, planchada y bien doblada dentro de una bolsa que evitaría que se ensuciase si la pequeña fiambrera con el almuerzo se abría. No habría sido la primera vez. También había guardado los zapatos que Diane le había ayudado a comprar la semana anterior. Eran unos simples zapatos negros de punta redonda y un pequeño tacón medio de apenas cinco centímetros, pero eran los zapatos más bonito que había tenido alguna vez en su guardarropa. Su primer calzado femenino.

Aunque había comenzado a dejarse crecer el cabello aún no era suficiente. Su padre le había obligado a recortárselo hacía dos meses porque comenzaba a parecer "uno de esos travestis y maricones del Greenwich Village", así que había comprado una peluca en una tienda especializada y la había dejado en casa de su compañera para que sus padres no diesen con ella y le pidieran explicaciones que no estaba segura de poder dar.

Se había planteado varias veces la posibilidad de hablar con ellos sobre el tema, pero lo había descartado tan rápido como lo había pensado. Sus padres no tenían ningún problema con ella, y era cierto que su mentalidad era más abierta y tolerante que las de otras personas que conocía como padres de sus amigos o incluso sus tíos y tías, pero dudaba que estuvieran preparados para aquello. Sobre todo su padre, de quien dudaba que pudiese aceptar que aquel que siempre había visto como su hijo, Sean, su primogénito, su heredero, el que mantendría vivo el nombre de la familia, había sido siempre ella, Shirley.


Llegó al departamento de Diane después de un buen rato caminando por una soleada Nueva York. Habría podido coger la metropolitana, o tal vez, un taxi, y habría tardado la mitad de tiempo en llegar desde la universidad al pequeño piso de dos habitaciones en el que habitaba su compañera, pero cuando se sentía feliz le gustaba caminar y disfrutar del bullicio de su ciudad. Era perfecta. Caótica, animada, acelerada. Viva.

Subió las escaleras del viejo edificio saltando los escalones de dos en dos y cuando tocó a la puerta lo hizo sin aliento y con un leve pinchazo en la zona de las costillas. Diane le abrió en seguida. Llevaba el largo cabello negro recogido en una trenza y una amplia sonrisa que le iluminaba el rostro. Su vestido, de un rosa pálido parecido al color de las paredes del cuarto de su hermana pequeña, flotó a su alrededor cuando alargó el brazo, cerró la mano en torno al brazo de Shirley y tiró de ella hacia dentro.

Diane estaba casi tan emocionada como ella misma, tanto que aquella efusividad comenzaba a abrumarle. No dejó de sonreír, con una de esas cálidas y sinceras sonrisas que se hacían dueña de su rostro cada vez que hablaba de algo que le llenaba de emoción. Le hizo pasar a pequeña cocina mientras le explicaba cada detalle de su día: la hora a la que se había despertado, los problemas para elegir la ropa puesto que, al ser un día especial para ella, quiso ir arreglada, y la farmacia a la que había decidido ir para comprar los medicamentos.

Shirley le escuchó en silencio, tomando asiento en uno de los dos pequeños bancos de madera y mimbre que se encontraban junto a la mesa de la cocina. Dejó su mochila en el suelo y rechazó con un educado gesto la taza de café que Diane le ofrecía. La chica le pidió que esperase un momento y desapareció en el interior de la vivienda. Shirley sentía su corazón latir apresurado y tuvo que entrelazar los dedos de sus manos para evitar que estas temblasen.

Después de unos minutos en los que Shirley se dedicó a escudriñar la pequeña cocina, Diane regresó portando con ella una pequeña bolsa de papel marrón que dejó en la mesa, frente a ella, sin eliminar de su rostro su amplia sonrisa.

Casi a cámara lenta Shirley alargó la mano hasta que sus dedos se cerraron en torno al pequeño paquete. Lo giró con cuidado y tres pequeñas cajitas cayeron sobre la mesa. Las analizó con atención, una a una, mientras Diane le explicaba con detalle todo lo que el médico le había explicado que debía hacer para comenzar con la medicación hormonal.

Se le hizo complicado retener la información a causa del shock que le provocaba la emoción de aquel momento. Había soñado muchas veces con comenzar a hormonarse, pero nunca pensó que pudiera conseguirlo, en realidad. No sin ni siquiera irse de la casa de sus padres, pero Diane le había asegurado que los cambios sucederían tan lentamente que cuando comenzasen a ser muy evidentes ya habría terminado su último año de universidad y estaría viviendo fuera de casa.

Tras concederle unos minutos de silencio, su amiga golpeó con suavidad la mesa y le instó a que fuese a su habitación para cambiarse de ropa. Durante un momento sintió una punzada de terror. Diane le había pedido como único favor a cambio de comprar sus medicinas, que aquella tarde saliese a dar un paseo con ella vestida como Shirley, apenas una vuelta a un par de manzanas, algo para ayudarle a sentirse bien consigo misma por una vez. Aunque había aceptado no podía dejar de sentir algo de miedo por ello; sin embargo, tras una nueva insistencia por parte de su amiga, recogió su mochila y cruzó el pequeño pasillo hasta la habitación de Diane para cambiarse.

Cuando salió lo hizo con un vestido verde claro, unas medias oscuras y sus zapatos nuevos. Se sentía mucho más cómoda de lo que recordaba y el poco miedo que le quedaba desapareció cuando Diane le ayudó a ponerse la peluca. La única evidencia de su género biológico era una nuez demasiado marcada que pudieron ocultar atando a su cuello un pañuelo negro. Mientras Diane le maquillaba se observó en el espejo y tuvo que agradecer interiormente sus rasgos suaves y algo ambiguos, su delgadez, su estrechez de hombros y su altura relativamente baja. Pasar por una mujer cisgénero resultaba muy complicado para una chica transexual. Podía considerarse muy afortunada.

Tal como Diane le aseguró su paseo fue breve y tranquilo. Le costó mantenerse tranquila al principio, pero conforme avanzaba por la calle sus nervios fueron dejando paso a una sensación de bienestar que le embargaba por completo cuando regresaron al apartamento. Diane le hizo un rápido cuestionario sobre sus impresiones de aquella caminata antes de dejarle cambiarse para regresar a casa.

Mientras se despedían, Shirley guardó en su mochila las tres pequeñas cajitas de la farmacia y el papel en el que su amiga le había escrito todas y cada una de las instrucciones para poder medicarse según las indicaciones del doctor. Shirley se lo agradeció una última vez y abrazó a Diane. Se despidieron hasta el siguiente viernes noche y la chica le recordó que debía estar allí a las nueve en punto para poder cenar y arreglarse para estar en Greenwich Village antes de que los locales se llenasen de gente. Sería su primera salida social vestida como una mujer. No querrían llegar tarde.  


NOTAS

Tercera actualización del día ♥. Muchas gracias a aquellos que estáis pendientes de las actualizaciones, acabamos de llegar al ecuador de esta historia. ¡Nos vemos en un ratito!

Stonewall Inn. 1969.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora